La romería de El Rocío es una de las festividades andaluzas y españolas más populares. Ya en 1965 fue catalogada como Fiesta de Interés Turístico Nacional y en 1980, ya en democracia, como Fiesta de Interés Turístico Internacional. La gente la disfruta mucho. La autóctona y la que peregrina. Los que no la disfrutan nada son los caballos. Porque año tras año les ocurre lo mismo durante esta celebración católica: realizan esfuerzos tremendos bajo temperaturas superiores a los 30º centígrados y algunos mueren literalmente de agotamiento. Este año, y hasta el momento, ya han perdido la vida siete équidos repartidos entre caballos y mulas. Es una barbarie.
Una que además probablemente se quede corta frente a la verdad. Sí, el Plan Romero de la Junta de Andalucía se encarga de contabilizar los fallecimientos animales durante El Rocío, pero solo en el camino de ida y durante la festividad. En este sentido, y como informa el periodista Fermín Cabanillas, “el Partido Animalista y con el Medio Ambiente (Pacma) ha anunciado que hará un seguimiento de las muertes de caballos, yeguas y demás animales que son usados en la romería, ya que los datos oficiales dejan de darse cuando termina la romería y empiezan los caminos de vuelta”. Lo que ocurre ahí queda en el olvido. Las criaturas están indefensas.
En cuanto a las muertes que sí han sido registradas, dos han sido a causa de accidentes de naturaleza desconocida, una por cólico digestivo y hasta cuatro por eventos cardiovasculares graves como los infartos. Imagínate lo cansados que debían estar y lo mucho que habían agotado hasta su última gota de energía. Y esto nos lleva a una cuestión importante: es evidente que contabilizar correctamente estos fallecimientos es importante, ¿pero acaso no es suficiente con que uno de estos animales muera para que cambiemos las cosas? ¿Cuál es el número a partir del cual deberíamos poner el bienestar animal encima de la mesa? ¿Qué cifra convierte esto en algo inmoral?
Y, ya, volvemos al debate de siempre: la tradición versus la ética. Pero en mi caso, y siendo andaluz, la ética debe primar siempre y sin excepción. No se trata de erradicar El Rocío. No se trata de eliminar una celebración que para mucha gente es importantísima. Se trata de adaptarla a los nuevos tiempos. Hace 50 años nos daba igual el bienestar de los animales. Hoy no. Por suerte, estamos evolucionando como sociedad, y hay que encontrar soluciones que armonicen estas fiestas y la protección de seres inocentes que no merecen ser explotados. Y no, no vale con explotarles menos de cara a la galería. Esto requiere un cambio profundo. Es una vergüenza que siga pasando.