Hace ya mucho tiempo que sabemos que la industria de la moda es como un monstruo insaciable que devora recursos naturales y los vomita en forma de residuos contaminantes. Hace ya mucho tiempo que sabemos que el fast fashion es lamentable. Que daña el planeta. Que precariza la vida de cientos de millones de personas en todo el mundo. Que no está en armonía con una existencia ética. Aun así, mucha gente sigue enganchada a esta dinámica consumista. Otra no. Ya hay gente recurriendo a otros sistemas para disfrutar de una estética variada y personalizada sin destrozar el planeta y sus ecosistemas en el proceso. Ya hay gente que está compartiendo su ropa a través de apps.
Según cuenta el experto en economía Ramón Ruiz, de la Universitat Oberta de Catalunya, el perfil más habitual de gente que intercambia su ropa por determinados periodos de tiempo es el de una mujer joven urbana con mucha presencia en redes y formación superior. Son las más concienciadas. Quienes no quieren renunciar a la originalidad de sus looks y, al mismo tiempo, se niegan a contribuir aún más al deterioro del mundo. Además, el alquiler o el intercambio de ropa también supone un ahorro económico a largo plazo, otro incentivo más para darle una oportunidad. Tienes plataformas como Ecoadicta, La Más Mona o Moda re-, todas ellas con la responsabilidad como epicentro.
¿Es este el futuro de la moda? ¿Es esto lo que nos salvará del colapso? Probablemente no. Al menos no a corto plazo. Y es que las marcas son muy poderosas e influyentes y acaban seduciendo a casi todo el mundo. La mayoría de gente pasa de descargarse este tipo de apps. Para Ramón, que lo ha estudiado bastante a fondo en una investigación publicada en Research Journal of Textile and Apparel, hay varias razones por las que este mecanismo de resistencia antifaz fashion no conquista a todo el mundo, empezando por la confianza. “Surgen preocupaciones sobre la higiene, el estado de las prendas o la seguridad de la transacción”. Son apps jóvenes que aún no tienen mucho nombre.
Luego está el tema de la identidad personal. En palabras de este especialista, “cierto porcentaje de la población siente que usar ropa prestada o intercambiada no encaja con su imagen o con su estilo. La percepción de perder parte de su identidad puede hacer que los usuarios rechacen este tipo de consumo”. Algo que si lo piensas bien no tiene mucho sentido. Lo que te representa es lo que llevas puesto, no a quien pertenece la propiedad de lo que llevas puesto. Por último, Ramón alude al desconocimiento sobre cómo funcionan estos intercambios y alquileres. Es aquí donde debe entrar el poder político e invertir en información y en apoyo a estas iniciativas eco. Lo necesitamos.