El fenómeno Montoya: ¿hemos hecho famosa a la persona correcta?

Hasta Whoopi Goldberg sabe ya quién es el participante de ‘La Isla de las Tentaciones’ que en un arrebato de celos y de ira, se arranca la camisa como un stripper desbocado pero, ¿hacemos bien en reírle las gracias a Montoya?

Pocas cosas hay más universales y necesitan menos traducciones y Duolingos para ser comprendidas que el desamor, y por eso el momento Camarón que se ha marcado Montoya, uno de los concursantes de ‘La Isla de las Tentaciones’, cuenta con un elemento clave para hacerse viral más allá de nuestras fronteras: demostrar que la traición nos iguala. Lo que nos diferencia, claro está, es la forma en la que la gestionamos, y aquí el bueno de Montoya ha dejado claro tener una táctica propia. El hecho de que ya no haga falta ni decir su nombre, José Carlos (lo he tenido que buscar: no me escondo), pues tiene el apellido más telenovelesco y potente del panorama de la televisión, también ayuda. Y qué decir de la comicidad del clip, porque cuando nos embarga el schadenfreude, ese placer que sentimos cuando a alguien le pasa un mini drama, se dibuja en nuestro rostro una imborrable sonrisa.

Pero ver a este señor arrancarse la camisa (por fin esos años de gimnasio son amortizados) y correr por la playa tras descubrir ante las cámaras que su pareja le ha sido infiel es una muestra de gestión insuficiente de esa masculinidad herida, mas también un espectáculo casi cinematográfico aderezado por el grito de Sandra Barneda, ”Montoya, por favor”, que ha hecho que los memes se sucedan. “Estos formatos van dirigidos a los impulsos más primarios, el morbo, la curiosidad malsana, es un artefacto de relojería perfectamente construido para que tú no puedas apartar la mirada”, explicaba en La Ser Mariola Cubells, periodista especializada en televisión.

¿Una celebridad de por vida?

Resulta curioso que en un programa cuya finalidad es tentar a los participantes para que sean infieles, uno de ellos actúe como si hubiera descubierto que su madre es una terrorista al ver a su pareja “morder la manzana”, pues como señala Stuart Heritage en un artículo publicado en ‘The Guardian’ en el que se pregunta si la viralidad del clip está destinada a cambiar el devenir de la telerrealidad, quienes van a ese tipo de programas bien saben a lo que van, especialmente cuando no se trata de la primera edición.

“La reacción al clip de ‘Montoya, por favor’ muestra que la ética no es realmente un obstáculo para alcanzar la popularidad. El clip ya ha sido objeto de memes, ha protagonizado momentos deportivos y e incluso existen clips de Crepúsculo doblados con los gritos de dolor de Montoya. Es bastante probable que todo esto convertirá a Montoya en una celebridad de por vida”, asegura. “Quizás pueda aprovecharlo para hacer de esta popularidad momentánea algo más duradero, tal vez con una serie en la que reaccione violentamente de forma exagerada ante cientos de situaciones diferentes. O tal vez simplemente será el chico del meme para siempre. De cualquier manera, así es cómo será definido hasta el fin de los tiempos”, reflexiona el periodista.

Posiblemente la prensa internacional no sepa que tras enterarse de la infidelidad de su pareja, Montoya se acostó con otra de las participantes, un comportamiento que si bien es cierto no formará parte de ningún manual de buenas prácticas en el universo sentimental, es muy habitual. Ya sabéis: diente por diente, un clavo quita otro clavo, si me la lías, te la lío... El ABC de la nefasta gestión emocional. El programa juega a ser un buffet libre en el que soltar a gente hambrienta: todos sabemos que un alto porcentaje de los ahí presentes van a lanzarse sobre las bandejas de comida, pero ese afán por ponerse a prueba tan habitual en la actualidad les impulsa a auto engañarse y creer que se limitarán a acercarse al apartado de las ensaladas. En esta isla muchos pecan, y si no hubiera pecados, no habría programa. Cuando el buffet queda arrasado, la audiencia arrasa. El festín está servido.

