3 jóvenes explican por qué los estereotipos de género les jodieron la vida

No encajaban en ninguna parte, era como si se encontraran en tierra de nadie

Cuando Cassandra Vera era pequeña, se dio cuenta de que no encajaba en Cassandra Vera. Esta joven de 22 años, conocida en toda España por haber sido ser Cassandra Vera, nació con el cuerpo considerado de hombre. Pero eso no significaba que quisiera ser fuerte, jugar al fútbol y no llorar nunca. Y, aunque, tenía muy claro que era una mujer, tampoco acababa de sentirse cómoda entre las niñas porque sabía que si les explicaba que era como ellas, la tildarían de "maricón" o "afeminado". No encajaba en ninguna parte, era como si se encontrara en tierra de nadie.

"Incluso el colegio fomentaba esos falsos estereotipos. Nos separaban a la hora de jugar. Y si una niña decía que quería jugar al fútbol, le contestaban que no podía, que eso era para niños", cuenta Cassandra al hablar de una realidad que, a lo largo de los años, ha perjudicado a un incontable número de personas —transgénero y no trangénero—  que no se sienten identificadas con los papeles que se dice que todos debemos adoptar en función de nuestro género. Algo que nos ha llevado a querer conocer las experiencias de algunos jóvenes para que entendamos, de una vez, por qué es tan importante acabar con unos arquetipos que dicen que a los niños les gusta el color azul y a las niñas el rosa.

Cuando la presión social puede contigo

No entrar en los estereotipos de género es una cuestión de azar. A todos podría habernos pasado. "Hay muchos factores que configuran nuestra personalidad, como biológicos, educacionales, culturales, situacionales y referenciales, entre otros. Si la familia acepta la forma de ser de su hijo, el niño llevará con naturalidad una muñeca a la escuela o la niña una pelota", indica la codirectora del Instituto de Sexología de Barcelona, Carme Sánchez, sobre un comportamiento que, cuando Cassandra intentó protagonizar en su instituto de Murcia, le hizo vivir situaciones plagadas de frustración.

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Una fue en una obra de teatro sobre la Antigua Roma en la que designaron papeles femeninos a las chicas y masculinos a los chicos sin que Cassandra estuviera conforme. A ella le habría gustado ser una "diosa romana", por lo que no pudo evitar pensar que su verdadero yo estaba atrapado en un cuerpo que no sentía suyo. Aunque, al mismo tiempo, le resultó imposible expresar su deseo porque el miedo a ser discriminada no paraba de perseguirle. Una emoción que también sintió en bachillerato cuando, al atreverse a vestir de forma "más femenina" y a llevar bolso, fue rechazada por sus compañeros a base de burlas e insultos, como "nenaza".

"Por dentro pensaba: 'si ya pasa esto y no he salido del armario, es impensable hacerlo porque la gente va a la mínima a por la persona diferente'. En mi pueblo no hubo ninguna persona transgénero. Al empezar el bachillerato, salir del armario era mi principal plan…", dice Cassandra al recordar el momento en el que su objetivo se vio frustrado a causa de una presión social que le privó de ser la persona que siempre había querido ser. La misma sensación que llevó a Paula Casadesus a engañarse a sí misma en otro punto de España.

Esta joven de 22 años pasó toda una infancia en Barcelona vistiendo en ocasiones 'como una niña' y en otras 'como un niño' y, al mismo tiempo, sin sentir ningún interés por "estar sentadita", hablar de ropa o maquillaje ni seguir las modas. Incluso le molestaba que una chica tuviese que ser fina y no pudiese "decir tonterías". Pero un año después de pisar el instituto, todo cambió. Las mofas de sus compañeros le hicieron sentir tan inferior que consideró que esconder su verdadera personalidad era la mejor opción para sobrevivir en clase. O, lo que es lo mismo, ser como la sociedad decía que debía ser para no sufrir un bullying constante.

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"Cambié por presión social. Empecé a comprarme revistas como Elle y Vogue, a estar más quieta y a vestirme como la adolescente que la gente esperaba", cuenta Paula, que también reconoce que esa actitud solo hizo que importunar uno de los mejores años de su vida. Porque, como apunta la sexóloga Sánchez, "cuando una persona no es ella misma, tiene una identidad interna —la verdadera— y la que muestra a los demás. Eso crea disonancias cognitivas y hace que la persona se sienta más insegura y con menos autoestima porque no actúa en base a como realmente piensa". Dicho de otro modo, provoca que no se quiera lo suficiente porque en ningún momento ha elegido ser la persona que ven los demás.

