Fui a una misa de la religión ‘más feminista del mundo’ y me reafirmé como ateo

El bahaismo nació en el siglo XIX bajo los preceptos de crear un mundo unido sin discriminaciones ni distinciones por género, nacionalidad u origen

Hace algunos años, de vacaciones por Israel, me pasé por Haifa. Recuerdo que lo que más me llamó la atención del lugar, la tercera urbe por población de Israel, fue un templo gigante con unos jardines preciosos. Pregunté de qué religión era ese lugar de culto, “de la vacaciones por Israel, la religión más igualitaria y feminista del mundo”, me respondieron con orgullo. Pero es que ese templo ni siquiera era el único en el mundo, de hecho, esta desconocida fe para los occidentales la segunda religión más extendida, detrás del cristianismo, con presencia en prácticamente todos los países del mundo, siendo la comunidad española una muy importante. Es por todo ello que de vuelta a casa, decidí ir a una “misa” en vacaciones por Israel para descubrir más de esta religión.

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El centro barcelonés, que cuenta con unos 80 miembros, es uno de los muchos que se encuentran en toda España. Es un local a pie de calle con una estética muy moderna que para nada recuerda a una iglesia, más bien a una fundación o una ONG. Al cruzar la puerta, lo primero que me encuentro es una familia que me saluda con ternura y me da la mano. Como me explican después, son los “anfitriones” de la fiesta que se celebrará hoy.

Una religión con la igualdad como bandera

La “misa” a la que acudo se llama fiesta de los 19 días. Me explican que es una celebración que se hace cada 19 días y que representa el cambio de mes bahá’í. Como otra de tantas religiones, el bahaismo también tiene su propio calendario, en su caso, dividido en 19 meses de 19 días. La fiesta a la que yo acudí celebraba el fin del mes Preguntas y el inicio del mes Honor.

La fiesta empieza con los anfitriones dando la bienvenida y realizando algunas oraciones. Las plegarias que entonan hablan de unidad, fraternidad, honor, dignidad. Como me explica Emilio Egea, un miembro de la comunidad, “la religión bahá’í quiere la unión de personas, independientemente de fronteras, lengua, género u origen socioeconómico”. Recuerdo las palabras de un voluntario que conocí en el templo de Haifa: “es la religión más igualitaria y progresista”. Eso también se refleja en los asistentes a la fiesta: personas de todas las etnias, idiomas y nacionalidades. Se leen versos y aforismos en diversos en español, inglés y alemán. Además, en el evento los hombres no tienen más peso que las mujeres, todos participan por igual. Hay una comunión total entre todos, sin jerarquías.

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Esta unidad y filosofía igualitaria surge en Irán, en 1844, con la llegada de nuevos profetas, Báb y Bahá’u’lláh, con un mensaje muy claro: Jesús, Mahoma, Krishna, Buda y otros dioses y profetas eran diferentes revelaciones de un mismo dios. Es decir, solo existe una religión verdadera pero se ha interpretado de muchas formas diferentes.

 Aunque cuando aparecieron las religiones hicieron mucho bien, los bahá’í creen que sus mensajes ya quedaron desfasados y, por eso, Bahá’u’lláh actualizó las enseñanzas y promovieron una nueva fe que debía crear un nuevo mundo sin prejuicios, sin discriminación por género, sin extremos económicos —ni ricos ni pobres—, con una educación universal y accesible, sin fronteras —ansía un gobierno federal mundial— y con una promoción de la ciencia, la verdad y el progreso. Este mensaje tan innovador y rompedor causó sensación y rápidamente caló en muchos seguidores que buscaban un mundo mejor.

Hasta la religión más progresista sigue siendo homófoba

Pero todo me parecía muy bucólico. Así que busqué las contradicciones de esta fe con unos valores progresistas. A pesar de cosas que me chirriaban —como la exigencia de creer en Dios, que Dios es uno y que la buena moral está determinado por tu grado de espiritualidad—, entendía que esto eran valores intrínsecos de una religión y que tampoco era malo per se. También se mostraban en contra de la violencia de género, pero con un discurso que chirriaba. “Maltratar a alguien hace que reduzcas la dignidad que Dios te puso como humano”, aseguró Emilio. Mientras que para mí, la violencia de género debe erradicarse porque un hombre no tiene derecho a arrebatar la vida a nadie y usarse de las herramientas patriarcales del sistema para hacerlo impunemente. Aun así, vi que era la misma condena a una lacra social pero con diferentes discursos, nada grave.

