Encontrarme a mi ex con su nueva pareja fue un torbellino de emociones y una gran lección

Habíamos roto bien, casi de forma ejemplar, pero aunque las heridas parecían cerradas todavía había mucho por llorar

Llevábamos casi seis años juntos. Pero, como acaba sucediendo casi siempre, el amor se extinguió. Nos queríamos, pero no había chispa ni pasión. El amor se había convertido en una comodidad aburrida. No nos aportábamos nada el uno al otro, solo nos habíamos acostumbrado a estar juntos. Aunque cuando empezamos sabíamos que éramos diferentes y teníamos sentidos del humor distintos —una de las cosas más importantes para mí— pensamos que valía la pena luchar. Pero con el tiempo nos cansamos de intentarlo.

Por eso, nos sentamos a hablar y decidimos romper. Ambos teníamos derecho a pasar página y a conocer otras personas que nos despertasen esa ilusión que nos estábamos negando permaneciendo en esta relación emocionalmente muerta. Pero como éramos del mismo grupo de amigos y no queríamos malos rollos, llegamos a la misma conclusión: iba a ser una ruptura limpia, sin dolor ni resentimientos.

Resultado de imagen de one day gif

Nos costó, la verdad. Primero nos intercambiamos cajas con las cosas que habíamos ido acumulando el uno en casa del otro. ¿Qué te quedabas y qué no? ¿Le devolvías los recuerdos? ¿Te quedabas sus regalos? Fueron unas semanas emocionalmente muy complejas, pero que reafirmaron que estábamos haciendo lo correcto.

Romper no solo es cosa de dos

Entonces, tocó decírselo a todos nuestros amigos. El grupito se quedó raro. “¿Pero estáis bien?”. “Sí, ha sido de mutuo acuerdo”. Luego te cogían por banda cuando te quedabas solo. “Pero, de verdad, ¿cómo estás?”. “En serio, bien”. Y no mentía. Estaba bien, feliz, convencido de que había tomado la decisión correcta. Quería descubrir cosas nuevas.

Poco a poco fuimos retomando la normalidad. Nuestros amigos dejaron de sentirse raros cuando quedaban con nosotros, no se montaban películas para no dejarnos nunca a solas, y hasta se permitieron hacer algún que otro chiste. No nos habíamos planteado que no íbamos a ser los únicos que tenían que pasar página de nuestra relación. También nuestros amigos necesitaban superarlo.

Probablemente, si no me falla la memoria, tardamos en sanar heridas más de medio año. Rompimos en febrero, y fue en septiembre cuando sentí que realmente ya había acabado y que aquél que un día fue el amor de mi vida ahora era un amigo más. Un gran amigo con un pasado peculiar. Pero, en definitiva, un amigo más.

Imagen relacionada

Eso es lo que creía, claro. Porque llegó un momento que sabía que era inevitable y que me trastocó por dentro. Estábamos todos reunidos, tomando algo y alguien miró a mi ex y le dijo “¿y esa sonrisita? ¿A quién estás enviando un mensaje? ¿Ya te has enamorado?”. Un cubo de agua fría sobre mí y un tirón en el estómago. Probablemente me puse pálido, pero intenté que mi rostro —normalmente, muy expresivo— no se torciera. Bebí mi cerveza mientras el resto hablaban, le cogían el móvil y hacían broma. “Céntrate en tu cerveza”, me repetía como mantra.

Lo miré desde una punta de la mesa a la otra y sí, vi aquella sonrisa. Me di cuenta de que nunca más sonreiría así pensando en mí. Llegaron como flashbacks todos nuestros recuerdos. Ya no volveremos a ese lugar en el que íbamos a comer después de ir a nuestra playa favorita, ahora irá a otros bares que le recordarán a otras personas. Ya no escuchará esa canción que le recuerda a mí, ahora pensará en otras personas, otras canciones y otras historias. Esa sonrisa indicaba que ahí empezaba a construir otros recuerdos con otra persona. Y que los nuestros se habían acabado.

Ese instante en que lo ves con otra persona

Su relación fue avanzando hasta que un día me dijeron que mi ex tenía nuevo novio. Tragué saliva, había llegado el momento. Pasamos unas semanas sin vernos hasta que me invitaron una fiesta. “Estará tu ex con su nuevo tú. Vamos, con su nueva pareja”, me dijeron con total falta de tacto. Tuve que sonreír, claro, ya lo había superado y era una ruptura de mutuo acuerdo, y en estos casos no se nos permite estar tristes ni hacer un poco de drama. Sin embargo, no me sentía preparado para el momento de enfrentarme a la realidad: se había acabado. Hasta entonces creí que, quizá, si me arrepentía podríamos volver. Pero ahora ya no. Se habían cerrado las puertas.

Me arreglé muchísimo. Tenía que mostrar el mejor lado de mí, demostrar que yo era más guapo que su nueva pareja, fuera quien fuera. Sabía que no era una competición, pero quería ganarla para sentirme mejor conmigo mismo. Al fin y al cabo, quien iba a llegar solo a esa fiesta era yo.

Resultado de imagen de 500 days of summer gif

Llegué con mis amigos. Lo primero que vi al cruzar la puerta fue a ellos dos. Ni me fijé en cómo iban vestidos. Ni tan siquiera si yo era más o menos guapo. Lo que vi fue a mi ex riéndose y acariciándole la oreja como solía hacerme a mí, esas caricias que me daban tranquilidad y que me hacían sentir una conexión especial con él. Una forma diferente que tenía de decirme "estoy aquí" sin alejarme del mundo en un abrazo. Y, como una patada, otra vez esa sensación. Darme cuenta de que no, que ahora esas caricias eran para otro, que sus besos eran para otro, que sus sonrisas eran para otro. Y que, por mucho que yo mismo hubiera buscado la ruptura y que ambos supiéramos que era la decisión correcta, no iba a ser fácil. La realidad me golpeaba a la cara por enésima y última vez: no estábamos juntos, tenía que olvidarme de él

Me fui corriendo de la fiesta, me senté en un banco de un parque y me puse a llorar. Lo solté todo. No lloraba porque lo echase de menos, sino porque solo entonces fui consciente que se había acabado. Lloré hasta expulsarlo de dentro de mí. Le lloré hasta superarlo. Y tras vaciarme, me vi solo en ese parque. Me di cuenta que si él podía haber rehecho su vida después de lo nuestro, yo también. Lo más difícil ya había pasado. Se había acabado definitivamente esa etapa.