“Es un miedo irracional, sé que los aviones son de los transportes más seguros, pero en cuanto el avión despegaba, yo me veía rodeada de llamas y muerta. Ahora lo llevo bien”, dice Aina, una catalana de 25 años que tuvo que ir a un cursillo para perder el miedo a volar antes de irse de Erasmus a Reino Unido. Tomó una de las clases para perder el miedo a volar de la Aeroteca, una tienda en el barrio barcelonés de Gràcia que vende y alquila por horas cabinas de simulación de vuelos y donde pasan desde pasajeros con miedo a volar hasta pilotos en prácticas. Es decir, unas máquinas donde puedes conducir aviones usando la realidad virtual y recreaciones reales de los controles de mandos pero sin peligro. Como mucho, matarás a una tripulación virtual.
Se sube Mariona, otra barcelonesa de 28 años. Frente a ella, en el cristal, se dibuja el aeropuerto del Prat Barcelona. Va a hacer una ruta corta, de Barcelona a Palma. "Comprobación de peso del avión, velocidad del viento, orientación de pista...", dice Montse, la instructora, mientras escribe en un papel lleno de números. Mariona y Jordi, el otro instructor, se ponen el cinturón. La aspirante golpea un teclado lleno de botones, parece muy segura de lo que hace. "Estoy tranquila, sí", asegura con un tic nervioso mientras juega con la hebilla del cinturón. Lleva ya más de quince meses en una intensa terapia psicológica pero ahora y gracias a conducir estos aviones, ha conseguido superar el miedo y poder coger un avión. El año que viene se va a Japón y ya se siente preparada. Su caso era extremo: “compré varios vuelos a los cuales ni me presenté porque me daba ansiedad subirme al avión”.
La aerofobia, su miedo a volar, no es algo anecdótico. El 25% de la población española miedo a volar en mayor o menor grado. Aina, que también la padece, cree que le viene dado por su padre. “Cuando estaba en Reino Unido y vino a visitarme mi familia, tuvieron que coger un tren porque no se atrevía a volar”, explica. Después de su Erasmus, se fue a hacer un máster a Estados Unidos, una aventura que no habría podido asumir sin pasar por estas clases. Eso sí, todavía no puede estar durante el despegue y aterrizaje sin estrujar la mano más cercana como si quisiera hacer zumo, por eso cruzó el atlántico acompañada de su mejor amiga.
Estas clases tienen dos fases y van dirigidas por un psicólogo y Jordi, el instructor de vuelo. Primero, "exploramos los fundamentos psicológicos del miedo", explica Jordi. Esta terapia, en los casos más extremos, va acompañada de otra más exhaustiva, por un psicólogo. Segundo, se aventuran en el funcionamiento técnico del avión, para entender al completo cómo funciona, qué rol tiene el piloto y qué medidas hay de seguridad. Finalmente, acaban conduciendo esta simulación, "usando imágenes de rutas reales para tener una inmersión profunda y ver que es un miedo que se puede superar y que es infundado". Al fin y al cabo, todos lo sabemos, es más probable morir de accidente de coche.
Si conduces un coche, puedes conducir un avión
La escuela tiene un porcentaje de éxito elevado. "1 de cada 3 novatos vuela sin problemas. ¡Es mucho! Imagínate un piloto que lleva años estudiando, es muy difícil que tenga un accidente", explica el propietario de la Aeroteca, también llamado Jordi. Esto fue lo que más ayudó a Aina a superar su fobia. "Viendo lo mal que hice durante la simulación y que no maté a nadie, me sentía más tranquila", recuerda por teléfono desde Los Ángeles, donde vive ahora por su máster, y con la calma de haber sido capaz de cruzar el océano más de cuatro veces ya. Ahora hasta vuelve a Barcelona para pasar las Navidades.
Estas simulaciones aéreas son tan reales que no solo sirven para superar el miedo, sino que los aspirantes a pilotos o incluso aquellos que quieren volver al ruedo tras una época de descanso las utilizan para practicar. Xavier, un catalán de 34 años, sale de una de las cabinas. “Es un piloto que quiere trabajar con Ryanair, por eso está usando esta cabina, el Boeing 737, una réplica exacta de los aviones más comunes de la compañía”, señala Jordi, el instructor. Se pasarán seis horas encerrados, practicando para sacarse las pruebas de acceso. "Aunque lo más recomendable es que el día del examen no diga que ha pilotado aquí o serán más exigentes con él". La recreación es tal que hay hasta los carritos de comida que cargan los azafatos de la compañía. ¿Tendrán también los típicos boletos de lotería que ofrecen con pesadumbre a cada vuelo?
Cerca de las cabinas de simulación de avión hay una sala con ordenadores proyectando millares de rutas aeronáuticas simuladas de todo el globo, siendo coordinadas para no chocarse entre ellas. Es la sala de controladores aéreos virtuales. Sí, la simulación aeronáutica es tan grande y real que hasta hay controladores aéreos gestionando el tráfico virtual mundial de esta red. Este sistema simulado, por lo tanto, no solo lo utilizan los pilotos en prácticas, también los futuros controladores están metidos. Por supuesto, las personas que vienen a perder el miedo a volar practican en las simulaciones fuera de esta red: porque si tienen un accidente podrían provocar el caos cibernético, y nadie podría soportar esta presión siendo novato o con una fobia.
Preparados para nieve, relámpagos y accidentes
“Llegué a pasarlo mal”, explica Mariona, recordando sus primeras incursiones en la simulación, cuando esta fobia estaba en el punto álgido. "Una vez me pusieron un vuelo afectado por tormentas y todo se movía. Me estresé muchísimo, me dio ansiedad". Es uno de los efectos de estas cabinas. “Sí, se pueden recrear tormentas y todas las condiciones climáticas. Además, algunas cabinas tienen la capacidad de provocar turbulencias o moverse de la misma forma que lo haría durante un accidente. Así el piloto se prepara para cualquier situación”, añade Jordi.
Aina y Mariona fueron afortunadas de vivir en Barcelona. Porque, según su propietario, la Aeroteca es uno de los pocos sitios en el mundo donde vivir estas experiencias. Solo otro lugar europeo, Holanda, tiene un centro dedicado a la aviación simulada. Por eso, tienen visitantes de muchísimas nacionalidades. Para descubrirlo no hace falta ser piloto, con entre 60 y 130 euros por hora puedes subirte a estas cabinas y viajar por todo el mundo sin salir de Barcelona.