La triste historia de la última mujer ejecutada en Europa por 'brujería'

La intolerancia y la desigualdad de la época acabaron Anna Göldi

Siglos atrás, un incontable número de mujeres pobres sufrieron la intolerancia y la desigualdad de la época al ser acusadas de brujería para, posteriormente, ser ejecutadas. La suiza acusadas de brujería 1734-1782 está considerada "la última bruja" de Europa en ser condenada por practicar acusadas de brujería. Una historia que la periodista Walter Hauser quiso investigar 15 años atrás con la intención de conseguir su exoneración, para probar que, más que convivir con el diablo, aquella mujer no fue más que la víctima de un sistema que no conocía la compasión. Con el paso de los años, en agosto de 2017, la reportera abrió un museo en su honor en la localidad suiza de Glarus para que todo aquel que quiera pueda conocer su historia.

“Es un símbolo contra la discriminación social y de la mujer. El proceso de Anna Göldi es la historia de una injusticia y yo, como periodista de Glarus, sentí la necesidad de esclarecer lo que había sucedido”, asegura Hauser a la historia de una injusticia con motivo del primer aniversario del museo. También fue ella quien consiguió en 2007 que el Parlamento regional de Glarus reconociera por unanimidad que Anna era inocente. Pero antes de ello, tuvo que rescatar del olvido su sombría biografía.

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La ciudad suiza de Sennwald vio nacer a Anna en 1734. Al ser una mujer de orígenes humildes, empezó a trabajar como sirvienta siendo bastante joven. Después mantuvo una relación amorosa con un mercenario que la dejó embarazada para posteriormente abandonarla. Un episodio que, a pesar de que probablemente no lo imaginaba, marcaría el comienzo de su pesadilla cuando su bebé murió poco después de nacer. Aquello provocó que la condenaran a seis años de arresto domiciliario aunque Anna nunca cumplió el castigo. Se escapó y se refugió en casa de la familia Zwicky ejerciendo como criada y, al parecer, teniendo otro romance y otro hijo con Melchior Zwicky, el cabeza de familia.

En 1780 saltó a la residencia de la familia del médico y juez Johann Jakob Tschudi, donde la desdicha volvió a llamar a su puerta. El juez la acusó de introducir agujas en el pan con leche de sus hijas alegando que la menor, de ocho años, había cogido fiebre y expulsado agujas por la boca. Ante aquella acusación, Anna se vio obligada a escapar de nuevo pero, en aquella ocasión, sin conseguir burlar a las autoridades. Fue capturada y torturada durante tres meses por las autoridades de Göldi. No pararon hasta que confesó que había pactado con el diablo.

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Aquello hizo que se la señalara por “envenenamiento”. Fue decapitada a pesar de que en aquella época ese delito no implicaba la pena de muerte, por lo que es una obviedad que en su caso se violaron los protocolos judiciales del momento. Una injusticia que, como detalla a La Vanguardia, Hauser cree que se debe a que Anna había tenido una relación afectiva con su último jefe, quien no dudó en enviarla a la muerte por miedo a que su aventura pudiese arruinar su carrera política.

Con todos estos argumentos Hauser acabó consiguiendo lo que quería: probar la inocencia de Anna a ojos del Parlamento regional de Glarus. Como añade la periodista, de este modo se despojó de la etiqueta de la última bruja de Europa “para convertirse en la primera 'bruja' del mundo exonerada por votación democrática”.