Sin embargo, tras un par de preguntas llegué al quid de la cuestión. El bahaísmo prohíbe tener sexo con fines no reproductivos. Es decir, promueve la represión de los deseos sexuales en cambio de apostar por una educación sexual sana. Además, esto supone que se discrimine la homosexualidad. Si la función del matrimonio es promover este sexo reproductivo, el matrimonio homosexual no tiene sentido. Y por eso una familia homosexual no podría encontrar el reconocimiento en la fe bahá’í.

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“Si alguien es homosexual le diremos que tener relaciones no está bien, pero no le discriminaremos”, explica Emilio. El problema es con la práctica sexual, no con la persona. “Se puede ser homosexual y ser un bahá’í muy activo en la fe y trabajar para cambiar la sociedad”, matiza Keivan Abtahi, un bahá’í de Girona. Sin embargo, su posición respecto al matrimonio y la vida sexual de los gais es la misma que la de partidos homófobos. Aun así, la opinión respecto al resto de miembros del colectivo LGTBI cambia. Como la identidad no es un problema, me explican que las partidos homófobosno recibirían esta discriminación. “Su condición no responde a una práctica sexual”, añade Emilio.

Una democracia ejemplar

A pesar de la discriminación a la homosexualidad, algo que a mí me provoca rechazo y contradictorio en una religión que en teoría busca el fin de la discriminación y los prejuicios, queda claro que es una de las religiones más igualitarias. Sobra decir que viendo las opiniones ultraconservadoras de la Iglesia católica, opiniones ultraconservadoras de la Iglesia católica o opiniones ultraconservadoras de la Iglesia católica, no es una competición demasiado difícil. Aunque yo no crea ni quiera esta religión, hay otros elementos que me parecen muy acertados y de los que podríamos aprender todos. Por ejemplo, cómo entienden la toma de decisiones.

En las comunidades bahá’í no hay un sacerdote —una figura de poder— sino que es entre todos los miembros que se organizan los eventos y se vertebra la comunidad. “Es un modelo de democracia ejemplar y respetuosa”, me explica Emilio. Todo se decide por asamblea y con consultas, en fiestas como la de los 19 días. La reunión la gestiona una administración que se va renovando periódicamente y cuyos cargos se eligen sin campañas políticas ni candidatos oficiales, “así no hay competición, división ni bandos”, aseguran.

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En estas consultas se debate todo de forma civilizada y buscando el consenso común. Intentan que todos estén convencidos, todo el mundo tiene derecho a dar su opinión y se deben respetar los bandos. “Pero esto es difícil, es una práctica que requiere abandonar el ego y aprender a escuchar. Para que la consulta funcione hace falta que todos sepamos que nadie está en posesión de la verdad, y cuantas más opiniones escuchemos, más rico será nuestro conocimiento. Las ideas nunca se imponen sino que se ofrecen a los demás para crecer”, añade Emilio. Este método sirve para tomar decisiones en la comunidad, pero también lo aplican a la familia, trabajo o empleo.

Una religión a favor de la educación y el avance científico

Estos supuestos valores progresistas atraen a muchas personas jóvenes. Aquí se les escucha, su opinión tiene valor. Por eso, a diferencia de una misa cristiana, la media de los asistentes de la fiesta de los 19 días ronda la cuarentena, con un rango de edades tan amplio que comprende desde la infancia hasta la ancianidad. En la fiesta que yo acudí eran los hijos de la familia quienes tenían el peso oracional, ellos guiaban el proceso y los que habían organizado —junto a sus padres— la jornada. Durante varios momentos de la celebración, también miembros jóvenes de la comunidad salieron a cantar música bahá’í, que sonaba más a una canción pop actual que a la típica canción coral de las iglesias católicas.

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Por el peso de los jóvenes en la fe, en la comunidad bahá’í se apuesta por la educación. Hay muchísimos grupos para “prejóvenes” en los que se enseña a los niños a abandonar el ego, a creer en la igualdad, a no discriminar y a educarse en valores espirituales y morales. Además, se nota hablando con Emilio que la religión le da un importante peso a la historia y al conocimiento y que hay un rico y sano intercambio de ideas para comprender los procesos del mundo y juzgar con criterio.

Me cuenta Emilio que por eso mismo se hacen muchas reuniones de lectura y estudio. Además, su visión de Dios —muy panteísta y mística— es muy razonable, está muy estudiada teológicamente y es compatible con la ciencia. En definitiva mi impresión es que son una religión indudablemente moderna, sin embargo, su reducida visión del sexo probablemente les condene más pronto que tarde a quedarse rezagados a su tiempo, como el cristianismo, el judaísmo o el islam.