Sí, el turismo también se está cargando la Antártida

La presencia de visitantes ha crecido más de un 500% en los últimos años

En 1959 tuvo lugar en Washington la firma del Tratado Antártico, por la cual los gobiernos del mundo se comprometían a no colonizar el gran continente blanco y mantenerlo como una “reserva natural dedicada a la paz y la ciencia”. O dicho de otra manera: la gente no se iría allí a vivir sin más ni la visitarían con cámaras fotográficas ni la perturbarían más de lo necesario para estudiarla y protegerla. No obstante, y desde hace unos años, la industria turística ha encontrado un filón en los cruceros a las Antártida. Y no, no toda la gente pone pie en el continente, pero eso no significa que no se esté viendo afectado por esta nueva moda del turismo de lujo. Ni aquello se salva ya de nuestro egoísmo.

Y no pienses que somos alarmistas cuando descubras las cifras de visitantes anuales a la Antártida: 43.000 la temporada pasada. Porque eso no es para nada lo importante. En realidad, y como apuntan desde Xataka, lo realmente significativo en todo este asunto es el crecimiento. En concreto, y para que te hagas una idea, en 2017 fueron apenas unxs 7.000 turistas al continente, lo que representa un crecimiento de más del 500% en solo unos años. Y ya sabes cómo funcionan las tendencias: lxs ricxs lo hacen, lxs ricxs lo postean, lxs no ricxs lo envidian, lxs empresxs se multiplican y bajan costes y en poco tiempo estamos todos allí haciéndonos selfies desde el barco. Es lo de siempre.

¿Pero qué tan malo resulta que merodeemos por la Antártida?

Pues más de lo que podrías imaginar. Como descubrió una investigación del año 2022, y publicada en la revista especializada Nature, “el carbono negro de la combustión de los carburantes fósiles y biomasa oscurece la nieve y hace que se derrita más rápido”. Que pasen por ahí navíos gigantescos de más 400 plazas y con suites, spas, cabinas y balcones no es precisamente sostenible. Estos barcos no emiten amapolas al ambiente. Su presencia tiene un coste que va más allá de lo económico para lxs turistas de turno: tiene un coste medioambiental que termina jodiendo la vida a los animales de la región. Sus habitantes reales.Además, está el tema de los patógenos. Aunque no todxs lxs visitantes pisan tierra firme, algunxs lo hacen, lo que implica que pueden llevar al continente bacterias y virus que no están presentes allí de manera natural. Y esto puede socavar la salud de los animales e incluso poner en graves problemas la supervivencia de algunas especies. En palabras de la profesora ecologista Dana Bergstrom, “los riesgos son reales: una especie invasora de césped se ha establecido en una de las islas y la gripe aviar llegó reciente a las islas Subantárticas, donde ha tenido un efecto devastador en la población de focas”. Pero casi nadie habla de ello. Ocurre a miles de kilómetros de aquí. ¿Qué más da?

Pero lógicamente da y mucho. Y esto debe llevarnos a una reflexión muy sencilla, pero trascendental: ¿de verdad somos tan egoístas que no se nos ocurre renunciar a ciertas vivencias o placeres para proteger a lxs demás, aunque estxs demás sean animales? ¿Tan importantes creemos que somos que priorizamos nuestra experiencia en la vida a la vida del resto? Está claro que no todas las personas son así, pero las hay, y son los gobiernos los que deberían ser tajantes con esto: prohibir el turismo a la Antártida. Todo lo demás, la tibieza, las medidas a medias, las concesiones, solo llevarán a lo de siempre: a una nueva destrucción y un nuevo arrepentimiento. Aprendamos, por favor.