Por qué la monogamia me ha convertido en una frustrada sexual

Mantener una única relación con una única persona y la imposibilidad de separar los sentimientos del sexo genera ciertos límites a la hora de disfrutar del placer

Tú y él, tú y ella, dos almas unidas casi por el destino para caminar juntos, fabricar un hogar y amarse, por encima de todas las cosas. El amor de tu vida, tu media naranja, tu mitad. Por fin ha llegado esa persona que te completa, ya no tienes que seguir buscando, ya has alcanzado ese dichoso objetivo, ahora solo te queda ser feliz. Pues sí, ha sonado bastante mal, al menos eso pensamos. El centro de la cuestión es que toda esta introducción representa, para muchas personas, el amor verdadero, el auténtico. Sin embargo, es una imagen tóxica que está introducida en nuestros cerebros y que es muy complicado extirpar. Y no, tampoco es necesario extirpar nada, lo que sí es imprescindible es cuestionarse lo que hemos aprendido.

Todo esto tiene una base, no aparece en la cultura de nuestro entorno sin más. Su base es, ni más ni menos, que la llamada monogamia. Dice Brigitte Vasallo en su libro Pensamiento monógamo, terror poliamoroso La Oveja Roja, 2018 que “el vínculo monógamo tiene carácter identitario: su lógica no es ‘estamos en’ pareja, sino que la somos. Fulanita es pareja de Menganita. Porque, una vez emparejadas, pasamos a entendernos como dúo ‘sin ti no soy nada, una gota de lluvia mojando mi cara’, canta Amaral, como unidad de dependencia incuestionable”. Esa imposibilidad de cuestionar lo que viene estando establecido desde hace miles de años ha generado, al menos en mi caso, cierta frustración sexual porque nunca fui capaz de hacer tambalear todas las ideas convencionales que tenía —y aún tengo— insertadas en mi cerebro.

Siempre el mismo cuento

Para comenzar es necesario recalcar qué es exactamente la monogamia para luego poder deshacerla y limpiarla de significado. Así que según el diccionario de la Real Academia Española, “la monogamia es el estado o condición de la persona o animal monógamo” y monógamo se refiere a “casado o emparejado con una sola persona”. Vaya, un régimen familiar en el que no puede haber un número mayor de dos. Entonces, ¿qué aspectos entran dentro de la monogamia? Es ahí donde todo se vuelve un poco caótico. Y es que existen algunas ‘verdades’ impuestas en este ámbito, unas creencias que ya venían dadas y que no nos hemos parado a pensar. En primer lugar se piensa que la monogamia es sinónimo de fidelidad, sinónimo de amor, de pareja y se cree, además, que moralidad y monogamia van de la mano y que esta fórmula de unión es universal.

Estas creencias conforman un marco cerrado que, como explica Brigitte Vasallo, está compuesto por unos ejes vertebradores: “la romantización del vínculo, el compromiso sexual, la exclusividad de ambos y el futuro reproductivo, que pulula como un fantasma sobre los amores y las parejas. Se han instalado una serie de prácticas de convivencia y dependencia, también económica, que dan sustancia material a la construcción amorosa”.

Esta descomposición de lo que significa la monogamia da unas pinceladas del lugar y la forma en la que hemos entendido las relaciones, al menos en su forma básica y desde que comenzamos a tener cierta capacidad de razonamiento. Nos han contado el mismo cuento desde siempre: que encontrar el amor verdadero es esencial para sentirse realizado y feliz. Y, aunque hayamos tenido la suerte de criarnos en una familia con un pensamiento crítico y alejado de esta concepción, la música, las películas y toda la cultura en general se habrá encargado de transmitir esa idea equivocada del amor.

En un punto de la vida me encontré abrazando con fuerza esta concepción del amor y, de vez en vez, caigo en sus convenciones. No es de gran ayuda que la relación en la que estoy inmersa sea a la distancia porque esos espacios de tiempo en los que no nos podemos ver, las ansias sexuales aumentan. Ese deseo sexual que es irrefrenable choca con el acuerdo que tengo con mi pareja. Aunque es raro, porque se trata de un acuerdo que jamás hemos hablado ni pactado. Esa fidelidad que nos tenemos venía insertada en el pack de lo que significa para nosotros, y para gran parte de la sociedad en general, ser pareja. Sin miramientos ni obstáculos fui fluyendo en ese porvenir hasta que empezó a despertar en mí un deseo por otras personas. Un deseo no solo físico sino también intelectual. Esas sensaciones empezaron a hacer tambalear todos mis ideales sobre el amor y el sexo.

Seres antinaturales

Si preguntamos a alguna pareja por qué eligieron la monogamia seguramente, para todos, la respuesta será la misma: se enamoraron. Pero hay un pequeño inconveniente en esta repetida y ciega afirmación: la monogamia y el amor son cosas distintas. El amor es un sentimiento y la monogamia es una regla, una especie de ley. En el año 2016 se casaron, en Estados Unidos, 2,2 millones de parejas. Ese mismo año se separaron más de 800.000. Se explica en el capítulo sobre monogamia de la serie de Netflix En pocas palabras que "es tan fuerte la profundidad que ha alcanzado la monogamia que si estás en una relación durante 50 años y tienes un desliz mínimo, toda la relación ha sido una farsa y es un fracaso". Es como si el peso verdadero de una relación estuviera en esa fidelidad que al final puede resultar un compromiso agobiante, sobre todo porque está impregnado de sentimientos que forman una relación tóxica: celos, posesión y dependencia emocional.

"La monogamia no es una práctica, es un sistema, una forma de pensamiento. Es una superestructura que determina aquello que denominamos nuestra vida privada, nuestras prácticas sexo-afectivas, nuestras relaciones amorosas. El sistema monógamo dictamina cómo, cuándo, a quién y de qué manera amar y desear y qué circunstancias son motivo de tristeza, cuáles de rabia, qué nos duele y qué no", puntualiza de una manera radical Brigitte Vasallo y es que, como bien se va formulando, la monogamia no tiene que ver con la exclusividad sino con la jerarquía. El amor principal, el que se encuentra en lo más alto de este sistema jerárquico es el de la pareja reproductora, el segundo será el amor familiar, esa unión de sangre y el tercero las amistades.

No parece ahora tan sano como lo pintaban. No parece una forma de amor libre. Parece, con su descomposición, que es un sistema lleno de ataduras, donde tomar decisiones que lleven a nuevos caminos no suena a opción viable, donde sentir algo diferente con una persona nueva no es posible y donde el sexo solo tiene un rostro y no varios o los que se deseen. No se trata de promiscuidad, se trata de conseguir deshacerse de los aspectos más tóxicos que conforman el amor romántico y vivir una vida con amplias experiencias donde sea posible amar con calma y sin miedos. Ese equilibrio es posible a través de la comunicación y de un trabajo interno y autocrítico porque cada uno debe tener la capacidad de construirse a sí mismo, de cambiar las ideas preconcebidas para poder enfrentarse a un sistema nuevo. Un amor sano y libre de verdad.