La obsesión de lxs consumidorxs occidentales con Shein es una locura: ya es líder del sector en ventas online y todo parece indicar que la cosa irá creciendo más y más. Sus precios te vuelven locx. Entras y te hacen chiribitas los ojos. Y, aunque has escuchado por ahí que las condiciones en las que se producen todas esas prendas tan baratas que te llegan a casa son lamentables, no tienes la certeza suficiente como para que eso te impida seguir comprándoles cositas. Pero no, no es ningún rumor: periodistas de la BBC han estado en el vecindario de Panyu, en la ciudad sureña de Guangzhou, también conocida como el pueblo Shein, y han confirmado todos los horrores que pululaban por ahí.
Después de visitar diez fábricas de la compañía y de hablar con más de 20 trabajadores y varios propietarios, “descubrimos que el corazón palpitante de este imperio es una fuerza laboral que se sienta detrás de máquinas de coser durante aproximadamente 75 horas a la semana en contravención de las leyes laborales chinas”. Más o menos el doble de lo que trabajas tú. En palabras de uno de los trabajadores entrevistados, “si un mes tiene 31 días trabajo 31 días”. Y lxs que más solo tienen un día libre al mes. Una barbaridad esclavista más propia de siglos pasados que no debería estar ocurriendo en pleno 2025. Eso no es vida. Eso no es dignidad. Es una tremenda tragedia.
Casi nadie tiene contrato de trabajo estable
Si ese pantalón tan mono que has adquirido con unos cuantos clics cuesta tan ridículamente poco es porque una mujer como Jiangxi, de 49 años, cobra una miseria por confeccionarla desde cero. Y hace muchas como esa. Muchísimas. Al fin y al cabo, se pasa entre diez y doce horas diarias sin levantar la cabeza de la máquina de coser. “Los domingos trabajamos unas tres horas menos”. Solo de pensarlo dan ganas de llorar. Y si eso ya es terrible, la cosa se pone peor porque, cuentan desde el propio medio británico, la marca reconoció el año pasado haber encontrado niños trabajando en sus fábricas en China. Y todo para que nosotrxs podamos seguir presumiendo de nuevos looks.
Además, ahí, en Panyu, casi nadie tiene contrato de trabajo estable: la gente se la pasa mirando en un tablón de anuncios para trabajar por piezas y ver cuántos yuanes consigue llevarse a casa ese día. Y si tienes mucha necesidad no puedes parar. Sigues y sigues hasta que la vista está tan cansada que apenas puedes enfocar porque de algo tienes que comer. Como dice David Hachfield, de la organización centrada en justicia social Public Eye, “es una forma extrema de explotación y debe hacerse visible”. Ahora lo es. Ahora lo sabes. A partir de aquí, la pelota está en tu tejado. ¿Volverás a caer en el fast consumism o priorizarás los derechos humanos?