Cuando la periodista Ishlen Kaur se adentró en el mundo del yoga con aproximadamente 25 años, no imaginaba que de ahí saldrían algunas de las peores historias que nunca contaría. Pasó décadas abrazando la espiritualidad de Sivananda, una de las organizaciones de esta materia más grandes del mundo, y dejando que sus enseñanzas condicionaran todos los rincones de su vida hasta que, en 2019, recibió una notificación en su grupo de Facebook de Sivananda que lo cambió todo: una devota llamada Julie Salter alertaba de que Swami Vishnudevananda, el difunto gurú del yoga y fundador del movimiento, había abusado de ella durante tres años en la sede de Canadá. Y no fue la única.
Estos sucesos son el resultado de una investigación, publicada en BBC Mundo, que Kaur hizo para conocer la verdad de mujeres que sufrieron mucho, fueron silenciadas y prácticamente no contaron con ningún apoyo. En el caso de Salter, su infierno empezó en 1978, cuando se convirtió en la asistente personal de Vishnudevananda. Era tratada como a una esclava: trabajaba todos los días de la semana hasta casi medianoche, no cobraba y su líder le gritaba a menudo. Por si eso no fuese suficiente, después, llegaron los abusos. Primero disfrazados de sexo espiritual a partir del "Tantra yoga", luego a través de diferentes actos sexuales, incluida la penetración, que tuvo que soportar durante tres años. Aunque tuvo que pasar cierto tiempo para darse cuenta de que había sido violada varias veces, de que Vishnudevanand había abusado de su poder escudándose en las reglas del yoga.
Una prueba de lo mucho que se aprovechó de ello es la relación gurú-discípulo, shishya parampara en el universo del yoga; un acuerdo a partir del cual el devoto puede llegar a hacer todo lo que quiera el gurú. Y eso hizo que Salter no se encontrara en una posición que le permitiera decir “no”. Así lo explicó a Kaur al recordar que era incapaz de dar consentimiento ante la "dinámica de poder" que había entre ellos. "Estaba bastante aislada, viviendo al otro lado del mundo, alejada de mi familia y de todo lo que conocía en el pasado. Dependía económicamente de la organización", dijo al recordar una realidad por la que pasaron otras dos mujeres en manos de su líder y 11 más con otros dos profesores del movimiento, según también pudo descubrir la periodista sobre unos abusos de poder que, lamentablemente, también se han dado en otras organizaciones o personalidades con cierto nombre en el yoga.
Una de ellas es Maharishi Mahesh Yogi, creador de la meditación trascendental, quien levantó en los setenta el rumor de haber intentado violar a Mia Farrow. Otro es John Fried, padre del anusara yoga, que reconoció haberse acostado con varias alumnas mientras tenía pareja. Y un tercero es Bikram Choudhury, creador del hot yoga, denunciado por violar y abusar de su asesora legal, Minakshi Mikki Jafa-Bodden, y de algunas de sus alumnas. Huyó a México a finales de 2017, Estados Unidos le tiene en busca y captura y, en principio, sigue dando clases.
La lista de actos similares que atentan contra la integridad física y mental de las mujeres en el yoga podría seguir. De hecho, en 2019 tuvieron su #MeToo, que desató denuncias de abusos sexuales y de poder que nadie debería soportar. Las causas de esta tendencia en el movimiento pueden ser varias y una de ellas es algo súper básico pero capaz de condicionar desde el primer momento: el escenario. Como reflexionó la periodista Katherine Rosman en un artículo de The New York Times: “Es posible que no haya una zona más gris que un estudio de yoga, donde la intimidad física, la espiritualidad y la dinámica de poder se unen en una pequeña habitación sudorosa”. Así que, dicho esto, esperemos que, al menos, denuncias como la de Salter y casos del #MeToo sirvan para que menos personas lo pasen mal y, con el tiempo, el universo del yoga pueda ser un lugar realmente sano.