La gente que limpia los baños del Primavera te cuenta el asco que damos cuando vamos de festival

En el Primavera Sound hay 1.245 baños y 150 personas que se dedican a mantenerlos limpios, un despliegue único para hacer desaparecer nuestras heces al instante

Sobre la arena, y dispuestos en forma de semicírculo, hay una fila de unos 20 baños, todos con dos circulitos rojos al lado del mango de la puerta, señal de que tienen el pestillo bajado. Hay gente esperando a la puerta de cada uno de ellos, chicos y chicas, indistintamente, además de un chaval con una fregona en una mano, un cubo en la otra y una gorra oscura sobre la cabeza. De fondo, suenan los bajos de varios temas de música electrónica. Richie Hawtin en la más cercana. Yung Beef en la de más allá.

Me aguanto las ganas desde hace un rato, hasta que sale un tipo de una de las cabinas de plástico y me dice: "pasa, que está limpio y hay papel". Los dos sabemos que es algo insólito a las tres de la mañana en un festival. Mientras hablamos y avanzo, el chaval de la gorra se me adelanta, está al acecho para, cada vez que se libera un baño, escabullirse veloz, tirar de la puerta y pasar la fregona por todos los rincones del cubículo de plástico. "Ya está", me dice con una sonrisa menos de un minuto después.

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Entro y pienso, por enésima vez en tres días, que los baños del Primavera Sound no huelen a meado como si los orines estuvieran incrustados en sus paredes desde hace meses. Es algo que me flipa desde la primera vez que pisé el festival. A diferencia de todos los lugares donde se aglomeran miles de personas, no suele haber mucha fila y normalmente tienen un aspecto decente, si no impecable. La respuesta viene desde la organización: para un pico de 220.000 espectadores en tres días una media de algo más de 70.000 al día, el Primavera Sound tiene 1.245 baños constantemente supervisados por un ejército de 150 limpiadores y limpiadoras. O sea, hay menos de 10 baños por cada uno de ellxs. Teniendo en cuenta los turnos, tal vez 20.

Más limpios que en tu casa

Los baños más relucientes son los que están en la entrada. Esos sí que están más limpios que los de tu propia casa. Las papeleras siempre vacías, las paredes blancas, los depósitos de desinfectante de manos siempre cargados y, por supuesto, papel. "¿Cómo lo hacéis para que esto esté siempre impecable?", le pregunto a dos mujeres que esperan también su turno para eliminar cualquier huella humana que pueda quedar entre las tres paredes y la puerta del lavabo.

En esta ocasión, el visto bueno viene de unas luces situadas en la parte de arriba de los baños que se iluminan como si fuera el pasillo del avión, pero cambiando de rojo a verde. "Somos muy buenas trabajadoras", contesta la más alta, de camiseta roja y gorra blanca, mientras la otra, una latinoamericana a la que no alcanzo a preguntar su país de origen, sale disparada para meterse a inspeccionar un váter.

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"¿Qué es lo peor que te has llegado a encontrar?", les pregunto directamente. Silencio, una mirada y una risa. "¿Mierda?", insisto para ver si provoco alguna respuesta. Y sí. Mierda en el váter. Mierda en las paredes. Mierda en la escobilla. Mierda en los espejos. Mierda sobre mierda. Y sobre papel. Y sobre meados. Y sobre vómito. Y sobre basura. Y sobre el móvil que alguien se le ha caído a alguien en el suelo sin darse cuenta. Y sobre la chaqueta que se le resbaló a alguien. En definitiva, damos asco y de eso ellas saben un rato —y tú también lo sabrías si fueras un poco más consciente de todo lo que generas en una noche de fiesta—.

Los humanos meamos entre seis y siete veces al día, pero teniendo en cuenta que en los festivales se bebe, podríamos reducir la cifra a unas seis o siete veces durante las 12 horas que te tiras allí. Eso, multiplicado por el número de visitantes, suma un total de 420.000 meadas. De media, cada evacuación son 1,4 litros... para un total de 588.000 litros. Eso, solo los líquidos. La cuarta parte de una piscina olímpica. Y ni toda la logística impidió que hubiera zonas donde un olor fecal se te impregnara en las fosas nasales o que los más desesperados mearan en las zonas de bambú.

No es oro todo lo que reluce

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Como tía, siempre que llego a una fiesta, antes de que se desmadre todo el panorama, arranco un trozo de papel higiénico suficiente para sobrevivir toda la noche y me lo meto en un bolsillo seguro. Esta vez llegué a casa con él. Solo un par de veces, después de un concierto muy masivo, creo que había terminado de tocar Tame Impala y los baños estaban a reventar, intenté meterme a uno de hombres y me arrepentí. Sí, los de las chicas también tienen papel acumulado en el váter y meadas que se han escapado fuera de la taza, pero lo que vi en esos 25 metros cuadrados eran para salir corriendo. Tienen una especie de naves espaciales donde pueden mear de cuatro en cuatro lo que envidio pero estaban rodeados de charcos que entre la oscuridad supuse que eran de color amarillo y calentitos. De hecho, un amigo me contaba que más de una vez se ha encontrado bolas enormes de papel obstruyendo el hueco, no sabemos si es para no salpicar o por qué, pero eso hace que el líquido se salga de su carril y se derrame.

El olor me dio arcadas. Intenté entrar a siete, ocho cabinas y me dieron tanto asco que desistí. Más mierda. Por todos lados. Las cadenas tienen su truco. Es un pedal negro que se encuentra en el suelo para que no tengas ni que tocarla, pero es verdad que hay que pulsarla unas cuantas veces para que se trague un trocito de papel. Basta con eso para hacerle la vida más fácil a quienes vienen detrás y, sobre todo, a lxs héroes que limpian nuestros baños. Puede que cuando estamos de fiesta sea difícil pararse a pensar en preservar la limpieza de los baños, pero la realidad es que no cuesta nada tener la delicadeza de acertar con el chorrito o no atascar el baño con una montaña de papel. Además de hacerles la vida un poquito más fácil a lxs demás dejarás de dar bastante asco. Y eso ya es bastante.