Me pasé un fin de semana en una orgía de osos y pasteles en el Pirineo

De viernes a domingo en una casa del Pirineo catalán, con actividades que fueron desde mamadas a ciegas hasta orgías en el comedor

“Vente, será una orgía de osos en el Pirineo”, me dijo un amigo, invitándome a un evento sexual de fin de semana. Yo ya estaba convencido, pero lo que selló el trato fueron sus últimas palabras: “Habrá pasteles”. Accedí encantado y me metieron en un grupo de WhatsApp de diez personas. Se fueron presentando, ¿las edades? Entre 45 y 60 años. Viendo sus fotos, todos eran físicamente muy parecidos: barba, barriga y la gran mayoría calvos. Al fin y al cabo era una orgía de osos, esa tribu gay que engloba a los gais más corpulentos y peludos.

Tres días de sexo, barrigas, barba y pelo

La orgía consistía en un plan de fin de semana, de viernes a domingo. Se hacía en una casa de montaña de Gisclareny, un municipio en el Pirineo catalán, a 130km de Barcelona. Salí de mi casa viernes a mediodía y llegué allí en unas dos horas. El camino fue increíble: montañas, ríos congelados, bosques frondosos y naturaleza en estado puro. Un paraíso idílico más propio de un cuento de hadas que de una orgía osezna.

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Lo primero que vi al llegar fue una casa grande y rústica de dos plantas. Me enseñaron las habitaciones, distribuidas en dos plantas, algunas con camas y otras con literas. Poco iba a saber yo que esas literas estaban a dos horas de que un polvazo entre osos las hiciera vibrar como si estuvieran encima de una placa tectónica.

Un columpio de cuero y mamadas en el bosque

Después de dejar mi maleta salí a dar un paseo por las inmediaciones. Había una terraza con unas hamacas para tomar el sol. Tras ellas, algo escondido, se escondía un columpio de cuero —un sling— donde se podía follar al aire libre. En la parte trasera de la casa me encontré el primer grupo de asistentes. Estaban mirando a uno de ellos que quería una sesión de fotos erótica. Se había desnudado y quedado con unos tirantes de cuero, unos calzoncillos negros y unas gafas de sol al más estilo ‘papito’ dominante.

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Tras un par de fotos quería una sesión más picante, así que se quedó desnudo. Pero con el frío, su pene se quedó en mínimos históricos, así que pidió un voluntario para ayudarle a “entrar en calor”. En cuestión de segundos tenía un hombre de rodillas haciéndole una mamada con un ímpetu que acabamos todos sacándonos las bufandas de los calores que nos habían subido. A lo largo de la tarde estuvimos tomando algo, conociéndonos y conversando, esperando a que llegasen todos los asistentes. Nos tomamos algunos selfis del grupo y más de uno se puso tenso porque "quería que todo fuera privado".

Estos soltaron algún que otro comentario de homofobia interiorizada, negando su orientación sexual, asegurando que no querían que les vieran con tíos gais porque eran heteros ¿y qué hacían en una orgía con hombres?. Tras la charla, tocaba cenar. Llegaron los primeros pasteles de esta orgía con repostería: pastel de pollo y coca de fruta. Tras la comilona, todos nos mirábamos deseosos de empezar a follar. Alguien soltó la idea de hacerhomofobia interiorizada para irnos conociendo, como si fueran unas colonias del colegio. Pero con mucha menos ropa, claro.

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Juegos, trenecillos y erecciones

El primero de los juegos fue la ‘gallinita ciega’. Todos desnudos, vendábamos los ojos de uno y nos escondíamos. La gallinita tenía que encontrarnos, y una vez te pillaba, usando la boca tenía que adivinar quién eras. Es decir, iba pasando la lengua de arriba abajo, por tu torso y tu polla hasta decir tu nombre. El que ganaba, es decir, que adivinaba más, podía pedir lo que quisiera. El ganador pidió que se la chupásemos todos, uno a uno, que pasáramos por su sable. Así lo hicimos, con la velocidad que un cajero pasa los productos por el escáner, pasamos todos los osos por su tranca.

