Estuve 10 días en silencio y sin móvil para conocerme de verdad

Sin móvil, sin Internet, sin hablar con nadie nadie. Cortar todo el contacto con el exterior. Y todo para conocerte, de verdad, a ti mismo

Vivimos en la época de los móviles, de Internet, del ruido. ¿Serías capaz de estar en silencio, sin mediar palabra, sin escuchar las voces de los que te rodean, sin recibir un WhatsApp, durante diez días, las 24 horas? Antes de responder, piénsalo bien. Estarías sin mirar nadie a los ojos, sin sonreírles, sin que nadie te diga “hola” o “adiós”. Diez días con la única compañía de tu yo interior.

Se requiere una fuerza interior descomunal, pero es posible. O así lo asegura Alba, una barcelonesa de 30 años que hizo un retiro de silencio absoluto en India. Era 2016, y esta española emigrada en India descubrió que la filosofía Vipassana, de raíz budista, organizaba unos retiros de profundo silencio. Preguntó a algunos conocidos que ya lo habían hecho y que le aseguraron que esa experiencia te cambiaba la vida. Así que decidió apuntarse.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Buscó inmediatamente el centro más cercano, en la ciudad india de Kolhapur, que le dieron hora para las Navidades, la época de la familia. Se disponía a aislarse durante días en un silencio total, desde el 18 de diciembre hasta el 28. “Pensé: ahora o nunca. Me llené de valor y acepté, nerviosa, porque no sabía lo que me iba a deparar”, recuerda Alba.

Sin móvil, rodeado de naturaleza y de silencio

Los centros de Vipassana suelen tener la misma estructura, conjuntos de pabellones y templos blancos rodeados de una espectacular naturaleza. El Kolhapur, también. Antes de empezar el retiro tuvo que registrarse en recepción, donde le explicaron el funcionamiento: diez días de comida gratis, alojamiento gratis y clase todo incluido. ¿La pega? Cumplir con los horarios, la meditación, el silencio y la desconexión tecnológica a rajatabla. Eso sí, podía dejarlo cuando quisiera si no se veía capaz.

Le presentaron los asistentes, eran unas decenas, mayoritariamente personas indias a excepción de ella y tres europeas más. Después de los saludos, les comunicaron que solo podrían entrar al recinto con su ropa y productos de higiene íntima. El móvil y todo lo que les conectaba con el exterior debían dejarlo fuera, guardado. Alba miró el móvil por última vez en diez días y entró.

10 días, 24 horas, en silencio absoluto

“El centro estaba dividido entre hombres y mujeres. Mi habitación era muy pequeña, individual, con un inodoro, un grifo de agua fría para limpiarse y ducharse, y una repisa de cemento donde iba un colchón donde apenas cabía. No había nada más, ni espejo”, describe Alba.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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El primer día de retiro comprobó que era más difícil lo que se imaginaba. La despertaron a las cuatro de la mañana. A y media empezaba la meditación, que se alargaba hasta las 7 AM. Después desayunaban todos juntos, en completo silencio. “Había personas vigilando que nadie hablase, pero realmente no hacía falta, porque nadie se miraba a los ojos”, añade. El resto del día consistía en más meditación, comida —“muy poca cantidad, todo arroz, verduras y tortas de harina”—, más meditación, cena —“que era una pieza de fruta, gachas y té”—, y finalmente la proyección de unos vídeos de un gurú Vipassana, Goenka, que explicaba su experiencia habiendo hecho los diez días de silencio.

La meditación iba progresando en dificultad. A partir del cuarto día empezaban la “meditación de fuerza de voluntad”. Alba la recuerda con mucho dolor: “no podías mover los músculos. Estabas en una posición incómoda, se te dormían las piernas y la espalda se tensaba, te dolía. Recuerdo haber llorado. Obviamente pensé en dejarlo. En el segundo día creí que iba a abandonar, pero aguanté porque los vídeos te animaban a continuar, el gurú te enseñaba la importancia de lo que estabas haciendo”.

Lo que aprendes pasando los días contigo mismo

Cuando vives en el silencio, hablas mucho más contigo. Tus pensamientos se vuelven muy fuertes. Aprendes a ser más introspectivo. Si a eso le sumas pasarte el día en constante meditación, entras en comunión con tu interior y, por extensión, con lo que te rodea.

Este proceso es el que vivió Alba. Descubrió cosas de sí misma que no conocía. “Aprendí a sacar una fuerza de voluntad que me permite hacer más de lo que creía posible”. Además, logró sobrepasar las limitaciones físicas de su cuerpo. “Si me llegan a pedir que me toque el brazo habría intentado tocar más allá de mi parte física, porque era como que la vibración de mi cuerpo se expandió, no sabía dónde acababa yo y dónde empezaba el resto”.

El descubrimiento no es solo de tu cuerpo, también es mental. Logró adentrarse en pensamientos que tenía dentro, ocultos entre capas de traumas. “Yo de pequeña tenía un perro que fue atropellado delante de mí. Guardé este recuerdo en un lugar oscuro, forzándolo a no salir. Y con la meditación, salió todo, y pude llevarlo bien”, explica. La meditación puede llevarte a sitios oscuros, por eso es necesaria hacerla con una guía. Todos tenemos muchos traumas interiorizados que pueden salir a la luz y destrozarte psicológicamente si no sabes gestionarlos.

Recomendaría la experiencia. Pero fue duro: soy una persona muy extrovertida y tengo que explicar todo lo que me pasa. Y pasé de estar todo el día con el móvil a no tener nada, no saber qué está pasando… Además, fui en Navidades porque era la única época libre y no pude hablar con mi familia. Por no saber, no sabía si había pasado la navidad o no, porque estás tan fuera de la realidad que no sabes qué día es. Sonará absurdo, pero me despintaba una uña cada día para ir llevando la cuenta atrás de los diez días”, recuerda Alba.

Del silencio a la rutina del ruido y la cháchara

El onceavo día ya no había silencio. Mientras se despedían y daban donaciones voluntarias para el mantenimiento del templo, podían charlar entre ellos. Pero pocos lo hacían. Cuando vino a buscarla su marido, le dijeron que no la atosigara a preguntas ni abrazos. Que ella debía tomarse su tiempo para volver a la realidad. “En el coche me preguntó cosas, pero solo me salían monosílabos. Estuvimos en silencio todo el trayecto, pero para mí era lo más natural”.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Ahora, con el tiempo, ya ha vuelto a adaptarse al móvil, al ruido y a hablar constantemente, como hacía antes del retiro. Sin embargo, la filosofía budista le ha hecho replantearse la vida. Ha aprendido que los celos, el miedo a fracasar, a perder o a no ser nadie en la vida surgen porque “nos aferramos a las cosas, las personas, las comodidades, incluso a una imagen de ti mismo”. La clave de la felicidad está en “saber dejar ir. La vida son momentos, y los momentos se acaban. Nadie está para siempre ni tú serás el mismo siempre. Tienes que saber dejar ir profesiones, personas, emociones, sentimientos”, añade Alba, convencida.  

No solo le ha impermeabilizado la filosofía, también las técnicas de meditación. Con concentración, puede volver fácilmente a ese estado de liberación del cuerpo, en el que el mundo exterior se silencia porque solo escuchas a lo que hay dentro de ti. Gracias a esta técnica logra desestresarse porque se da cuenta de lo que verdad genera harmonía y felicidad a su yo. Cree que necesitó viajar a la nada y desconectar de todo para hacer el viaje más difícil de todos: “a mi interior”.