Una clase de Harvard te enseña 4 'verdades absolutas' que desaprender para ser más feliz

La filosofía oriental que Michael Puett y Christina Gross-Loh exploran en 'Tao, el camin' nos hará repensarnos cosas de la vida que tenemos muy asumidas y que es hora de desaprender

En la prestigiosa Universidad de Harvard uno de los cursos más populares es el de introducción a la filosofía china. A muchos les puede llegar a sorprender. ¿Cómo puede ser que la filosofía, un terreno que no es especialmente popular entre el alumnado, tenga tanto éxito? Y más aun, estando dedicado a la tradición oriental. La clave está en quién imparte el curso: Michael Puett. En sus clases no solo enseña los principios de esta filosofía, sino que también ayuda a ver que las verdades absolutas de nuestra filosofía son muy relativas. Nos enseña a ver el mundo con otra óptica, la oriental, y a desaprender todo lo que tenemos asumido como inamovible.

Christine Gross-Loh, periodista y autora norteamericana, asistió a una de sus clases y quedó fascinada. Decidió que las enseñanzas de Puett tenían que salir de sus aulas al mundo exterior para que todos las descubrieran. Así, junto al profesor, escribió el libro Christine Gross-Loh Ediciones Martínez Roca, 2018, en el que se explora cómo la filosofía oriental puede ayudarnos en nuestro día a día. Estas son solo cuatro de las muchas reflexiones que se pueden extraer de sus páginas. 

1. Tenemos que descubrir quién somos para ser felices

Se nos dice que descubramos quiénes somos en nuestros adentros, porque entonces podremos vivir en congruencia con nosotros mismos. Según muchas personas, ahí está la clave de la felicidad. Sin embargo, para Confucio, maestro de la filosofía y literatura china, no debemos “encasillarnos” buscando verdades absolutas sobre nuestro ser, porque nosotros no somos solo una cosa.

Decir “soy gracioso”, “soy de letras” o “soy benevolente”, es reducir nuestra existencia a prejuicios. Definirnos de una forma concreta y determinar nuestra vida, carrera y relaciones en base a esto es imponer el yo de un momento muy determinado al resto de nuestra vida. Hace diez años eras de una forma, y dentro de diez serás de otra. Para los filósofos confucianos, el mundo es caótico y cambiante, está en constante evolución. Por eso, descubrirte a ti mismo es un proceso constante, y nunca podrás saber "quién eres" porque siempre serás alguien diferente. 

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Por lo tanto, marcarse grandes objetivos vitales en base a “nuestro verdadero ser” es un error, porque no hay un “yo único”, siempre está en constante cambio y tenemos que adaptarnos a cada momento de nuestra vida para ser felices. Si las decisiones que tomamos hace diez años ya no nos satisfacen, no debemos tomarlo como un fracaso sino como algo natural: ya no somos esa persona y no tenemos que dejar que determine nuestro presente. Todos cambiamos y tenemos derecho a hacerlo.  

2. Para tomar decisiones, tenemos que pararnos y pensarlas racionalmente

"Consideramos que el mundo es coherente. Sabemos de sobra que las cosas no siempre salen conforme a lo planeado, pero también tendemos a asumir que el mundo funciona siguiendo unas líneas generales: si uno hinca los codos, le irá bien en los estudios; si consigue una buena educación, encontrará un trabajo que le guste; si se casa con el amor de su vida, vivirán felices y comerán perdices", detalla Puett. Pero el mundo es caótico e imprevisible, y hay muchos factores que determinan lo que acaba sucediendo. Creer que toda acción tiene su consecuencia lógica no es más que una fuente de desesperación.

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Además, para autores orientales como Mencio, decidir de forma racional es absurdo porque siempre hay un componente emocional en la toma de decisiones. Muchas veces escogemos cosas de forma "visceral", porque nuestra intuición nos dice que es lo correcto. Al final, el mundo es arbitrario e impredecible, y aunque nos sentemos a tomar decisiones estudiándolas bien, nadie nos puede asegurar que todo suceda tal y como hemos planeado. Lo más recomendable es tomar decisiones analizando las muchas posibles consecuencias y trabajando mecanismos para afrontar emocional y psicológicamente lo que sea que vaya a suceder. Y así, evitar que si se nos tuercen los planes acabemos destrozados.

3. Tenemos que trabajar al máximo nuestras cualidades

Siempre se nos dice que busquemos qué se nos da bien y lo explotemos. ¿Eres muy altruista? Llévalo al máximo. Sé el más altruista de todos. Al final, en este intento de mejorar y de conseguir desarrollar nuestras habilidades acabamos abandonando el resto de cualidades para explotar esa que nos han dicho que es nuestra máxima. Intentamos mejorar para competir. Para ser mejores que el resto. Pero la filosofía oriental no lo ve prioritario. 

Según la teoría del Wu Xing, cada uno de nosotros tiene unas virtudes que deben estar en harmonía. Pero centrarse en una sola cualidad es negativo, "[las virtudes] se vuelven problemáticas si intentamos desarrollar una a costa de las otras", señala Puett. Una virtud por sí sola no es una guía de cómo ser. Según las filosofías orientales, las virtudes deben modularse entre sí. Por ejemplo, creer que eres inteligente y solo trabajar este aspecto de ti no sirve para nada: necesitas desarrollar más facetas para adaptarte a todas las situaciones y mejorar tu convivencia e interacción con el resto de personas. No se puede ser muy inteligente pero emocionalmente estúpido, no sirve de nada. 

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Si mantenemos las cualidades en un constante movimiento e interacción, tendremos una vida más estable, "sin zarandeos emocionales, de manera que el espíritu fluya con libertad en nuestro interior". Debemos encontrar un equilibrio. Al igual que para llevar una vida sana no solo se apuesta por una dieta sino que también por el ejercicio o la respiración, en el terreno mental, para encontrar la estabilidad, deberemos trabajar todas las cualidades, incluso aquellas en las que no destaquemos, para que todas se refuercen entre sí y se aporten entre ellas, permitiéndonos ver la vida con una nueva óptica.

4. Para solucionar los problemas tenemos que hablarlos largo y tendido

Si, por ejemplo, tienes una relación problemática con tu hermana, lo que cualquiera haría es hablar todo aquello que os separa para empezar una nueva relación desde cero, sin conflictos de por medio. Sin embargo, los filósofos orientales creen que la solución está en las pequeñas decisiones que tomes cuando interactuéis. Es decir, pasar a observar lo que hacéis mal en el día a día en lugar de querer solucionarlo todo de golpe.

Otro ejemplo: "si tu novio se está planteando romper contigo y tú insistes nerviosamente en que los dos habléis del tema ya mismo —en lugar de aguardar un poco para ver cómo el tiempo cambia y suaviza las emociones de ambos—, estarás precipitando una conclusión que de otro modo quizá no se hubiera dado", explica Puett. En definitiva, querer hablar las cosas, forzar un diálogo, no aportará nada, porque es en la vida cotidiana y en sus relaciones donde se esconden las verdades. No podremos solucionar nada en una sola sesión, por muy intensa que sea. Cultivar las relaciones es algo que se hace de forma diaria. 

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Estas cuatro reflexiones tienen todas algo en común: nuestra forma correcta de ser y actuar no es incuestionable. Vivimos en una sociedad que es infeliz de serie y cada día queda más claro que nuestros principios están obsoletos. Para encontrar la felicidad toca pensar de una forma diferente, de una forma que jamás nos hayamos planteado. Eliminar los referentes occidentales y escuchar a los orientales es una forma de hacerlo.