Después jugamos al ‘túnel del Cadí’: estábamos todos desnudos, abiertos de piernas, haciendo un túnel. El último tenía que pasar entre las piernas de todos, a cuatro patas, restregándose en los genitales, hasta ponerse el primero. Así hasta avanzar un buen trecho. Obviamente, estábamos todos pegados, genital con pene, restregándonos. Más de uno no lo pudo evitar y se deslizó hacia dentro de otro tío. No sé bien que pasó ahí en medio, pero por lo que intuí, hubo más de un trenecillo es decir, tres tíos follándose: uno solo recibe, uno da y recibe y otro da.

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Finalmente, sacaron un pequeño dildo. Era un aparato que podía usarse a distancia y que daba pequeños toques eléctricos a quien lo usara. Nos lo íbamos poniendo —con condón, para evitar ETS—, y jugábamos a ir dando descargas eléctricas a la persona si te la querías follar. A medida que se lo iban pasando, se iban haciendo parejas, el electrocutado y el electrocutador. Para el final del juego ya había más de uno de rodillas, a cuatro patas o encima los unos de los otros.

Y así empezó la primera ronda de sexo del fin de semana. La orgía fue, pues, como cualquier otra orgía. Todos entre todos, compartiendo espacios, follando. Algunos en parejas, otros en tríos, incluso algunos cuartetos. Algunos tríos se iban combinando, a veces parejas se juntaban y tenían sexo entre los cuatro. Había mucha movilidad, y todo el mundo tenía el pene, la boca o el ano ocupados. Si no querías, no tenías por qué pararte a descansar, había acción para todos.

Quien dice echarse una siesta dice echarte un polvo

Tras horas de sexo, nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente, algunos vinieron diciendo que “no se podían ni sentar”, pero todos estábamos muy relajados y satisfechos. A lo largo de la mañana llegaron nuevos invitados, nos pasamos la mañana cocinando, hicimos paella y de postre otro dulce: mousse de chocolate. Después de comer, como muchos estábamos cansados, nos fuimos a hacer una siesta. Pero poco dormimos. La siesta no era más que un pretexto para ir a las habitaciones, donde se hicieron pequeñas orgías, un apetito de lo que vendría esa noche.

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Hacia las siete de la tarde llegaron los últimos asistentes y nos pusimos a tomar caipirinhas. Cenamos aquí el postre de repostería fue un dulce de coco y continuamos con el botellón. Hubo muchas tiradas de caña y entrada la una de la madrugada, muchos se fueron a sus habitaciones. En esta segunda noche de la orgía, todo se descentralizó un poco más. Había diferentes focos de sexo, divididos por todas las habitaciones.

Hasta las literas temblaban

La orgía más llamativa era la que tenía las literas, que estaban temblando. Dos o tres tíos en la misma cama, mientras la litera de arriba se movía con tanto ímpetu que parecía que fuera a excavar la pared. Los últimos en llegar, obviamente, eran los que tenían más ganas de follar y los que se juntaron en grupos más grandes. Al final todos acabamos encontrando un buen polvo escondido entre las diversas habitaciones de la casa.

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Se siguieron escuchando gemidos prácticamente hasta que salió el sol, y el olor a la mañana siguiente era el de una mezcla entre lubricante, semen, olores corporales y heces, algo que en mundillo gay se conoce con la palabra ‘santorum’. Tuvimos que ventilar la casa para que se fuera este imponente olor a semen. Fue, obviamente, la última orgía del fin de semana. Domingo estábamos todos ya cansados, y a excepción de un par que continuaron con alguna paja y mamada matutina, nos pasamos el día hablando de juguetes sexuales.

Los anfitriones sacaron una bomba de vacío para alargar el pene, un objeto que mejora la circulación momentáneamente y ayuda a tener mejores erecciones, y unos cockrings, unos anillos que se ponen en la base de los genitales para que la erección aguante más. Después, muchos se empezaron a ir y los que nos quedamos tomamos una lasaña para comer. A la tarde acabamos de darnos los últimos besos, hablar con aquellos que más nos habían gustado para repetir en privado y de despedirnos hasta la siguiente. Cada uno cogió el coche y se fue, pero con la certeza de que no era la última vez que nos íbamos a encontrar desnudos compartiendo cama, aliento y un finde cargado sexo y morbo.


* Artículo redactado a través de la experiencia de uno de los asistentes que ha preferido no dar su nombre para preservar su intimidad.