Cada día que veo la comparecencia de Pedro Sánchez espero ansiosa a que diga: “a partir del 11 de mayo se podrá salir de casa para follar”, pero nunca pronuncia esas palabras. Se centra más en lo que nos permitirá hacer en cada una de las infinitas fases de las que consta la famosa desescalada. Ya se hacen bromas del tipo de decirle a tus amigos el 31 de diciembre que os veréis el año que viene. Las odio casi tanto como cada vez que alguien suelta la expresión “nueva normalidad”.
¿Qué pasa con la “desescalada sexual”? Llevamos muchos días chateando en apps de ligar, proponiendo jugar al pinturillo como excusa para veros y subiendo stories para llamar la atención de nuestros crushes sin resultado alguno. Podríamos decir que nos encontramos en la fase -1, en la que ligamos desde casa, de forma totalmente segura, tanto para el virus como para nuestra autoestima, pues si nos rechazan siempre podemos recurrir al típico "el mensaje no era para ti, perdona". Reconozco que no es tan mala como parece. Nos movemos en nuestra zona de confort del amor, pero sin roce, con lo que no aparece el cariño y ninguno se pilla del otro. Todo bien.
La cuarentena va avanzando y no tenemos más remedio que pasar a la siguiente fase de la desescalada sexual: la fase cero. Se corresponde con ese momento en el que tienes que enfrentar a la realidad y verle la cara a la persona a la que le has estado mandado nudes en los que has adoptado una postura casi imposible para que te saliera mejor culo del que en realidad tienes. Ni las mascarillas, ni la distancia de seguridad serán capaces de quitarte esos segundos de vergüenza. La parte positiva es que como solo se permite dar un paseo, no podréis descubrir que los nudes que os habíais estado mandando no eran fieles a la realidad. Con esta situación de nada de besos, abrazos o magreos en el banco del parque, no puedo evitar volver a mi época adolescente en la que le mandaba zumbidos a través de Messenger al que me gustaba para que me hiciera caso. Luego, si te respondía con otro zumbido, acababais quedando para dar una vuelta por el pueblo. La diferencia es que ahora no nos podemos morrear en el portal de casa.
Ante la incapacidad de tener un encuentro sexual con mi crush, no he tenido más remedio que agudizar mi ingenio para pasar esta fase lo mejor posible. Antes de que se declarase el estado de alarma, me pillé uno de esos vibradores que se controlan a través de un mando. Te lo pones en las bragas y según las veces que aprietes el botón va variando la vibración. Lo pillé por curiosidad, pero creo que ha sido de las mejores decisiones que he tomado. Mi plan consiste en dejárselo a mi crush en el buzón y utilizarlo cuando quedemos para dar un paseo. Menos mal que vivimos a una distancia de menos de 1 km.
Siempre te aconsejan que nada de amores de tu mismo barrio porque estás destinada a encontrártelo cuando bajes al supermercado con resaca, en pijama y el eyeliner corrido. No obstante, creo que es lo mejor que me ha podido pasar. Sí a los crushes que viven en tu barrio para pasar la cuarentena. Mi idea está todavía más reforzada por un tuit que publicó María, integrante del grupo Cariño, que dice lo siguiente: “en verdad si todos llegamos al límite de nuestro kilómetro de paseo las posibilidades de encontrar el amor se multiplican”. Ya sabes. Si todavía no tienes crush de barrio, te queda muy poco para encontrarlo.
El sábado me levanté temprano, a eso de las siete de la mañana, para ir a su portal y dejarle el mando del vibrador en el buzón. Lo metí dentro de un paquetito con un corazón dibujado para darle un poco de romanticismo. Por suerte, una vecina salía en ese momento, así que no tuve que llamar a su telefonillo para que me abriera. Mejor. Así sería todo más sorpresa. Al acabar mi encargo, le mandé un Whatsapp. “Tienes un regalito en el buzón”, le dije. Unos minutos más tarde, recibí un mensaje infinito de “jajaja”. Le hizo gracia, pero le gustó.
Por fin llegaron las ocho de la tarde. Aplaudimos, cada uno en sus respectivos patios interiores y salimos, puntuales, para nuestro encuentro. Al vernos, me invadieron unas ganas enormes de darle un beso, pero claro, tuvimos que lanzarnos solo una mirada de ‘te comería todo como si estuviéramos en una canción de Pereza, pero no puedo’. Activó el mando y empezamos el paseo mientras yo casi me corría. Fue divertido o eso es lo que digo para consolarme porque es lo único que podemos hacer durante estas semanas. Solo espero que llegue pronto la fase 2 en la que podamos tener visitas en casa, dar abrazos, morreos y saludos incómodos a esos crushes con los que has follado y no sabes muy bien si darle dos besos o un pico porque no quieres agobiarle.
El otro día vi un documental que se llamaba La teoría sueca del amor que cuenta el estilo de vida de los suecos basado en la independencia total de los individuos. Viven aislados los unos de los otros. Me recordaba bastante a nuestra situación actual. El resultado es una sociedad excesivamente solitaria y llena de tristeza. Me gustó la reflexión final del sociólogo Zygmunt Bauman en la que explicaba que vivimos en dos realidades: la online y offline. En la primera, todo es muy fácil porque si te cansas de alguien solo tienes que cerrar la conversación o bloquearle, pero en la segunda, la real, todo es más complicado, pero no por ello negativo. La offline es necesaria para que nos enfrentemos a retos y aprender a resolver problemas que es lo que nos conduce a la felicidad.
No llevamos tanto tiempo siendo “independientes” como en Suecia, pero sí lo suficiente como para empezar a valorar las relaciones reales que van más allá de lo virtual. Sufriremos la desescalada sexual igual o más que la que dicta el gobierno, sobre todo porque tras tantos días sin movernos, ya puedo imaginarme los primeros polvos de la fase 2 llenos de descansos por fatiga y falta de práctica. Por ahora, me siento a gusto en esta fase en la que puedo pasear y conectar con mi crush a través de un mando comunicado con mi coño. No es que tenga el conocido síndrome de la cabaña ni nada parecido, es solo que prefiero ir ganando fondo con los paseos para no hacer el ridículo en nuestro primer encuentro sexual. Poco a poco.