Las fuerzas feministas llevan muchas décadas reclamando cambios socioculturales dentro de las empresas para que ellas pueden gozar de las mismas oportunidades que ellos a la hora de conseguir puestos de trabajo, promociones internas y mejores salarios. Porque ahora mismo no es así. No obstante, parece que la desigualdad en el entorno laboral va mucho más allá de todas estas cuestiones ampliamente conocidas por todxs -aunque negadas por algunos- y se cuela en el mismísimo ámbito de la salud mental: sí, según una encuesta del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, son más las mujeres que afirman experimentar un grado de estrés horrible en su trabajo que los hombres.
En concreto, según cuenta en una publicación en The Conversation el profesor de estadística y econometría Carlos Gamero, de la Universidad de Málaga, basándose en los resultados de esta Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo, “el 36% de las mujeres declaran soportar un nivel de estrés muy elevado frente al 31% de los hombres”. Pero ahí no queda la cosa: como explica este mismo especialista, “un estudio más detallado lleva a la conclusión de que las variables personales y laborales no explican esa diferencia en el nivel de estrés en contra de las mujeres”. No se trata de estilo de vida ni de la personalidad ni del puesto de trabajo. Es un fenómeno totalmente transversal.
¿Pero por qué?
Para Gamero hay unas cuantas razones claves. En primer lugar, está la mayor dedicación de las mujeres al trabajo familiar. Es evidente que, si además de tener que hacer frente a tu curro en la oficina, tienes que estar pensando en las tareas de la casa o en el cuidado de unxs hijxs, la movida se complica. Es más fácil que el cúmulo de responsabilidades te supere. En segundo lugar, y al menos para bastantes mujeres, más de las que habrán podido reconocerlo alguna vez, muchos entornos laborales destilan acoso. Y, una vez más, no es fácil centrarte y rendir cuando andas sufriendo las tonterías del babas de turno o cuando sientes las intenciones dudosas de tu jefe.
Y por último, pero no menos importante, están las propias consecuencias psicológicas de la discriminación. Al fin y al cabo, y puesto que las mujeres tienen que hacer mucho más que los hombres para conseguir los mismos premios profesionales a causa de un machismo cada vez más mudo pero aún presente, la autopresión impuesta suele ser muchísimo mayor. Te esfuerzas más porque sabes que necesitas hacerlo para que te vean. Te echas a la espalda más responsabilidades para poder impresionar. Y obviamente no es culpa tuya: simplemente estás jugando con las cartas que te han dado. Unas cartas muy mal repartidas. Principalmente porque la baraja sigue estando trucada.