Fui 'sugar daddy' hasta que entendí que mi dinero no puede comprar una relación

Tienes que saber que nunca habrá amor, porque tu pareja siempre estará más cerca de ser tu empleada que tu novia

“Tengo 50 años pero aparento 38”, “soy el CEO y fundador de una empresa de software, vivo en Nueva York y mi patrimonio está valorado en 50 millones de dólares unos 45 millones de euros”, “estoy cachas, no dejo de ir al gimnasio, tengo un espíritu joven y llevo tres años divorciado”. Así se describía en páginas como Seeking Arrangement una página para que sugar babies encuentren a alguien que le pague caprichitos el sugar daddy que la periodista Jessica Chou sugar babies y que, asegura, se ha arrepentido y ya dejado de tener este tipo de relaciones.

 “¿Por qué decidiste ser un sugar daddy?”, le pregunta, para empezar, la periodista a este hombre anónimo. “Viajo mucho y no podía tener citas normales porque se pensaban que estaba haciéndoles ghosting. Pensé que si apoyaba con dinero a alguien se daría cuenta de que mi compromiso era serio y encima tendría su compañía cuando viniera, era la solución fácil. Pero yo no busco prostitución, quiero encontrar el amor y si tengo que ayudar económicamente a alguien lo haré”, asegura para cubrirse las espaldas ante un tipo de relación que está peligrosamente cerca del proxenetismo.

No son los únicos motivos por los que justifica la vida de sugar daddy: “las mujeres más mayores están manchadas por la vida, piensan desde la primera cita ‘¿Cómo me va a hacer daño este?’. En cambio, las más jóvenes no, son más inocentes y bien pensadas, se dejan llevar", asegura a la periodista, reluciendo el visible machismo que busca a mujeres máculas, inocentes y perfectas, sin heridas ni madurez emocional.  "Por eso empecé a ir con chicas jóvenes, y como en un bar o en apps no quieren rollete con hombres de 50, me hice sugar daddy”, confiesa. 

Antes de darse cuenta de que este estilo de vida no era el adecuado para él, tuvo tres citas. La primera fue una mujer que le dijo que quería dinero y ya está, algo que a él le pareció prostitución y se sintió mal. Con la segunda, con quien estuvo medio año, camufló más sus intenciones. Ella le dijo que quería una relación pero que tenía problemas económicos, algo que él consideró que era "ayudar a quien quieres" y no "pagar a cambio de amor". Según dice, había mucha química, pero la edad se impuso y ella acabó rompiendo por lo que pensaban los demás.

La tercera fue la que le hizo dejar esta forma de ligar y construir sus relaciones: “me mintió constantemente, solo quería mi dinero, aunque me dijo que buscaba una relación emocional. No me dijo que tenía novio, vivía con él y aceptó el dinero, viajes y todo lo que le daba”. Bien entrada la relación, el novio la dejó y fue entonces cuando se dedicó exclusivamente al sugar daddy… a cambio de un apartamento. Al final, él le pidió una relación emocional real y ella le hizo ghosting. No ha vuelto a saber nada.

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Me gasté 200.000 dólares en regalos. Le compré anillos que luego le robaban o perdía, así que se los iba reponiendo. Además, pagué su alquiler, que subía a los 3.500, además de una renta mensual”. Esta fue la relación que le hizo darse cuenta de que integrar dinero en la ecuación del amor era absurdo, ya que él buscaba emoción y sentimientos a pesar del dinero… algo imposible y que nunca sabrás si es real. “Estás pagando a esa persona para que te diga lo que quieres oír, no hay sinceridad si hay dinero de por medio ya que hará y dirá lo que sea para seguir cobrando. No te puedes creer nada de lo que te digan”, añade, haciendo una obvia victimización del rol del sugar daddy.

La entrevista concluye admitiendo que si buscaba amor no solo podía basar su relación en el dinero, ya que así solo atrae a “mercenarias del amor”, como él lo llama, que son personas que capaces de enamorarte por dinero. Sin embargo, obvia que un hombre que está dispuesto a pagar no es una víctima de estos perfiles, de hecho, ser embaucado por esas "mercenarias" es la consecuencia obvia de acercarse al amor desde el rol machista del poder que predica que el hombre es quien debe pagar para cuidar a sus mujeres. Y, curiosamente, este rol también es el que adquieren las sugar mommies, que adoptan los roles machistas y se masculinizan porque actuar como el estereotipo del hombre poderoso y que trata a sus novias casi desde el proxenetismo es la forma más fácil de mostrar estatus. 

Al final, el sugar daddy también entendió que había construido sus relaciones desde su privilegio de poder económico y social. Y como el amor se debería basar en la comprensión y la igualdad, empezar una relación con un pagador y una pagada está destinado a fracasar siempre: no es amor, es abuso de poder, porque tú tienes la capacidad de cortar el grifo y hacer que su vida se derrumbe. Por lo tanto, siempre estará más cerca de ser empleada que tu pareja. Estás aprovechándote de tu estatus. Y en ese ecosistema es imposible que surja un amor sano.