Lo que jóvenes españoles viviendo en el extranjero pueden enseñarte sobre racismo

Cuando eres tú el inmigrante en un país desconocido es cuando verdaderamente te das cuenta de en qué consiste el racismo

“Los inmigrantes solo vienen aquí a robar y violar”, “nos quitan el trabajo”, “el gobierno se gasta mucho dinero en mantener a los refugiados”, son alguna de las perlitas que se pueden escuchar últimamente entre los sectores más radicales de la población de nuestro propio país. Aunque a algunos nos pueda horrorizar oír estos argumentos de mierda y nos parezcan espantosamente racistas, no todos deberíamos ir presumiendo de nuestra tolerancia, ya que como veremos más adelante, tanto el racismo como la xenofobia pueden adoptar formas y aspectos muy distintos y, aunque no nos demos cuenta, todos caemos en comportamientos que destilan cierto tufillo intolerante .

Según Mouna Tajer, una joven española y musulmana que lleva varios meses viviendo en Londres y que ha tenido que enfrentarse a todo tipo de discriminaciones en su vida, el peor tipo de racismo es el 'invisible': “Hay personas que ni siquiera se dan cuenta de que son racistas, y eso es lo peor porque entonces creen que es que no tienen que cambiar nada de su comportamiento.” Nos cuesta empatizar con el que es distinto, eso es innegable. Ya sea por sus costumbres, rasgos, procedencia o color de piel. Eso sí, a algunos más que otros. No obstante, eso es una característica básica de la naturaleza humana: el miedo a lo desconocido, a lo distinto, a lo que no acabamos de conocer o entender.

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Pero, ¿qué ocurre cuando somos nosotros mismos los que nos vemos obligados a emigrar a otro país en busca de un futuro mejor? ¿Estaremos entonces expuesto a las mismas situaciones de discriminación e incomprensión? Podríamos pensar que no, que quién nos iba a discriminar si la mayoría de españoles somos 'blancos europeos', pero la realidad es bien distinta.

Las distintas caras del racismo y la xenofobia

Aunque la esencia de estos dos términos sea la misma —la exclusión o rechazo a un colectivo— la principal diferencia está en que el racismo odia a la persona por su grupo étnico, mientras que la xenofobia odia a cualquier extranjero simplemente por el hecho de pertenecer a otro país.

Sorprendentemente, Mouna ha tenido que enfrentarse a ambas situaciones: “Soy española, pero también soy musulmana y llevo hiyab. Hay mucha gente que eso no le cabe en la cabeza”. A sus 23 años cuenta que se mudó a la capital inglesa en busca de nuevas oportunidades de trabajo. “Notaba que en España me costaba encontrar trabajo por el simple hecho de llevar velo, pero tampoco estaba dispuesta a renunciar a parte de mi identidad”. Conociendo la multiculturalidad de la que disfruta Londres, Mouna decidió probar suerte y mudarse a esta ciudad: “En pocos días tenía un trabajo de cara al público y sin tener que quitarme el hiyab”.

Pero lo que no se esperaba era que iba a sufrir discriminación no por su religión o etnia, sino por su país de procedencia: “Hay una idea muy extendida de que los españoles los estamos invadiendo, muchos opinan que venimos a quitarles el trabajo”. De hecho, se estima que en Reino Unido viven y trabajan alrededor de 200.000 españoles, siendo la segunda comunidad extranjera más numerosa por detrás de Polonia.

Al parecer, este país ha visto un incremento bastante preocupante de la xenofobia, sobre todo después de la votación del Brexit la cual parece que ha servido de excusa a muchos para dar rienda suelta a su odio. Sin ir más lejos, hace unos meses una española fue increpada y atacada en el metro de Londres por el simple hecho de hablar español. Pero ni el racismo ni la xenofobia necesitan ser tan obvios para existir, sino que en ocasiones son actos y comportamientos sutiles que para muchos pueden pasar desapercibidos, pero para los que los sufren pueden llegar a ser muy molestos.

