Todo comenzó con los mitos griegos. Como cuenta la experta en estudios de género Sandrine Aragon, de la Universidad de Sorbona, en una publicación para The Conversation, Hipnos, el dios del sueño, solía aprovecharse sexualmente de las mujeres dormidas. Dionisio se enamoró de la belleza de Teseo mientras esta dormía. Y “para las hechiceras como Melusine, el sueño era un momento de vulnerabilidad”. De una manera u otra, explica la propia Aragon, son muchos los mitos que animan a lxs espectadorxs a contemplar a las mujeres dormidas a través de los ojos lujuriosos de hombres todopoderosos”. Pero, como bien sabes, la cosa no termina ahí ni muchísimo menos.
Porque luego viene la Edad Media y sus cuentos populares. Piensa bien en La bella durmiente. Según esta especialista, “la versión más antigua, Perceforest, habla de un príncipe que, hallando atractiva a la princesa durmiente, la viola y engendra hijos con ella mientras permanece inconsciente”. Terrible. Clarissa, la novela epistolar de Samuel Richardson, narra cómo un seductor frustrado droga a una mujer a la que no consigue seducir y la viola. Ya en la modernidad, relatos como el de Drácula, en el que el protagonista invadía las habitaciones de las mujeres para chuparles la sangre, preservaban esa misma cultura de la violación.
El siglo XX no fue ninguna excepción.
”En El amante de Lady Chatterley (1928), de D. H. Lawrence, Mellors se acerca a la heroína mientras está medio dormida. En La casa de las bellas durmientes (1961), de Yasunari Kawabata, un anciano visita una casa donde puede tumbarse junto a jóvenes inconscientes. Aunque no las toca, su vulnerabilidad genera una inquietante tensión erótica. En Leónore, Toujours (2000), de Yves Simon, una mujer es violada mientras duerme por un hombre en el que confiaba, dejándole a él en estado de negación y a ella consumida por la culpa”. Es el mismo patrón repetido una y otra vez a lo largo ya no de los siglos, sino incluso de los milenios. Da para meditar.
Por supuesto, no se trata de entregarse a la censura. Esa realidad histórica está ahí. Esa literatura fue escrita y forma parte de la cultura de la humanidad. No obstante, y como defiende Aragon, su lectura, especialmente por parte de menores, debería ir siempre acompañada de un proceso de educación acerca del contexto histórico de la obra y de la interpretación moderna que hacemos de esos actos de violación. Es una oportunidad para hablar de consentimiento. Para reforzar los valores feministas. En cierto sentido, es un espejo en el que mirarse para ver todo aquello que no queremos volver a repetir. Para avergonzarnos y mejorar como sociedad.