Más allá de Sócrates y compañía: las mejores filósofas griegas

Pensadoras olvidadas en el tiempo. Maestras que los historiadores ignoraron

Heráclito. Parménides. Demócrito. Sócrates. Platón. Aristóteles. Cualquiera diría, viendo lo que cuentan los libros de texto de filosofía de los institutos y los documentales sobre filosofía griega clásica, que en la Antigua Grecia solo reflexionaban los hombres. Y evidentemente, como podrás imaginar, no es así: simplemente ellas tenían menos altavoz en aquel entonces y menos prensa en la actualidad. Lo mismo que ocurre en todas las demás áreas eruditas. Diotima, por ejemplo, y según cuenta la doctora en filosofía Mariana Gardella basándose en su aparición en El banquete de Platón, fue la maestra de Sócrates, la que le enseñó todo cuanto sabía del amor, de la belleza y de otros conceptos claves.

Pero Sócrates no es el único gran filósofo griego cuyas bases de pensamiento le fueron heredadas de una mujer. Temistoclea, también llamada Aristoclea en algunos escritos, fue la maestra de Pitágoras. De hecho, cuentan en la BBC, “hay quienes creen que dejó una huella tan honda en Pitágoras que es una de las razones por las que el matemático permitió que en su escuela también hubiesen maestras” y discípulas, muy al contrario de lo que pasaba en otras escuelas filosóficas sexistas en las que solo aceptaban humanos con pene. En concreto, parece ser que la gran Temistoclea estaba especializada en las reflexiones e indagaciones acerca de la ética, sus caminos y sus consecuencias.

Ejemplos de rebelión feminista

Y luego está Hiparquia. La vida de esta filósofa resulta especialmente interesante porque, siguiendo la estela de la doctrina cínica, renunció a todas las riquezas que poseía como joven aristócrata y comenzó a vivir medio desnuda en las calles sin más posesiones que su cuerpo, su corazón, su libertad y sus ansia de conocimiento. De hecho, Diógenes, el más famoso de los cínicos de la historia, terminaría elogiando “la gran cultura filosófica y la elegancia de razonamiento de Hiparquia, comparándola a Platón”. También es, obviamente, un buen ejemplo de rebelión feminista en tiempos de hombres: una mujer que rechazaba tejer para poder dedicarse full a su educación.

Por último está Arete, hija de Aristipo de Cirene, fundador de la escuela cirenaica, enmarcada dentro de la corriente hedonista y que “plantea que el fin de la acción no es alcanzar la felicidad como muchos filósofos griegos proponían, sino conseguir el placer” sin que esta persecución nos lleve a la autodestrucción. Bajo esta premisa, y con la intención de propagarla tanto como pudiese, Arete terminó haciéndose cargo de la escuela de su padre, escribiendo gran cantidad de obras y ejerciendo de maestra de muchos filósofos de la época. Su reputación no fue heredada. Se la ganó palmo a palmo. Reflexión a reflexión. Como todas esas otras filósofas griegas olvidadas.