Nos aterra la muerte. A mí. A ti. A prácticamente todas las personas. Por eso inventamos tantísimos dioses y religiones que prometen una nueva y maravillosa existencia más allá de esta vida. Por eso creamos el arte y el sentido de trascendencia que proporciona. Y por eso llevamos años y años investigando la ciencia del envejecimiento en busca de soluciones que le pongan fin. Una de las últimas en aterrizar en el mainstream, como siempre de la mano de grandes estrellas, en este caso algunas de Hollywood como Jennifer Aniston o Will Smith, es la crioterapia, una terapia en la que expones tu cuerpo a temperaturas extremadamente bajas dentro de cámaras de hielo especiales.
Y cuando digo bajas digo bajas de verdad: aproximadamente unos -120 grados centígrados. Para que te hagas una idea, la temperatura más baja jamás registrada en condiciones naturales es de -98 grados. En una capa de hielo de la Antártida Oriental. De ahí que, como cuenta en un artículo para Business Insider la periodista Stefanie Michallek, quien se ha sometido a una sesión de crioterapia, estuviese obligada a usar calcetines y guantes para “proteger mis extremidades del frío para evitar la congelación”. El resto del cuerpo, salvo por la tela de una camiseta de manga corta, de unos pantalones cortos y de un gorro, se mantienen expuestos a la temperatura ambiente.
¿Para qué?
Aparentemente para combatir los dolores musculares, reducir las hormonas del estrés, aumentar el bienestar general y, con todo ello, prolongar la vida. Pero incluso si todo esto es verdad tienes que tener una fortaleza casi sobrehumana para motivarte y aguantar allí adentro los cuatro minutos que dura la sesión. Al principio, dice Michallek, no sientes demasiado porque “la sensibilidad de las células nerviosas disminuye” como consecuencia de una temperatura tan extremadamente baja. Tu cerebro se relaja. Te apagas un poquito. Pero poco después comienzas a temblar. “Solo entonces me di cuenta del desafío que suponen estas temperaturas para el cuerpo”.
Y la cosa no mejora. “El tercer y último minuto fueron aún más extremos: me empezaron a doler las piernas por el frío y sentí un dolor agudo, especialmente en los muslos”. Los receptores de dolor de tu cuerpo entran en efervescencia. Es prácticamente insoportable. Pero Michallek lo soportó. A partir de ese momento, cuenta, “me sentí totalmente despierta y con mucha más energía que antes, sentí que podía arrancar árboles”. Es el efecto de la súperactivación de la circulación sanguínea y del metabolismo. Hasta tal punto intensa que esa noche apenas logró dormir. Su organismo estaba demasiado despierto. Demasiado vibrante. Demasiado estimulado. ¿Lo probarías?