Cuatro jóvenes nos explican sus experiencias más extremas en Couchsurfing

Todas les cambiaron la vida. O, como mínimo, les dieron una buena anécdota que contar mientras toman birras con amigos

Gracias a los vuelos low-cost, las páginas de viajeros y los buscadores de alojamiento tenemos muchísimas herramientas para viajar gratis o a precios irrisorios. Una de las más usadas por los viajeros que no quieren gastarse un euro es muchísimas herramientas, en la que puedes contactar con locales para dormir gratis en su casa o hacer actividades y quedadas con las que conocer a fondo el país. Siendo una página web gratuita, cualquiera puede registrarse. Cualquiera. Y eso supone que es una las páginas que guarda en su historial de las historias más locas. Hemos contactado a cuatro jóvenes para que te expliquen sus peores y mejores momentos en los sofás gratuitos de medio mundo.

“Dormí en casa de un Diógenes que folló a mi lado”, Abel, 24 años, Barcelona

Fui un mes a Grecia. Monté el viaje por adelantado hoteles, trenes, autobuses…, pero me equivoqué reservando el hostal de la isla de Santorini y lo cogí para el mes siguiente. Lo descubrí demasiado tarde: en el aeropuerto, a punto de coger el vuelo a la isla. Me entró el pánico, abrí Couchsurfing y me puse a buscar alojamiento como un loco.

Envié dramáticos mensajes de ayuda por todos lados. Conseguí respuesta en uno que colgué en un grupo LGTBI de un hombre de unos 50 años que vivía en las casas-cueva de la isla. Me vino a buscar en un coche que desprendía un olor a tabaco más fuerte que la sala de fumadores de un bingo. Tenía el cenicero del coche lleno de cigarrillos usados, como si hiciera colección. En el trayecto de veinte minutos a su casa no dejó de fumar. Acababa un cigarro y encendía otro.

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Llegamos a su casa y me horroricé. Tenía síndrome de Diógenes, por lo menos: había montones de revistas y diarios, columnas de cajas, muebles rotos y cualquier cosa imaginable. Entre la mierda se abría un pasillo que llevaba de la puerta a la mesa, la cocina y la cama. No había sofá. Pensé que solo era una noche, así que me resigné, me puse el pijama y me metí en la cama.

La historia no acabó ahí, me dijo que había quedado con un chico de 18 años que había huido de sus padres homófobos. Llegó una hora más tarde y se metieron en la única cama que había, que era muy grande. “No tenemos pijama, así que dormiremos desnudos”. Me quise morir. Me dieron a entender que iban a follar y yo les di largas. Luego, literalmente, me dijo que pensaban que haríamos un trío. Les dije que no y que por favor no insistieran.

Me puse tapones y me quedé sobado. Probablemente follaron a unos centímetros de mí. No sé si me tocaron o qué hicieron, pero tampoco lo quiero saber. A la mañana siguiente me ofreció desayuno: una cesta de fruta medio podrida. Cogí mis cosas y me fui corriendo al hotel más cercano.

“Un tío quería hacerme un masaje hasta quedarme dormida”, Lara, 19 años, Zaragoza

Cuando cumplí 18 años no quería seguir en Zaragoza y me fui a hacer el típico viaje de mochileo por Europa durante un mes. En Berlín me decidí por Couchsurfing, y un chico alemán de unos 25 me ofreció su sofá. Cuando llegué a su casa, me dijo que “ha habido un problema”. “Mierda, seguro que me hace dormir en su cama”, pensé inmediatamente. Aseguró que tuvo que tirar el sofá por termitas y que solo tenía su cama.

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Me reí y le dije que traía saco de dormir, así que solo necesitaba el suelo. Pareció aliviado, como si realmente le supiera mal lo del sofá y tener que dormir conmigo. Pensé que quizá le había malinterpretado y que decía la verdad. Fuimos a ver la ciudad, me hizo de guía. El chico fue un poco raro, me dijo muchísimas veces —más de 20 o así— que le encantaban mis hombros y que quería hacerme un masaje.

Yo me quedé por el centro y él se fue a su casa. Cuando llegué, ¡sorpresa! Había caído “accidentalmente” café en mi saco de dormir y lo había puesto a lavar. Pero que podía dormir en su cama y que me haría un masaje que me quedaría dormidísima y relajada. Estuvimos un rato hablando y él se fue a trabajar —hacía turno de tardes en algún lado—. Fui a buscar mi saco de dormir. No tenía mancha de café, solo estaba mojado, así que me piré a un hostal cerca de Alexanderplatz.

Me envió muchísimos mensajes llamándome loca y zorra. Primero se hacía el indignado, después, a medida que le ignoraba, me dijo que era una “mala puta” por irme sin decir nada y, finalmente, me empezó a insultar con que no era suficientemente guapa como para creerme que él se rebajaría a tener sexo conmigo. Le reporté a los administradores de Couchsurfing y no volví a saber nada. Lo peor no fue la experiencia en sí, sino compartirlo con mis amigas y descubrir que todas hemos vivido situaciones similares en hostels, Airbnbs y otras plataformas. 

“Conocí a mi marido por Couchsurfing”, Alba, 29 años, Barcelona

Fui a Pune India a estudiar. A través de Couchsurfing busqué quién vivía por mi zona para hacer nuevos amigos. Encontré a un chico, Utkarsh, que se describía como fotógrafo amateur, con muy buenas fotos. Como yo también estaba empezando en la fotografía profesional, le hablé e hicimos buenas migas.

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Yo no le dije que iba a ir a la India, y aun así estuvimos hablando cada día por chat. Al final, cuando vi que era buen tío, le comenté que yo también estaba en su ciudad. Sin embargo, cuando dijimos de quedar me entró el miedo porque mi hermano me dijo que parecía un mafioso, así que me rajé y le di largas.

Al final, tras insistirme durante varios días, quedé con él cerca de mi casa por si tenía que salir corriendo a media cita. Yo me puse un vestido indio que compré sin saber muy bien qué era para demostrarle que me interesaba su cultura. Pero era un vestido muy, muy cutre, el equivalente a ir a una primera cita en chándal. Aun así, fue muy bien y hubo mucha química. Tanta que, casi cinco años después, estamos casados.

“Acogí a dos neonazis adolescentes que querían que les cocinara”, Mireia, 25 años, Barcelona

Hace cuatro años decidí acoger a alguien de Couchsurfing en mi piso. Cometí el gran error de aceptarles sin mirarme demasiado quiénes eran. Cuando llegaron, me encontré con dos adolescentes de Ucrania, de 15 y 16 años y con estética neonazi, que habían venido desde su país, a unos 3.000 km, haciendo autostop.

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Cuando llegaron estaban cansados así que les hice espaguetis para que no se murieran de hambre. Ese fue el problema. A partir de entonces se pusieron con exigencias y pretendían que les hiciera la cena cada día. Eso claro, trajo conflictos. Les dije que fueran ellos a comprar porque yo apenas podía pagarme el alquiler. Durante el tiempo que estuvieron aquí hubo otros muchos momentos raros. Por ejemplo, les di un peta y se quedaron muy fumados. También me desapareció la cartera y, en general, pasaban de todo.

Pero el momento más tenso fue cuando hablamos de política. Mi compañero de piso es independentista vasco y los chavales se pusieron en tensión. Luego, nos hablaron sobre la situación política de Ucrania y descubrimos que estaban a favor de los discursos ultraderechistas y neofascistas. Y nosotros muy de izquierdas. Hubo bastante tensión y discutimos. Seguramente no fue la situación más dramática de Couchsurfing, pero para nosotros fue una de las más raras.