María Núñez, una madrileña de 27 años que lleva dos viviendo en París, también ha experimentado este tipo de rechazo: “He conocido algunos franceses que piensan seriamente que los españoles somos más ignorantes y menos trabajadores que ellos”. María cuenta, incluso, que en más de una ocasión ha sentido que sus opiniones en el trabajo han sido ignoradas deliberadamente. “Hasta que no pasaron unos meses y realmente me hice valer por mi trabajo y mis capacidades, algunos de mis compañeros no me tomaron en serio. Muy triste, pero es lo que este tipo de rechazo”, recuerda indignada.

La soledad del extranjero:

Como si el hecho de lidiar con conductas discriminatorias no fuera suficiente para el expatriado/a, no hay que olvidar lo duro que resulta encontrarse en un lugar desconocido, en el que no entiendes ni la lengua ni estás habituado a sus costumbres. Para muchos, empezar en un lugar nuevo puede llegar a ser una aventura excitante y emocionante, una oportunidad de vivir experiencias nuevas y poner a prueba nuestras propias capacidades en un paraje lejano y desconocido. Pero la realidad es que emigrar está muy lejos de ser un camino de rosas.

Este es el caso de Rubén Valdivia, un joven 31 años que lleva más de tres viviendo en un pueblecito de los Alpes alemanes: “Los primeros meses no son nada fáciles. No entiendes el idioma y la gente de tu alrededor se frustra. Mis compañeros de trabajo prácticamente no me hablaban porque no entendía nada. Y claro, te sientes solo”. Además, los españoles también nos vemos obligados a lidiar con los típicos clichés en el extranjero. “En cuanto les digo que soy español, hacen referencia a los toros. También me preguntan que si en navidades bailamos flamenco. En fin, da que pensar”, apunta.

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Para María el idioma también fue un gran impedimento a la hora de socializarse: “Me fui a París llena de ilusión. Pensé que sería un sueño hecho realidad, pero al llegar aquí me topé con un muro”. Según la joven, aunque el idioma es realmente un impedimento para comunicarse y hacerse entender, es duro sentirse como 'el de fuera'. “Los primeros meses en mi nuevo trabajo yo era simplemente ‘la española’, no es para ofenderse pero que te pongan esa etiqueta es cansino, yo soy María, independientemente de mi procedencia”, se lamenta.

Experimentar para comprender:

Pero, ¿de dónde surge este deseo de mantener una cierta distancia con respecto al extranjero? Lo que está claro es que el principal problema reside en el desconocimiento y la incomprensión. “Desde luego que si volviera a España cambiaría muchos de mis comportamientos por lo que respecta a los extranjeros”, añade María. Su experiencia como expatriada le ha ayudado a vivir en sus propias carnes lo que es sentirse solo en otro país, y que además, te infravaloren por el simple hecho de ser de fuera: “Yo creía que era muy inclusiva y para nada racista, pero ahora me doy cuenta de que la discriminación puede esconderse en los detalles más insignificantes”.

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Rubén también cuenta que después de emigrar a Alemania ha aprendido que no hay que juzgar a nadie por su lugar de procedencia. “La vida da muchas vueltas y uno nunca sabe qué puede pasar. Yo nunca creí que viviría en Alemania y aquí estoy”, reflexiona. Además, resalta de que a diferencia de él, que se mudó por decisión propia, hay muchos otros que lo hacen por necesidad: “Si ha sido duro para mí no quiero imaginarme lo duro que debe ser para ellos”.

Después de leer la historia de estos tres jóvenes españoles, podríamos afirmar que, independientemente del país donde nos encontremos, siempre nos encontraremos con dos tipos de personas: las que te hacen sentir a gusto y te reciben con los brazos abiertos, y las que te miran con recelo y no hacen ningún tipo de esfuerzo por entender qué haces en su país. Lo que está claro es que está en tus manos decidir qué tipo de persona quieres ser.