El síndrome de Bovary o por qué las películas amorosas que te montas solo te traen frustración

Cuando el deseo te lleva a imaginarte cómo te gustaría que fuera tu vida comienzas a confiar excesivamente en esas expectativas

Te ha pasado más de una vez, sobre todo cuando te ha gustado alguna persona. Realmente, nos ha pasado a todos, así que probablemente te sientas identificadx con este panorama. Este sería el escenario: imagínate que ahora estás profundamente enamoradx. Cada día tienes la posibilidad de encontrarte con esa persona, hablas con él o con ella, intercambian momentos juntos, conversaciones, ideas, risas… pero no pasa más allá de ahí. Parece que quien te gusta no siente lo mismo por ti.

Cuando tienes momentos a solas, en medio de la intimidad contigo mismx, comienzas a imaginar cómo sería tu vida teniendo una relación con quien te gusta: qué planes podrían hacer juntos, qué le dirías en tal o cual ocasión, qué conversaciones podríais tener, qué momentos podríais compartir, etcétera. Y lo imaginas y te montas toda una película completa sobre cómo sería. Eso que te ocurre y por lo que todos hemos pasado se llama bovarismo o Síndrome de Bovary. Y sí, es un trastorno del comportamiento.

Las expectativas que ciegan

Este síndrome representa el estado de insatisfacción crónica que tiene una persona especialmente en el campo afectivo o amoroso y que ha sido producido por el fuerte contraste o choque que existe entre sus ilusiones y la realidad, que suele generarle frustración. El nombre de Bovary viene –efectivamente- de la novela Madame Bovary de Gustave Flaubert. En ella la joven Emma está casada con Charles Bovary, un médico de pueblo, que la ama pero es incapaz de entenderla y de hacerla feliz por las altas expectativas que ella había depositado en su vida. La protagonista trata de conseguir lo que busca y al final nada termina sucediendo como ella esperaba.

Alimentar el amor con ilusiones e imaginaciones puede no siempre acabar bien, de hecho no es buena idea potenciar estos ideales porque después, cuando los hechos son otros a los esperados, se produce tristeza e insatisfacción. El síndrome fue utilizado por primera vez en el año 1892 por el filósofo Jules de Gaultier que explicaba que las personas que sufren este trastorno tienen una serie de síntomas:

Adictxs a temas amorosos. Siempre están buscando al ‘amor de su vida’ para poder llegar a ese ideal que tienen en la imaginación sobre lo que una relación significa. Probablemente tenga relación con lo que han leído o visto en películas o series. Tienen insatisfacción constante. No disfrutan con su día a día ni valoran lo que poseen porque están inmersas en cómo debería ser su vida y los motivos por los cuales esta proyección propia no llega a cumplirseSe fijan en personas imposibles. No pueden, por lo general, mantener una relación seria o duradera porque persiguen unos ideales que no existen y que no encuentran en las personas que les atraen. Intentan que esas personas cumplan con lo que quieren pero, al no conseguirlo, se frustran y boicotean la relación.

Lo que sucede es que las expectativas nublan la realidad, sobre todo si éstas se fijan como metas. No está mal tener ilusiones ni imaginar cómo nos gustaría que fuera nuestra relación o nuestra vida pero nos equivocamos y nos puede producir mayor dolor cuando comenzamos a obsesionarnos con ello y consideramos que esa es la única manera en la que podríamos ser felices. Quienes sufren este desajuste entre sus deseos y la realidad, que es otra, no dan importancia a ello porque creen que es natural tener esos ideales continuos. Ahí es donde reside uno de los principales inconvenientes: la persona no hace nada por cambiar y alejarse de esas fantasías que al final le producen insatisfacción.

Dejarse a uno mismo

Igual que cualquier otro trastorno, es posible hacer que este estado desaparezca. Para que eso suceda, el trabajo debe ser en profundidad ya que la persona está muy acostumbrada a pensar constantemente de esta manera. Uno de los principales inconvenientes es que quien padece el Síndrome de Bovary, comienza a copiar los gustos de la persona que le atrae. No solo los gustos sino también las aficiones o hasta la manera de pensar o de cómo se viven las cosas. Esto también pasa porque quien sufre el síndrome, y consigue encontrar alguien o algo que se parezca a lo que se había imaginado, desarrolla un temor por el abandono de esa persona.

La melancolía es uno de los principales estados de ánimo de estas personas y deben detectar rápidamente qué les hace sentirse de esta manera. Quienes tratan a las personas con este síndrome explican que uno de los orígenes puede estar en el hecho de haber sufrido ciertas carencias afectivas o incluso abandono. Para no volver a sentir esas sensaciones o revivir esas experiencias desarrollan, incluso, la necesidad de estar continuamente cerca de la persona que les guste hasta el punto de ser emocionalmente dependientes. Obviamente este caso en concreto se encuentra dentro de los casos más avanzados.

La forma de ponerle fin a este síndrome es, en primer lugar, descubrir que lo sufrimos, atendiendo de forma muy específica a nuestra manera de pensar y de sentir. No es cuestión de obsesionarnos y de impedirnos a nosotros mismos tener ilusiones, simplemente no debemos permitir que se conviertan en nuestros ideales a conseguir. Si este tipo de comportamiento va más allá debemos acudir a un especialista que pueda evaluar el caso y que, a través de técnicas como focalizar nuestra atención en la realidad y detectar cuáles son sus aspectos beneficiosos, pueda ayudarnos a abandonar las fantasías que pueden, posteriormente, hacernos infelices.