La moda de ir en pijama a la oficina: ¿liberación o esclavitud?

Que le den a las convenciones estéticas. Que le den a la saludable desconexión laboral

Una nueva tendencia ha aterrizado en las oficinas chinas: la de no rayarse lo más mínimo con la vestimenta y comenzar a vestir con la libertad más absoluta. Fuera trajes de chaqueta. Fuera vestidos elegantes. Fuera camisas. Fuera zapatos incómodos. En palabras de Cindy Luo, una diseñadora de interiores de la ciudad china de Wuhan, para el New York Post, “solo quiero llevar lo que quiera, simplemente no creo que valga la pena gastar dinero en vestirme para ir a trabajar ya que lo único que hago es estar sentada allí”. Y no está sola. Como dicen desde este mismo medio, la generación zeta china está cambiando los estándares tradicionales de vestimenta de oficina.

Y no precisamente un poquito: muchxs de estxs jóvenes han llevado tan lejos su cruzada contra el elegantismo obligado que han empezado a ir a la oficina directamente en pijama. Cómodxs. Calentitxs. Libres. Y contestatarixs, porque no se conforman con hacerlo: también se dedican a publicitarlo en las redes sociales chinas para inspirar desde el ejemplo. Mírate este vídeo. Entenderás en un santiamén hasta qué punto ha llegado esta revolución. Que si pijamas de cuadritos. Que si pantuflas. Que si batas de casa. Hasta un pasamontañas, unas bragas térmicas o lo que sea que desee cada unx en un momento dado. Te levantas y le tiras para la oficina. Sin adecentarte ni una pizca.

Un fenómeno contestatario

¿Vagueza? ¿Falta de compromiso con los valores de la empresa en cuestión? Para estxs jóvenes no. En realidad, es una respuesta ideológica y ciudadana a ciertas condiciones en el país con la que las nuevas generaciones no están precisamente de acuerdo. Por un lado, el carácter tan conservador del mundo de los negocios. Según dicen desde el New York Post, “en China los hombres tradicionalmente usan camisas o chaquetas con cuello, mientras que se espera que las mujeres usen trajes de negocios o vestidos con escote alto”. Unos cánones bastante rígidos, clasistas y sexistas que algunxs no están dispuestos a promover. Prefieren darle alas a la diversidad.

Por otro lado, el pijamismo laboral parece funcionar también como una respuesta a un contexto sociolaboral más amplio de China: uno que se caracteriza por poner la carrera profesional en el centro de la existencia. Algo que la generación Z y la que viene detrás rechazan. ¿Cómo? ¿Que partirme el lomo diariamente para alcanzar la excelencia laboral y crecer profesionalmente debe ser la meta de mi vida? ¿Que debo vivir con un estrés colosal cada semana de mi corta estancia en este mundo para cumplir con lo que el Estado espera de mí? Paso. Pero paso mucho y a lo grande. Prefiero, parafraseando lo que dicen desde el medio estadounidense, una vida más tranquila.

Pero lxs jóvenes chinxs no están solxs. En Estados Unidos también se vivió un movimiento similar en el año 2022, cuando muchxs centeniales del país decidieron “usar ropa sexual tipo club para ir a trabajar”. Una forma de decirle a quienes lideran las empresas, buena parte de los cuales siguen siendo un pelín pollaviejas, que ya está bien de su reinado de etiqueta. Y es un fenómeno verdaderamente loable. Por un lado, porque requiere mucha valentía. Al fin y al cabo, estas pequeñas revoluciones suelen encontrar bastante resistencia. De la empresa y de otrxs compañerxs que no comulgan con ellas. Por otro lado, porque el fin es deseable. Al menos en cierto sentido.

