Que sí, ya lo sabemos. Ver fútbol estresa, te pone los nervios a flor de piel y saca el lado más violento y pasional. Y más aun si es una final o tu equipo va perdiendo. Las estadísticas lo corroboran: por ejemplo, la violencia machista aumenta en los días de fútbol. Pero, a fin de cuentas, es solo un juego, una afición, y no tienes derecho a tratar a los que te rodean como una mierda solo porque estás viendo un mal partido. Probablemente no te has dado cuenta pero, en general, cuando veis fútbol dais mucho asco. Y te lo aseguro porque antes de estar escribiendo esto trabajé como acomodador en el Camp Nou y ahí tuve que aguantar algunas de las personas más estúpidas que jamás se han cruzado por mi camino. Os explico mi experiencia y tres historias más de mis compañeros acomodadores y stewards que lo corroboran.
Abel, 24 años

Recuerdo que era un Barça - París Saint-Germain PSG. Era un buen partido, la grada estaba ajetreada y con la emoción muchos se levantaban de su asiento. Normalmente no les habría dicho nada. "Que se levanten si quieren, yo también lo hago como espectador cuando está muy emocionante", pensé. Pero había una señora mayor viendo el partido que no se podía levantar. Me pidió que le dijera a la gente que se sentasen, que no veía, y así hice: le comenté a los dos que tenía delante —un padre con su hijo adolescente— que la señora de atrás no podía ver y que por favor se mantuvieran en su sitio.
Al principio se mostraron muy comprensivos, pero no tardaron ni cinco minutos en volver a levantarse. Les repetí que por favor se sentasen, creo recordar, hasta diez veces. Al final del partido él estaba harto de mí y yo estaba harto de ellos. Cuando se fueron, me miró y le dijo a su hijo señalándome y gritándome a la cara: "mira hijo, es por este motivo por el que tienes que estudiar. Para no fracasar y acabar trabajando aquí". En ese momento yo estaba sacándome la carrera y trabajar a lo precario era la única forma de poder ayudar a mis padres a sufragar los gastos. Me dio una hostia clasista que todavía me duele.
Xavi, 27 años
Trabajo desde hace años como coordinador en el Camp Nou. En una final de la Copa del Rey el público estaba muy agitado —normal, era la final— y todos teníamos muchísimo trabajo, era un día muy loco. Recuerdo que sacaron una pancarta racista y enorme y tuvimos que ir corriendo a quitarla.
Mientras estábamos gestionándolo, de la grada de arriba cayó una extraña nube de cenizas que nos cubrió a los stewards que estábamos quitando el cartel. Teníamos las chaquetas cubiertas por una débil capa de polvo, y no supimos qué era hasta que vimos a un tío con una urna fúnebre en sus manos. Se ve que estaba cumpliendo la última voluntad de un amigo suyo, un socio histórico del Barça, que quería que cuando muriese escampasen sus cenizas por el Camp Nou. Era demasiado tarde cuando nos dimos cuenta que estábamos respirando polvo de cadáver.
Raquel, 24 años

Esa noche estaban todas las entradas vendidas y se preveía mucha gente. Creo recordar que estábamos en alerta terrorista y, por lo tanto, como en cualquier otro lado tan masificado, había muchísimos protocolos. Uno de ellos decía que no puede haber nadie en la puerta de la grada por si toca evacuar. El partido era una final de Champions —muy heavy—, todo el mundo estaba nerviosísimo y un señor se pasó desde el minuto cero todo el partido en la puerta. Yo intentaba que se moviera, le decía que no podía estar ahí y que fuera a su sitio, pero me respondía con gritos tremendos. La última vez que le dije que se fuera, se bajó los pantalones, ¡y me hizo un calvo! Ahí dije ya que renunciaba a intentar convencerlo y llamé a seguridad.
En el mismo partido, con la tensión por los atentados terroristas en Europa, me viene una señora y me dice: “perdona joven, que hay un hombre rezando”. Me quedé muy "lol". Era un hombre musulmán que se sacó la alfombra en un rincón del pasillo y estaba rezando, sin molestar a nadie. Pero la señora súper alterada: “Es que nos va a explotar a todos, ¡está rezando antes de tirar una bomba! ¡Mira la bolsa que lleva!”, me dijo señalando la funda de la alfombra. Llamó a mi supervisora y no supimos qué decirle que no fuera: “Señora, siéntese y calle porque usted es una racista”.
Marta, 23 años
Está prohibido llevar botellas con tapón dentro del estadio por muchos motivos, pero principalmente para que no las puedan lanzar llenas porque podrían hacer daño a alguien. En los bares, cuando pides algo con botella, le quitan el tapón. En la puerta te lo tiran. Pero hay gente que aun así logra colarlo. Por eso, una de las tareas de los steward es vigilar que nadie tenga tapones. Una vez me encontré un señor que tenía uno, fui a decirle que me lo entregase y me mandó a freír espárragos —utilizó otra expresión bastante más agresiva—, le insistí muchísimas veces pero ni caso. Al final, llamé a mi supervisor, que habló con él y consiguió quitarle el tapón. El partido era tenso, el Barça perdía por goleada y el hombre tenía los nervios a flor de piel, pero no era motivo como para tratarme como una mierda cuando lo único que yo hacía era mi trabajo.
Se pasó un buen rato mirándome mal, y al cabo de diez minutos me dijo "¿no querías una botella sin tapón? ¡Pues toma!", y me tiró esa misma botella, abierta, llena de su orina. Por suerte, gran parte del líquido cayó por las escaleras y en otros asistentes, además yo iba con abrigo y guantes que me cubrían todo el cuerpo, pero igualmente me tocó en la cara y la ropa. Todavía recuerdo la cara de odio e ira cuando la lanzó, pagando que el Barça estuviera perdiendo conmigo. Llamé a la supervisora y me encerré a llorar en el baño. Echaron al hombre del estadio, pero poco me pareció. Tendría que haberlo denunciado.