Tocofobia: cuando tu embarazo es un infierno y te tachan de loca

La tocofobia es un problema psicológico real que afecta a un 14% de las mujeres pero la misoginia y la violencia obstétrica hacen que casi nadie conozca ni el nombre.

Cuando escucho a la gente hablar de lo bonito que debe ser estar embarazada, sentir una vida creciendo dentro de ti y todo eso, normalmente me callo porque si digo lo que pienso al respecto al menos delante de gente que no es de confianza tengo bastantes papeletas de que me miren regular tirando a mal. Ojo, que lo entiendo, sé que lo que estoy a punto de decir suena fatal, pero es la verdad: a mí lo de imaginarme a mí misma preñada me da entre pánico y grima. Tener una vida creciendo dentro de mí me hace pensar en la sensación de haberme bebido una pecera con un pececito centro, a estar rellena de líquido con un ser extraño moviéndose dentro de mí haciéndose cada vez más y más grande sin que yo pueda detenerlo. Qué angustia. Me suena a peli de terror. A parásito intestinal. A Alien. A contemplar horrorizada cómo mi cuerpo se deforma para acomodar a una criatura en un espacio que no siento preparado ni predestinado para ese fin. No, no odio a los niños, tampoco odio a las personas embarazadas, odio la idea de estar embarazada yo. Por algún motivo, algo que que mucha gente define como algo “precioso” a mí me resulta asqueroso y angustiante.

Lancé estas sensaciones en un tuit pensando que estaría más sola que la una en esto y, para mi sorpresa, nada de eso. Más de 800 likes y decenas de mujeres explicando que sentían lo mismo que yo. Pronto alguien me dio un nombre para esta carta de presentación tan terrible que os acabo de dar: se llama “tocofobia”, un miedo exacerbado e irracional al embarazo y el parto. El término proviene del griego “tokos” nacimiento y “phobos” miedo y es una fobia real diagnosticable y tratable por psicólogos que va mucho más allá de las dudas e inseguridades que pueden abordar a cualquier persona a lo largo de la gestación. La tocofobia se clasifica en dos tipos: la primaria que afecta a quienes no han estado nunca embarazadas o lo están por primera vez y la secundaria que aparece cuando ya se ha pasado por un embarazo. En el primer caso, los orígenes pueden ser muy variados: desde haber sufrido abusos sexuales al miedo a todos los cambios de vida y riesgos que puede tener el embarazo y el parto. En el caso de la tocofobia secundaria el estrés postraumático tras haber sufrido ya malas experiencias en embarazos anteriores suele ser el detonante. Este miedo al embarazo puede llevar a una obsesión total con los anticonceptivos, desarrollar angustia hacia las relaciones sexuales y vaginismo.

Silvia está embarazada, le queda poco tiempo para dar a luz. Me dice que quiere compartir su historia pero que prefiere hacerlo desde el anonimato. Lo entiendo, lo que está pasando no es nada fácil. Silvia me cuenta que su embarazo fue totalmente buscado, “tenía ya de hecho el reloj biológico que me iba a explotar. Hasta tal punto que me daba por leer artículos y libros de maternidad, porque dentro de esas ganas también tenía mis miedos”. Silvia tenía la intuición de que, a pesar de ser joven, le costaría quedarse embarazada, pero no fue así. “Primer intento y acierto a la primera. No me lo podía creer. Estaba súper feliz, a pesar de los miedos y del inicio de la tocofobia adoraba la idea de traer al mundo a mi futur@ hij@ y formar una familia”. Los problemas de verdad llegaron a las seis semanas, cuando un pequeño sangrado le hizo correr a urgencias, la falta de tacto de los sanitarios disparó todos los miedos que ya latían en ella. “Me dijeron que para estar de seis semanas no se veía ‘nada dentro del saco’. Volví a casa llorando, por un lado desesperanzada pero al mismo tiempo aliviada por saber que el proceso del embarazo sería más lento”.

Los sentimientos contradictorios de la tocofobia estaban empezando a hacer mella. “Me sentía horrible porque no sabía cómo sentirme después de todo, llegué un día a pensar que igual debería abortar”. Los episodios de malestar emocional empezaron a ser una constante. “Me encontraba mal todo el tiempo, todo eran llantos, dudas, ansiedad, vómitos, cambios de humor, que afectaron hasta a mi gente. Ellos tampoco sabían exactamente qué me pasaba”. Cuando llegó la primera ecografía le confirmaron que todo iba bien, pero la angustia de que al bebé le pasara algo seguía como un pensamiento intrusivo. Ese y otros muchos más, “Un ‘¿Y si lo traigo al mundo y la cago?’ mezclado con querer ser la madre que se merece, quererle… Yo ya le quería, había escuchado su corazón, y sentía que le estaba ‘maltratando’ por sentirme así”.

En este infierno de incertidumbre vivió Silvia hasta los cuatro meses de embarazo cuando su ginecólogo, al notar que había perdido peso durante el primer trimestre, le preguntó cómo se sentía, si tenía síntomas de rechazo o miedo, si había días en los que deseaba no estar embarazada… “Al principio incluso me asusté pensando en cómo él podía saber que me estaba pasando todo eso sin decirle nada, entonces me enseñó un papel en el que explicaba qué era la tocofobia y cómo tratarla”. Aunque tener un diagnóstico y apoyo psicológico está haciendo todo más llevadero la tocofobia no ha desaparecido, “Dismorfia corporal, ansiedad, pánico, pensamientos intrusivos como el miedo a que saliese con alguna enfermedad… mi cabeza da vueltas y vueltas”. Y con el momento de dar a luz cada vez más cerca los momentos de pánico a que algo salga mal o incluso perder la vida se intensifican, “Sé que hay pocas incidencias de muerte por ello, más con los avances que hay ahora, pero mi cabeza hace click y no paro de pensar que yo podría ser una de las pocas con esa mala suerte”.

El mayor problema de la tocofobia es el estigma hacia cualquier comportamiento de las mujeres ante el embarazo o la maternidad que no responda a la plantilla de anuncio de Nenuco. Hasta hace cuatro días, hablar de depresión postparto era casi inimaginable, se sigue tachando de egoístas a las que deciden no ser madres o se invalida su posición desde un condescendiente “ya cambiarás de opinión”. La idea de que una mujer embarazada pueda vivir la experiencia como agónica hasta el punto en el que sucede con la tocofobia se sigue juzgando prácticamente con mirada victoriana, como pura “histeria femenina”. Los familiares y el entorno más inmediato sentencian muchas veces con un “eres una exagerada”, condenando en muchos casos a una persona con una patología psicológica real a un mayor sentimiento de aislamiento, culpa y cerrar las posibles puertas a buscar ayuda profesional. Esto mismo le sucedió a Silvia. “Literalmente la ‘ayuda’ que recibí de mis familiares y allegados fue decirme que todo lo que yo sufriera se lo estaba pasando a mi bebé”. La tocofobia afecta, según un estudio publicado en 2017 por la revista médica Acta Obstetricia et Gynecologica Scandinavica al 14% de las mujeres del mundo, y desde el año 2000 los números solo han ido en aumento. Que la mayoría de nosotras ni tan siquiera conozca el término solo es una muestra más de la misoginia y la violencia obstétrica que se ejerce día a día en un mundo que sigue mirando la medicina desde un prisma absolutamente patriarcal.