Las redes sociales se han llenado de publicaciones de gente practicando el mewing: una técnica destinada supuestamente a mejorar la forma de la cara y que consiste básicamente en colocar la lengua en el paladar, detrás de los dientes superiores, cerrar los labios y la mandíbula y mantener esta posición mientras se respira por la nariz. Tendrás un rostro más perfilado, dicen. Y dientes más alineados. Y menos papada. Las promesas perfectas para que muchxs jóvenes con inseguridades se pasen el día haciendo piruetas con la boca. No obstante, y como dice la experta en anatomía Gema Díaz, de la Universidad Rey Juan Carlos, el mewing promete mucho, pero cumple poco.
Porque no existe ningún fundamento científico detrás de esta técnica. En palabras de la propia anatomista, “en la edad adulta la causa que más notablemente puede hacer cambiar la estructura de la mandíbula es la reabsorción del hueso debido a las pérdida de piezas dentales”, circunstancia que para nada deseas. “Fuera de esto, si queremos modificar significativamente la forma o disposición de nuestra mandíbula, tendremos que recurrir al uso de aparatos correctores o a la cirugía maxilofacial”. El resto, las cabriolas con la lengua, los bulos baratos de internet, los rollos de la influencer de turno, no van a darte el más mínimo resultado. Más bien todo lo contrario.
Y es que, según los conocimientos de Díaz, forzar la posición de la lengua puede tener consecuencias muy negativas para ti. Por un lado, te arriesgas a padecer alteraciones en la articulación temporomandibular. Por otro lado, te arriesgas a que efectivamente se produzca un desplazamiento de tus dientes, pero “no precisamente para alinearlos”. Al fin y al cabo, tu boca y tu dentadura son únicas, por lo que un gesto concreto con la lengua no tiene por qué contribuir positivamente. Y menos uno tan poco natural como ese. Tampoco va a ayudarte con la apnea del sueño, con la sinusitis, con los ronquidos o con el dolor mandibular. Es todo una gran tontería viral.
Aunque no una nueva. Díaz explica que el mewing nació de la imaginación del ortodoncista británico John Mew en la década de los setenta. Lo vendía con las mismas propiedades con las que comenzó a venderlo su hijo en el año 2012. Sí, fue él quien lo trajo de vuelta a través de su canal de Youtube y quien puso así a rodar una bola que se ha ido agigantando en los últimos meses. Pero el final de la historia lo dice todo: “No es de extrañar que en 2019 Michael Mew fuera expulsado de la Sociedad Británica de Ortodoncia acusado de proporcionar tratamientos inapropiados y de promover alternativas no respaldadas por la ortodoncia científica”. Di no al mewing.