Todas las civilizaciones que han habitado la Tierra alguna vez presentaban una cultura única colmada de matices. Y eso incluye, por supuesto, una cultura sexual única. Los griegos, por ejemplo, estaban muchísimo más abiertos a la homosexualidad que las sociedades mediavales. Los vikingos vivían la sexualidad femenina con una naturalidad inédita en su época. Y los aztecas ejercían presumiblemente el incesto sexual. En este sentido, el Imperio Romano no se quedó atrás en cuanto a particularidades carnales: llevaban a cabo una serie de prácticas que hoy nos resultarían impensables, la mayoría de ellas bastante condenables desde el punto de vista moral.
Es el caso de la pedofilia. Como explican desde Trendencias, “a las mujeres las casaban con 12 años y los hombres estaban casi obligados a perder la virginidad al entrar en la pubertad”. Una precocidad que estaba motivada por el deleite que les provocaba a lxs romanxs adultxs la dominación. Además, e igualmente escandaloso, la sociedad romana utilizaba a sus esclavxs como si fueran satisfayers. Sí, se acostaban con ellxs cuando querían, dando lugar a sesiones sexuales en las que el único objetivo era el placer del amo o de la ama. Eso sí, había reglas: no podían practicarles sexo oral a lxs esclavxs ni dejarse penetrar por ellxs. Ah, y las amas solo podían violar a esclavas.
No existía el consentimiento
Pero lxs esclavxs no eran lxs únicxs que sufrían la violencia sexual socialmente legitimada. También las mujeres en general y sin importar qué categoría social ocupase. Así, cuenta la historiadora Patricia González en su ensayo Soror. Mujeres en Roma, en la cultura romana no faltaba la violencia de género, las agresiones sexuales hacia las mujeres y las violaciones en el ámbito doméstico. Digamos que consentir era un término totalmente ignorado para los esposos de la época. Lo importante eran sus necesidades sexuales. De hecho, “si la mujer era adúltera, el marido podía matarla, o dejarle en la miseria social y económicamente”. Aunque el hombre sí que podía ser infiel.
Además, la sexualidad estaba presente en la vida social de modos muy diferentes a los actuales. Por ejemplo, y según escriben desde el citado medio, basándose en las teorías de González, “los romanos consideraban muy sospechosas las muestras de afecto en público”, por lo que no te encontrabas con parejas besándose ni sobándose por las calles. En contraste, había muchos artistas pornográficos que plasmaban sus deseos en frescos y en esculturas por todo el imperio y, para no faltar a la cita con la inmoralidad y la injusticia, los dueños de las tabernas ofrecían a sus camareras secretamente como prostitutas explotadas. Sin duda, debemos agradecer haber nacido 2.000 años después.