Ayudé a mi madre a descubrir que siempre había sido feminista

Cuando el feminismo entró en mi vida me di cuenta que era defensora del término y de la causa antes de que tuviera nombre, algo que también le sucedía a mi madre sin que fuera consciente de ello

Si cierro los ojos y me imagino a una mujer fuerte pienso en mi madre. Si tengo que imaginarme a una mujer valiente pienso en mi madre. Si me preguntas por una mujer inteligente pienso otra vez en ella. Si tengo que elegir a una compañera, a una amiga, a una confidente, a una trabajadora, elijo a mi madre. La elegiría siempre. Estoy segura que esto le sucede a muchas de las mujeres que conozco y me rodean. Las madres son uno de nuestros principales referentes. Su amor y dedicación no pueden compararse al de ningún otro ser humano. En mi casa, y también de la mano de mi madre, me enseñaron siempre que el camino de la igualdad era el definitivo y el correcto pero la primera vez que se pronunció la palabra ‘feminista’ o ‘feminismo’ fue a través de mi boca.

Despiertas, con los ojos cerrados

El Día Internacional de la Mujer, en mi recuerdo, está un poco desdibujado. Recuerdo, cuando llegaba el día, a los hombres que me rodeaban felicitando a mi madre y a mí, como quien te felicita por tu santo. La implicación en algún tipo de lucha no existía pero estaba intrínseca en mi forma de ser y en mi pensamiento. A medida que fui creciendo, y gracias al contacto con otras mujeres, con otras ciudades y con otras culturas, entendí que esa batalla conllevaba un compromiso que tenía que ver —entre muchas otras cosas— con movilizarse y defender los derechos que nos corresponden desde el día en el que vinimos al mundo y desde el segundo en el que supimos que éramos mujeres. Sea cual sea el camino para ello.

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Tuve la suerte de vivir el cambio, de ser esa generación que ha tenido la experiencia de adentrarse en profundidad en los urgentes problemas que nos tocan e intentar, desde dentro, modificar los resultados. Alguna que otra vez nos salió bien, como el pasado año cuando el 8 de marzo se logró una movilización sin precedentes contra la desigualdad de género en todas sus vertientes brecha salarial, discriminación o violencia sexual. Caminé orgullosa por las calles de Barcelona junto a mis amigas las de toda la vida y las nuevas pero en parte las de siempre, que tenían los rostros pintados de violeta y en los ojos un destello que decía: “Lo estamos logrando”.

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Lo mejor de esa historia es que no éramos las únicas. En otro punto de España, concretamente en Tenerife, mi madre se armaba de valor y salía a la calle a defender sus derechos. A demostrarle a su entorno, a nuestra familia, al resto de trabajadores y a las conservadoras miradas del pueblo en el que está mi hogar, que ella también es feminista. Su forma de ver el mundo cambió, aproximadamente, un año antes de esta movilización. Y creo que es erróneo decir que cambió, lo que ocurrió fue que cobró vida. Que la llama interior que la convertía en aliada del feminismo siempre había existido pero aún no se le había puesto nombre. Uno de los primeros impulsores de esta rebelión fue un libro. Más vale Lola que mal acompañada, de Lola Vendetta.

Despiertas, con los ojos abiertos

Empezó con una foto de WhatsApp. Mi madre llevaba años con la misma imagen de perfil: un dibujo mío. Cuando tuvo el libro de Lola Vendetta entre sus manos eligió cambiársela y poner a una mujer comiéndose, de manera sangrienta, a un grupo de hombres. Ahora tiene otra, también de esta ilustradora, que representa a una mujer en una postura zen sobre la palabra ‘machismo’. Ese gesto llamó mi atención y me lancé a apoyarla porque vi que ella, aunque de manera sutil, estaba reivindicando algo que le daba rabia, algo con lo que no estaba de acuerdo. A partir de ahí, todas las visitas que tuve a la isla en la que me crié iban acompañadas de un discurso sobre el cambio, sobre la lucha de la mujer y sobre cómo el feminismo nos estaba uniendo y estaba llenando de sentido y de luz una batalla que siempre había existido, en parte, entre las sombras.

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Los referentes femeninos para mi madre habían sido, en su infancia, principalmente los de mi abuela, mi bisabuela y sus hermanas. En aquel entonces, en un silencioso pueblo del interior de Buenos Aires Argentina estas mujeres trabajaban en el campo y se encargaban de todas y cada una de las tareas del hogar. A veces me pregunto ¿cuáles eran sus sueños?, ¿los tienen aún?, ¿se plantearon en algún momento la posibilidad de hacerlos realidad? Quizás no tuvieron la oportunidad de ser quienes desearon, quizás se trata de una frustración que simplemente no tuvo lugar. Las circunstancias tienen mucho peso, para ellas, para mi madre y para todas las que no han tenido el espacio de ser, de una manera distinta a la impuesta.

En mi caso, el referente de mi madre cambia completamente de forma. Agradezco que no fuera la madre que preparaba los tuppers ni la que se hacía cargo de las tareas del hogar. Recuerdo, que un día me dijo: “Vi tantas veces cocinar a mi madre y a mi abuela, y ambas me enseñaron tantas veces cómo hacerlo, que no lo quiero hacer. No quiero cocinar. No quiero ser ama de casa”. Aún así esas mujeres sí que representaron para ella una figura de trabajo, de lealtad, de humildad y generosidad. Virtudes que viven en ella y que, de forma indirecta y directa, me inculcó a mí.

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Esa semilla del interior de mi madre, ese no deseo creció hasta llevarla a la pasada movilización. Y no fue lo único que cobró vida: peleó en su trabajo para tener los días de descanso merecidos y peleó porque sus derechos fueran respetados. Y lo consiguió. Ella y su compañera, las únicas con las que el negocio puede mantenerse en pie, cerraron las puertas el pasado 8 de marzo y salieron a la calle. Los hombres los jefes entendieron que sin ellas varios aspectos no podían hacerse realidad.

Con los ojos abiertos y juntas

La escucho, con toda esa llama por dentro, hablar de sus sueños, de sus deseos. De sus ansias por conocer el mundo, por viajar, por apuntarse a clases de baile, por ir al gimnasio, por ser y por estar de una manera distinta. Toda la lucha la ha llenado de fuerza y yo la miro orgullosa y le doy las gracias. Mi discurso jamás hubiera existido sin su enseñanza, sin su amor y sin su entrega. La dedicación, la lealtad y el valor que mi madre ha puesto en todo lo que la rodea me ha hecho la mujer que soy ahora. Ayudarla en este camino, regalarle libros que le permitan tener otra perspectiva, es una forma muy pequeña de devolverle lo que ella siempre me ha estado entregando. Y nunca dejaré de estar ahí para apoyarla.

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Hoy puedo hablar con ella, como siempre lo he hecho, de derechos, de valores, de batallas y de sueños. Compartimos, en nuestros diferentes contextos, una misma lucha y sé que, en la distancia por vivir en ciudades diferentes, vamos de la mano. Este año, este próximo 8 de marzo será la primera vez que iré a la manifestación junto a ella. Alzaremos las pancartas y gritaremos fuerte y será uno de los días más felices de mi vida. Ojalá todas las que tengan la posibilidad y las ganas puedan hacer lo mismo. Y si las circunstancias no lo permiten, es necesario que todas esas jóvenes que salen a la calle sepan que su batalla también tiene el granito de arena de sus madres, por muy pequeño que sea.