Pero la pregunta es si estamos haciendo famosa a la persona adecuada. Este reality está siendo analizado constantemente por psicólogos, analistas televisivos e incluso sociólogos que alaban que el programa muestre a la audiencia diferentes tipos de relaciones y comportamientos en los que prima la toxicidad para que así puedan detectar grietas en sus propias relaciones. Estamos ensalzando a quien actúa de semejante manera ante una infidelidad, y si bien es cierto que enterarte de que tu pareja te es infiel nunca es un paseo por las nubes (yo bien podría ser coleccionista de cuernos, por lo que sé de lo que hablo), estos brotes de toxicidad no tendrían que ser motivo de aplauso.

Pero ¿qué le vamos a pedir a un programa en el que la tentación es la protagonista? ¿Que lean a Gustave Flaubert? ¿Que debatan sobre la construcción de la identidad masculina de Elizabeth Badinter? No. Les pedimos llantos exagerados, edredoning (sin edredones, claro) y un armario de corte tronista. Y nos dan con creces lo que pedimos.

Aunque la frase viral es “Montoya, por favor”, mi preferida es otra: “La tablet es algo sagrado: controlad vuestras emociones”. Sandra Barneda, tras quedar boquiabierta al ver a otro de los concursantes dar una patada a la tablet al ver a su pareja caer en las redes de uno de los tentadores, suelta semejante perla. Exijo ya que el programa sea patrocinado por Apple o que en la hoguera haya un cartelito que rece: “Quien rompa, paga”. A los participantes no les cuesta sólo controlar las emociones, sino gestionarlas, pues al solo estar familiarizados con la ira, que es la única emoción que el patriarcado les permite exhibir, deciden que su rabia estalle y que ante cualquier muestra de debilidad, emerjan el enfado y la fuerza.. En la isla, los hombres lloran, pero cuando lo hacen, gritan, se descamisan y golpean.

Montoya y la performance de la masculinidad

Habrá quien incluso haya encontrado en Montoya un nuevo crush, pues de una sociedad que fantasea con Luigi Mangione, un asesino que parece haber sido ideado por Netflix, podemos esperar cualquier cosa. Erotizar a Montoya vuelve a reforzar el amor por los hombres que no son precisamente los emblemas de la masculinidad más saludable. En sus redes presume ya de tener en su agenda una acción con Burger King en San Valentín (si el icono del amor es alguien que se arranca la camisa, nos augura un mundo amoroso oscuro) y comparte imágenes con la camisita abierta en clave Luis Miguel acompañadas de textos en los que pregunta si alguien más es víctima del desamor. Ya sabéis que hay que rentabilizar cualquier drama. Montoya está sacando provecho de su viralidad y de esa virilidad construida a base de carreras entre llantos en la playa, una virilidad que él subraya al poner en marcha la performance de la masculinidad que ha hecho de él un icono de la cultura pop posiblemente, para que negarlo, instantáneo. Pero del mismo modo que al café soluble no le pedimos que tenga el ‘ok’ de Juan Valdez, a él no le vamos a pedir gran cosa...

¿Hacemos bien en dar tanta visibilidad a Montoya y a su numerito? Si le estuviéramos encumbrando como baluarte de la masculinidad saludable o como el novio perfecto, no, pero como divertimento pasajero, no tenemos que sentirnos culpables por disfrutar de este placer que nos es servido en bandeja. Si pudiéramos mandarles un mensaje en una botella a los participantes del show, en la nota no pondría la orden de Barneda de “controlad vuestras emociones”, sino otro mensaje: “Asumid que tras esos pectorales de gimnasio, hay un corazoncito. P.D.: No lo paguéis con la tablet, pero tampoco con las emociones de vuestra siguiente pareja”.