Tiene 22 años y una sonrisa que no le cabe en la cara. O al menos la tenía, antes de que un huracán llamado Donald Trump se la sustituyera por un gesto de preocupación. Desde que el fin de semana el nuevo presidente firmara el decreto que prohibía la entrada de los refugiados e inmigrantes de varios países mayoritariamente musulmanes, a Nora Hakizimana, nacida en Ruanda y que llegó a Estados Unidos hace 15 años como refugiada, lo único que le ha quedado es salir a la calle a manifestarse.

"Estoy horrorizada con el hecho de que el llamado líder del mundo libre esté mostrando tan poca compasión", nos cuenta Nora por teléfono desde su casa en Siracusa, en el estado de Nueva York. Es una ciudad con una gran tradición de acogida de refugiados a la que la familia de Nora llegó huyendo del genocidio que mató un millón de tutsi en Ruanda y del posterior exilio en el Congo. Fueron recibidos por diversas organizaciones sin ánimo de lucro que les ayudaron a aprender el idioma y a integrarse en su huevo hogar.
"Cuando aprendí inglés, en el instituto, volví como voluntaria para trabajar con los refugiados recién llegados, así que he estado en contacto con ellos desde hace tiempo", cuenta la joven. Con esta historia y esta implicación, el veto de Trump hirió a Nora en lo más profundo de su ser y no dudó en unirse a las numerosas manifestaciones que se han convocado en su ciudad. En una de ellas conoció a una chica musulmana que había pedido el turno de palabra y se hicieron amigas. Un par de días mas tarde se enteró por redes sociales de que los compañeros de piso de su nueva amiga, Khadijo Abdulkadir, le habían roto el Corán en pedazos y lo habían tirado en el suelo del cuarto de baño –algo muy ofensivo porque el Islam prohibe expresamente tanto que el libro toque el suelo, como que esté en baño–.

"Es muy triste y desgraciadamente no es un incidente aislado. Desde que Trump es presidente se han denunciado muchos incidentes de este estilo. Creo que ha inspirado odio, fanatismo y xenofobia entre mucha gente. Es como si ahora la gente creyera que si el presidente de Estados Unidos puede hacer estas cosas, entonces debe estar bien hacerlas, pero no lo está", explica Nora con pesar. Tras acabar sus estudios de economía, tenía la firme intención de orientar su carrera profesional hacia las organizaciones no gubernamentales y especialmente a las que trabajan con refugiados para poder poner a su servicio su propia experiencia, pero con esta prohibición, muchas de ellas están teniendo que cerrar o limitar sus actividades.
Lo cierto es que el nuevo presidente está pintando su país con un panorama muy oscuro, sin embargo, Nora todavía guarda un espacio de su corazón para la esperanza. "La gente se está manifestando y está pidiendo a sus representantes en el congreso que actúen. Antes parecía que no les importaba nada, pero ahora se están activando y eso es algo positivo", cuenta, y añade que más allá de la tristeza que le genera la intransigencia de una parte se su país, también ha podido constatar "la unidad y solidaridad" que se está generando en las tantas manifestaciones a las que ha ido y seguirá yendo.