La jodida experiencia de tener tensión sexual con tu compañero de piso

La tensión sexual con tu compañero de piso llevarte desde a un éxtasis de felicidad hasta a un estado de locura

Es posible lidiar con el hecho de tener un rollete en el trabajo, en las clases de inglés, en el gimnasio o, en realidad, en cualquier sitio que no sea tu casa. ¿La razón? Este último lugar debe ser un refugio infranqueable en el que dejas al otro lado de la puerta todo lo malo de la jornada e invitas a entrar a aquellas cosas que te han alegrado el día. Tú decides, y eso te da una tranquilidad inmensa.

Sin embargo, esta sensación puede evaporarse fácilmente si, por alguna razón, acabas teniendo tensión sexual con tu compañero o compañera de piso. Porque, os hayáis acostado o no, estarás casi siempre pendiente de, por ejemplo, a qué hora vuelve a casa, de si se sentará a tu lado en el sofá o de si terminará pasando algo entre vosotros. Un cóctel explosivo de emociones que puede llevarte desde un éxtasis de felicidad del que no quieres marcharte nunca hasta un estado de locura que no recomiendas a nadie.

Cuando sexualizas todo tu entorno

Convivir con una persona con la que tienes tensión sexual hace que tu vida cotidiana esté plagada de un nerviosismo y una atracción que hace que casi siempre pienses en sexo cuando estás en casa. Prueba de ello es el clásico momento de la noche en el que estás tirado en el sofá mirando la tele en pijama, despeinado y medio dormido para, en unos minutos, decirle adiós al día. Pero todo cambia cuando le escuchas entrar.

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A medida que sus pasos se aproximan por el pasillo, te reincorporas, te arreglas un poco el cabello, te das un par de cachetes suaves en la cara para espabilarte y vuelves a fijar la mirada en el televisor. Todo ello en solo cinco segundos para que te vea lo más decente posible y así recibirle con un "hola" que se mueve entre la simpatía y la indiferencia —falsa, claro—. Después se sienta a acabar la película contigo vetándote cualquier opción de concentrarte para poder seguir el argumento. Ya solo puedes pensar: "¿vendrá conmigo a la cama o no? ¿Pasará algo hoy o no?".

Esta situación se repite en un bucle que nunca termina y siempre entre las paredes de vuestra casa. Al encontraros lavando los platos por la noche cuando tú luces tu pijama más corto —estaba más que preparado—. Durante esas cervezas de los viernes que alargas infinitamente aunque a las dos horas de estar vuestro salón ya estés aburrido. O al lavaros los dientes cuando, ya sea por casualidad o no, el resto de compañeros están durmiendo. Todos estos momentos pueden terminar con un polvo descomunal en el que descargas toda la tensión acumulada o, bien, con un besito de amigos que solo hace que la atracción suba como la espuma.

Del buen rollo a los celos solo hay un paso

Sin embargo, la peor parte de dejarte con las ganas viene cuando, por ejemplo al día siguiente, se presenta en casa con otro ligue. Al ser amigos y compañeros de piso, tú no puedes hacer más que saludar y sonreír en plan “me la suda lo que hagas” —mentira—. Aunque saber que la persona que dormirá con él o ella podrías ser tú, hace que, de repente, todo tu mundo se derrumbe. Es entonces cuando los celos irrumpen en el piso, se pierde todo rastro de tranquilidad y, entonces, tu casa deja de ser tu casa.

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Si ya has pasado por la situación anterior, ahora es el momento de recuperar el control de tus impulsos para que tu hogar vuelva a ser tu refugio. El primer paso para conseguirlo es dejar de estar constantemente pendiente de él o ella, de lo que hace y, sobre todo, con quién lo hace. Es normal si no puedes hacerlo de un día para otro, pero puedes empezar por pequeños gestos. Por ejemplo, cuando llegue para la película de la noche, no te reincorpores, ni te peines, ni te despiertes —haz como si no estuviera—. Porque volver a hacer las cosas del mismo modo que hacías cuando no había tensión sexual, es la forma de volver a cuidarte a ti antes que a él o a ella. Y eso es algo que, indiscutiblemente, te dará más seguridad porque sabes que estás empezando a no estar a su merced. Vuelves a ser tú.

Cortar por lo sano y saber prevenir

Sin embargo, esto no es suficiente para dejar de desearle. También deberás armarte de valor y no estar receptivo cuando se le ocurra flirtear de nuevo. Sé que te morirás de ganas de darle un beso, pero para liberar la tensión y aguantar, háblale de lo mucho que te gusta, por ejemplo, ese compañero de trabajo, amigo o dependiente del Starbucks. De este modo, ella o él también se animará a contarte sus cosas y, con el tiempo, la atracción que hay entre vosotros se irá evaporando. 

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Será en ese momento cuando empieces a mirarle con otros ojos y entonces, por primera vez en mucho tiempo, verás sus defectos. Los mismos que te ayudarán a bajarle de ese pedestal y a tratarle como a un amigo/a con quien tienes un vínculo especial porque ya os conocéis de un modo más íntimo. Y todo ello permitirá que no le desees a cada hora y, así, que tu casa vuelva a ser tu casa de una vez. Sin embargo, eso no quiere decir que el rastro de la tensión sexual que tuvisteis desaparecerá por completo. Por mucho que podáis ser amigos, quereros y apoyaros, no hay duda de que vuestra mecha, ahora parcialmente apagada, podrá volver a prenderse en cualquier momento. Aunque, en ese momento, la diferencia será que tú ya sabrás jugar a este juego y que podrás disfrutar de lo mejor de su sexo sin llegar a rozar la locura.