Un camino a la vida workalcoholic

Porque no en todo. Durante las últimas décadas, y desde que la psicología positiva penetró en el mundo empresarial y profesional, el discurso de las empresas deberían hacer todo lo posible por que nos sintamos como en casa en la oficina ha ido ganando terreno tanto en los empresarixs como en lxs trabajadorxs. Y las pruebas saltan a la vista: pequeñas cocinas con comidas divertidas, sofás donde tumbarse un ratito a mirar el móvil, eventos de teambuilding donde conectar íntimamente con el resto del equipo y, en general, una atmósfera destinada a que percibas el entorno de trabajo como un entorno propio más. Un rincón en el que estás cómodx. Del que no quieres huir.

Y esto parece positivo a primera vista. Al menos en tu realidad inmediata. Después de todo, vas día a día a un ambiente agradable donde no se te activa el modo trabajo con la misma intensidad que en una oficina más convencional. La sensación es de mayor libertad. Casi de ser tú quien elige levantarse de la cama y acudir allí por mera diversión. Pero esto tiene sus inconvenientes, el más grande de todos el hecho de que las fronteras entre tu vida personal y profesional se desdibujan. Sí, en la oficina andas más a gusto, pero también te resulta más complicado desconectar del estrés del trabajo cuando la abandonas. Y obviamente no es bueno para tu salud psicológica.

Porque la banca nunca pierde. Y el mundo empresarial es lo suficientemente voraz e inteligente como para coger una lucha razonable, como es la de la generación zeta de hacer de las oficinas rincones más amables, y aprovecharla en su favor. El credo está claro: que vayas a trabajar con ilusión y no como si fuera algo que necesitas hacer para sobrevivir y que alimenta las cuentas bancarias de quienes más tienen. De ahí tantos mensajitos de trabaja en lo que te apasiona, ama tu trabajo o encuentra un trabajo que te guste y no volverás a trabajar nunca más. Un rollo gigantesco. Porque el trabajo es trabajo. Curras para enriquecer a otras personas. No es ocio. Nunca.

En este sentido, reivindicar un poquito de individualidad dentro de las oficinas está muy bien, y desde luego debe hacerse, pero teniendo en cuenta siempre que ciertas barreras diferenciadoras son sanas. No quieres que sea un sinónimo de tu hogar. No quieres interiorizar un espacio como ese, donde tienes muchas responsabilidades y presiones y jerarquías, con tu hogar, donde de verdad eres tú quien decide qué hacer y cómo hacerlo. El pijama es muy cómodo. Es cierto. Pero el pijama te lo pones cuando eres libre de verdad. Cuando eres dueño de tu tiempo. De tus actos. De tus valores. La oficina es otra cosa. Y haríamos bien en no olvidarlo para que no nos líen.

La oficina siempre es una oficina

Mi padre trabajaba muchísimas horas. Unas 85 a la semana en su pequeña cafetería en Tarifa. Pero el poco tiempo que pasaba en casa era como tenía que ser: aislado lo máximo posible de todo lo que le esperaba detrás de la barra. Las fronteras eran muy claras. Nítidas. No llegaba y comenzaba a estudiar inglés o cursos profesionales para mejorar sus competencias. Echaba muchas horas por necesidad, sí, pero no estaba obsesionado con el trabajo. Y así solía ser para la mayoría de gente. Hoy lxs jóvenes han llegado a una conclusión similar, pero la psicología empresarial le está dando la vuelta para convertirles en entusiastas del trabajo. Va, ven en pijama, verás que feliz eres.

Por supuesto, esto es solo una opinión. Tal vez una sensación subjetiva. Un pálpito interno. Pero me niego a pensar que las empresas instalen futbolines, consolas y gimnasios en sus instalaciones por mero compromiso con el bienestar humano. Llamadme desconfiado, pero lo percibo como una reacción a una revolución que no podían parar y, en su lugar, han decidido reconducir. Está claro que eso de que la carrera laboral sea prioritaria en la vida tiene los días contados y la única manera que tienen lxs empresarixs de remediar esto es haciendo que la oficina sea lo más informalmente atractiva posible. Que sientas que ni estás currando. Que ni tienes que vestirte. Que tampoco importa mucho que no cobres demasiado o te mates a trabajar porque el ambiente está muy guay y con eso basta. Pero no basta.