Cuando tu entorno no te reconoce

A Álvaro García, de 22 años, le gustó bailar, jugar a cocinitas y a fútbol desde pequeño. Cuando este joven barcelonés llegó a la adolescencia, era común que estuviera escuchando a las chicas y aconsejándolas con sus problemas y, al mismo tiempo, estaba muy lejos de ser agresivo, pegarse y tener la chulería que definía a los "tíos guais". Una actitud que, aunque le hacía ser fiel a sí mismo, le convirtió en "el amigo gay de las chicas sin ser gay". Y eso acabó repercutiéndole más de lo que jamás había imaginado.

"Ninguna chica me veía como un potencial follador y la que fue mi novia durante unos meses se decepcionó porque esperaba que fuese de otra forma, que fuese un C. Tangana", recuerda Álvaro y, acto seguido, añade que con el tiempo, estas experiencias le hicieron plantearse si era homosexual y, del mismo modo que ocurrió a Cassandra, sentir que no había lugar para él —no podía identificarse con lo que presuntamente debía ser un hombre y tampoco era una mujer—.

"Tenía mucha ansiedad porque no sabía que estaba haciendo aquí, no me plantee suicidarme, pero la vida dejó de gustarme porque no entendía nada de lo que veía", cuenta Álvaro para expresar hasta que punto todo su mundo se vino abajo. "Se vuelven más introvertidos, inseguros, pueden tener problemas de relación social y de rendimiento académico y, a la larga, problemas de salud mental, como depresión o ansiedad. Algunos pueden llegar a suicidarse", indica la experta sobre unos síntomas que pueden manifestar las personas cuya personalidad es rechazada por su entorno.

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Cuando el Estado no te reconoce

Una fatídica experiencia de repudio similar, la tuvo que vivir Cassandra al ser juzgada por sus controvertidos tuits. A pesar de que sus publicaciones en las redes habían denotado de sobra que era una mujer transgénero y en investigaciones de la Guardia Civil se la había tratado como tal, la Fiscalía y la Audiencia Nacional se dedicaron a llamarla por su antiguo nombre y, por tanto, a no reconocer su verdadera identidad de género. Y, como asegura Cassandra, ni siquiera sirvió de nada que su defensa intentara evitar esa catalogación alegando que en otros juicios de personas transgénero sí que se había utilizado su verdadero nombre.

"Se aprovecharon de que el nombre que aparece en el DNI aún no estaba cambiado. Me trataron de ese modo por la memoria histórica de un fascista", apunta Cassandra y, añade, que eso le hizo sentir "humillada". Porque, por ejemplo, una cosa sería haberla identificado al inicio del juicio con su nombre legal, el que aparece en el DNI, y otra muy diferente fue referirse a ella en masculino durante todo el proceso. Y por si aquello no fue suficiente, también recibió un aluvión de tuits tránsfobos en los que le llamaron "travesti", "travelo" y "enfermo mental", entre otros, para negarle, otra vez, lo que siempre había sido: una mujer. "Me llevé una decepción. Me di cuenta de que no hemos avanzado tanto ni lo hemos hecho todos. Lo que se ha aprobado en el Congreso no se traduce en la sociedad", lamenta Cassandra.

Las injurias que vivió durante aquel periodo es una de las cosas que le lleva a decir que para que nadie más debería sufrir por no corresponder a los falsos estereotipos de género, debe modificarse la educación y esperar a que haya un cambio generacional, que las futuras generaciones dejen elegir a sus hijos ser las personas que quieran ser. "Los niños deben tener la oportunidad de autodefinirse, elegir que les gusta, como quieren ser", dice Cassandra para, acto seguido, volver a recordar que no existe un modelo único de hombre ni de mujer. "Cuantas veces me habrán dicho: ‘si quieres ser mujer tienes que ser así’. Pero, en realidad, no tengo que salir con tacones a la calle si no quiero o puedo ir en chándal si quiero. Por mucho que no me adapte a lo que dicen, sigo siendo una mujer".