Selling Sunset: los agentes inmobiliarios de los millonarios te cuentan el asco que dan

El 'reality' de Netflix moderniza el formato que tanto lo ha petado en 'Divinity': la venta de casas. Aquí, por fin, los vendedores rajan de los clientes caprichosos con peticiones absurdas

Christine, una agente inmobiliaria de lujo, está enseñando a una pareja una casa de 4 millones de dólares en Hollywood. “Es muy mona… pero no me gusta la cocina”, le dice la pareja. Bitch, ¿con la pasta que tienes acaso cocinas?”, dice fuera de cámara Christine. Acaba de enseñarles el salón, los baños y el jardín. En total, 500 metros cuadrados de mansión en Los Angeles, con unos acabados modernos, cuatro dormitorios, cinco baños, jardín, piscina, vestidor, garaje, y todo diseñado por un decorador. “No me convence la decoración”, acaba la pareja tras ver el piso. “Qué se le va a hacer. Ser rico no es sinónimo de tener buen gusto”, les dice Christine.

Esta agente inmobiliaria es una de las protagonistas del nuevo reality de Netflix Selling Sunset reality de Netflix en español, que hoy estrena su tercera temporada. Este programa lo ha petado, en parte, porque es muy corto tres temporadas con ocho capítulos de veinte minutos cada una, te la verás en tres tardes, pero también porque ha modernizado uno de los formatos más exitosos de reality: los programas de venta y construcción de casas como bien demuestra que todos hayamos visto, en algún momento u otro, los programas de casas de Divinity.

Pero si Selling Sunset ha logrado modernizar este formato es porque se ha petado la etiqueta family-friendly que suelen tener. Aquí, por fin, las vendedoras dicen lo que piensan de sus caprichosos clientes. “Yo, ante todo, soy honesta”, le asegura Christine a una clienta, acompañando la frase con una “bitch-face”, como ella misma lo describe. Vamos, si eres un imbécil con ella, no se va a cortar un pelo en decírtelo.

Christine no es la única con esta filosofía. “Me has hecho perder mi valioso tiempo”, le decía Maya a un cliente mientras lo dejaba plantado a media comida. Ella, otra de las siete agentes inmobiliarias del Oppenheim group el grupo inmobiliario en el que se basa el reality, le está vendiendo la casa a un playboy israelí. Quería una casa con vistas, piscina, “y yo ya la llenaré de mujeres”. Durante toda la venta, intenta tirarle la caña. “Recuerda que estoy casada…”, dice Maya una decena de veces.

A él parece encantarle la casa, pero quiere cerrar el trato “con una cena y una copa”. “No, con una comida, y sin alcohol”, dice Maya, viendo lo que intenta. Durante la comida, él le dice que no está seguro y que quiere ver más casas. “Tu marido está en Florida, y yo aquí… Si quieres podemos ver más casas y ver lo que surge”. Ella pone una cara de odio. “Tú no quieres comprar una casa”, y tal como llega, se va. “Ya me he encontrado con muchos nuevos ricos de este tipo que están solteros, se creen que las mujeres son un reto y solo quieren ligar contigo con la excusa de la casa. Qué asco”, se queja con sus compañeras.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Pero no solo hay drama con los clientes: también entre compañeras. El reality, por lo tanto, no solo se limita a la venta de viviendas que cuestan una millonada, el proceso de los interioristas o el análisis arquitectónico de los proyectos más lujosos de Los Angeles. También graban las peleas personales, románticas y profesionales entre vendedoras, los vaivenes emocionales de sus vidas privadas y las discusiones con caprichosos clientes ricos. Es decir, mezcla arquitectura y casas con dramas, insultos y peleas. Lo mejor de los programas de casas de Divinity y de los realities a lo MTV, Kardashian o Mediaset, todo fusionado en uno solo.

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