Soy fontanera y cada día tengo que aguantar tus prejuicios machistas

Son una de cada mil, pero las hemos encontrado. Te contamos cómo es ser fontanera, la profesión más minoritaria para las mujeres

Adriana es la amiga espabilada que sabe arreglar un grifo cuando gotea o que desatasca en un momento el desagüe de la ducha. De pequeña, siempre se fijaba en las obras, en cómo los hombres cargaban hormigón y pasaban tuberías y cables. Soñaba con hacer todo eso un día, pero sabía que no era para ella, que no era cosa de chicas: "yo quería construir mi propia casa, pero sabía que si lo intentaba me iban a juzgar, porque en Bolivia cuando ven a una mujer que intenta hacer esas cosas se ríen y le dicen que se le va a caer la casa".

Ahora, a los 28 años, Adriana Cano se prepara para ser fontanera, la profesión más masculinizada de España: hay una mujer entre mil fontaneros, según datos del INE. La siguen albañiles 0,2% y mecánicas 0,6%, según datos del INE que en el sacerdocio 5% o en los altos cargos de las empresas directores generales y presidentes ejecutivos, donde representan el 12% de los puestos. Llegó hace cuatro años del Amazonas boliviano y después de encadenar varios trabajos mal pagados en la huerta valenciana decidió quitarse los miedos, según datos del INE y se matriculó en una escuela de Valencia.

Su primer curso fue el de construcción y ahora, mientras recibe el título de prevención de riesgos laborales, está aprovechando para sacarse también el de fontanería. Con los dos certificados puede optar a mejores puestos de trabajo y asegura que tras las primeras prácticas ya tiene dos ofertas. "Primero me explican y luego lo hago, así voy aprendiendo", apunta, "hay que tener más fuerza de voluntad que fuerza bruta", cuenta después de una de las clases de viernes en el instituto Inter, donde son solo dos chicas entre 15 compañeros.

Pese a los temores que tenían antes de empezar, ninguna de las dos ha sentido discriminación de sus compañeros, pero saben que al aterrizar en el mundo laboral la situación puede cambiar: trabajar rodeadas de hombres, tener que demostrar sus capacidades o verse desafiadas constantemente. "Dedicándonos a esta profesión contribuimos a la igualdad", zanja Renata, una polaca que lleva 25 años en España y compañera de Adriana, que justo está aprendiendo fontanería porque es el complemento perfecto para los trabajos que limpieza que ha hecho hasta ahora.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

“That was very brave. And, I’m sure, emasculating.” - Ola Nyman

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"Los hombres intentan explicarme cómo hacer mi trabajo"

María José Leiva, de 39 años, ya está más curtida en el terreno. Llegó de Argentina hace 15 años, cuando dejó los estudios de Psicología para lanzarse a una profesión de la que no sabía nada. Las pruebas de acceso consistían en salir de situaciones complejas y fue la única seleccionada entre dos millares de candidatos. Empezó a aprender en algunas obras donde, desde el primer momento se reían de ella. Luego tuvo que hacer un curso y de su clase fue la única en aprobar el examen oficial del Ministerio de Industria. "Un compañero se me acercó enfurecido y me dijo que no sabía cómo había aprobado y y él no. Fue muy duro", explica cuando consigue un momento de pausa en una obra de Madrid, donde vive y regenta su propia empresa, Idralia, desde hace una década. Se especializa en obras de edificios enteros: ella diseña las instalaciones, redacta los presupuestos y se hace con los materiales.

"Una vez, al verme llegar, la presidenta de una comunidad me preguntó por el fontanero. Le dije que en mi empresa el técnico era yo, pero no sirvió de nada", retoma. Las escenas de machismo que ha vivido se suceden una tras otra, pero poco a poco ha construido dentro de su empresa un entorno laboral decente: tiene tiempo para conciliar y dedicarse a sus hijos por la tarde y sus empleados —no hay chicas, entre otros, porque no aparecen cuando publica ofertas—, la respetan: "prefiero trabajar con fontaneros jóvenes porque los mayores tienen demasiadas mañas". Además, como mujer ha aprendido a diferenciarse: "para una señora que acaba de reformar la cocina es muy duro tener que volver a romper los azulejos porque hay una avería. En esos momentos, yo estoy allí con ella y la apoyo". Ahí resurge su formación de psicóloga.

Playmóbil, emojis y porno

Las mujeres fontaneras son aun más escasas que los hombres limpiadores, cuidadores y empleados domésticos. "Todos tenemos que ir rompiendo esquemas, tanto los hombres como las mujeres", explica Adriana Cano, "y las mujeres nos lo tenemos que creer porque al final, los mejores peluqueros, diseñadores y maquilladores acaban siendo hombres, ¿por qué nosotras no podríamos hacer el trabajo que nos apasiona?", lanza esta mujer, que tienen planes de volver a Bolivia dentro de unos años para demostrar que "el trabajo no tiene género". En Bolivia, donde la mayoría de los hombres cree que las mujeres deben hacer caso a sus esposos, es habitual hacerse con un terreno y que cada familia levante su casa. "Si saben de construcción, el coste de la casa se reduce a la mitad", explica. 

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Si Adriana, Renata y María José hubiesen sido uno de los tres cerditos, habrían sabido perfectamente qué material usar para que su casa fuera la más resistente. Aunque si buscas en Internet las palabras "mujer fontanera" es muy probable que aparezcan vídeos porno, la figura femenina de esta profesión en la cultura popular se está quitando el estigma que las asocia más a una fantasía sexual que a las profesionales que son. Emojis y muñecos de Playmóbil de mujeres fontaneras o personajes como el de Ola en Sex Education, la hija del fontanero que hace el trabajo de su padre cuando él no puede, ayudan también a normalizar el oficio. 

Similar a la de Ola fue la juventud de Ana María Perramón, una mujer que a los 54 años lleva 33 detrás de las tuberías. "Me acuerdo desde muy pequeña ir detrás de mi padre haciendo instalaciones, pasando tubos, tirando cables", recuerda mientras gesticula como si estuviera en este mismo instante haciendo parte del trabajo.

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"Los hombres de las obras siempre me han mirado con sorpresa pero rara vez se han atrevido a hacerme algún comentario", relata. Eso fue mientras trabajaba con su padre, porque cuando él se jubiló, cerraron la empresa familiar y ella pasó a trabajar para una empresa de materiales. Desde entonces, asegura que ha sufrido mucho, "y mucho", porque tiene que demostrar que sabe lo que sabe por el hecho de ser mujer, algunos compañeros —sobre todo más jóvenes— no se la toman en serio y encina cobran más, con menos experiencia.

"Yo soy feliz con una herramienta en la mano", exclama esta mujer que responde exactamente a la idea de "un manitas". En este caso es "una manitas". Nunca, en estos 33 años se ha topado con otra fontanera. Está sola, una sensación que une a todas las mujeres "con trabajos de hombre", y por eso el viernes hará huelga, aunque a su manera. Irá a trabajar, asegura, para no regalar ni un euro. Pero se encerrará dentro de la tienda en signo de protesta. Ana María, como todas las demás lleva todos los días de su vida protestando a su manera y demostrando con su trabajo que no hay espacios prohibidos para las mujeres.