Dos jóvenes te cuentan por qué dejaron los porros para siempre

Algo muy chungo debe ocurrirte para pasar de fumarte ocho porros al día a no querer ni siquiera darle una calada 

Levantarse de la cama y fumar un porro, salir al recreo del instituto y fumar un porro, hacer un descanso para comer y fumar un porro, salir de clase y fumar un porro, y otro, y otro, y otro... hasta que, por puro agotamiento, caía rendido en la cama. Esta fue la rutina que Álex –nombre ficticio–, protagonizó desde los 13 hasta los 23 años. Casi la mitad de su joven vida haciéndose unos ocho porros al día hasta que, de un día para otro, dijo basta. “Me he perdido muchas cosas por fumar. Pero es muy difícil aceptarlo y dejarlo porque es una adicción muy fuerte que muchos hemos tenido desde que éramos unos críos”, cuenta ahora que tiene 27 años y ha dejado muy lejos a ese chaval que no era capaz de salir de casa sin su dosis.

Álex es uno de los muchos jóvenes de España que han pasado años de sus vidas enganchados al cannabis. "Una sustancia que por sí misma es poco adictiva pero que, en determinadas personas y circunstancias, puede llegar a provocar un grado de adicción medio o alto", cuenta el especialista en bioquímica clínica que se dedica a la asesoría cannábica, Albert Estrada. No obstante, recalca que para considerar que alguien es un adicto a esta sustancia debe cumplir una serie de criterios como, por ejemplo, "protagonizar prácticas peligrosas bajo los efectos del cannabis, que los porros le impidan realizar actividades de ocio o atender a sus allegados, necesitar cada vez más dosis o gastar mucho dinero en pillar". Comportamientos capaces de derrumbar el mundo del consumidor y, con el tiempo, no dejarle más salida que buscar la manera de apartarse de la hierba o el hachís para recuperar la vida que tenía antes de que sus días y sus noches se llenaran de humo.

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La irrupción de los porros en la vida de Silvia

Parecido a lo que le ocurrió a Álex, desde los 19 a los 26 años, no hubo día en que Silvia –nombre ficticio– no se fumara un porro antes de ir a dormir. Pensar que no era capaz de cerrar los ojos sin sumergirse en el humo de la hierba no le agradaba, pero ahora reconoce que todo podría haber sido peor. "Si no hubiese vivido con mis padres se me habría ido de las manos, podría haber estado fumando durante todo el día porque, en muchas ocasiones, solo me controlaba porque estaban ellos en casa", admite Silvia al hablar de algo que, aunque sabía que era nocivo para su salud, protagonizó por varias razones. Estas fueron evadirse del mundo para escapar de sus problemas, editar vídeos –que es a lo que se dedica– desde "otra perspectiva" y experimentar nuevas sensaciones al tener relaciones sexuales, salir de fiesta o ir a conciertos. En otras palabras, era como si vistiera a sus ojos con un filtro que le regalaba una versión de la realidad que le atraía mucho más que la original.

Pero de un día para otro, esa faceta positiva que muchas otras personas dicen haber experimentado, se esfumó. Los porros dejaron de ser algo funcional para hacerle pensar en exceso, sentirse depresiva y estar llena de paranoias. Ya no había forma de hacerse unas caladas sin verlo todo con una mirada sombría. "En lugar de rebajar las revoluciones de mi cabeza y hacerme sentir a gusto, las aceleraba de forma muy negativa. Llegué a pensar y a obsesionarme con cosas como: 'qué hago en este mundo y cuál es mi puta función aquí'”, explica Silvia al recordar unas sensaciones que ahora cree que se desencadenaron porque, por aquel entonces, su mente había pasado más de seis años sin estar libre de humo. Un malestar que, según Estrada, solo ocurre en algunos casos y que normalmente es fruto de una cuestión genética. 

Métodos para dejar de fumar porros

Era una evidencia que Silvia pensaba que sin porros no podría dormir, así que debía elegir entre fumar y dormir o, por el contrario, no fumar y pasar horas dando vueltas en la cama. De hecho, ese es un fallo que se da entre muchos adictos. "El mecanismo no es pretender que el fumador tenga fuerza de voluntad, sino hacerle ver que hay más opciones aparte de las que él ve. Un paciente me decía: 'cuando discuto con mi mujer, o me fumo un porro o le pego una ostia'. Pero no es así, se debe hacerle comprender que puede solucionar la disputa tranquilizándose y hablando con su esposa o, si es algo que ocurre habitualmente, actuando con antelación para que directamente no tenga lugar”, comenta Estrada al hablar de que, en realidad, siempre hubo más elección que la disyuntiva ‘desastre sin porros’ o ‘todo controlado con porros’. El problema es que para alguien enganchado a los porros no siempre es fácil mirar la realidad con los ojos adecuados.

Cuando Silvia se convenció finalmente de que los porros ya no podrían traerle nada positivo, optó por sustituir "el canuto de buenas noches" por tres cervezas y, más tarde, por tomar Dormidina. Con el tiempo entendió que eso no le serviría de nada, que estaba sustituyendo una adicción por otra y ella no quería depender de nada, ni siquiera de un remedio natural, para vivir su vida. Así que para no necesitar ni una cosa ni la otra, optó por dar descanso a su mente haciendo deporte cada vez que las ganas de fumar llamaban a su puerta. "Salir a correr, ir en bici y hacer yoga fue muy útil para ocupar mi mente cuando quería fumar. Cuando llegas a casa agotado, ya te digo que no te apetece ni un porro ni nada. Solo descansar", cuenta sobre una práctica que Estrada también ve beneficiosa al alegar que "las ganas de fumar vienen y van y, por tanto, si uno se distrae puede apartarlas".

Dejar de fumar porros sin tácticas

Seguro que las tácticas expuestas por Estrada y Silvia serían útiles para muchas personas. Pero no tienen por qué ser las necesarias o más indicadas para todas. Prueba de ello es Álex, que garantiza que en su caso no hizo falta nada de lo anterior. "No tuve ningún problema para dejarlo ni busqué nada para sustituirlo porque me bastaba con recordar que me habían jodido la vida", cuenta al recordar que los porros fueron los culpables de su fracaso escolar, de que dejase el fútbol –era un apasionado–, de tener tanto mal humor que la relación con su novia y su familia se vio perjudicada y de anular su personalidad hasta agotarse sus ganas de tener vida social. Solo podía quedarse en casa arropado por un humo que, aunque no quisiera, le recordaba que algo no iba bien.

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Esta batería de infortunios no hicieron más que llevarle a un terreno atestado de desdicha, pero, al mismo tiempo, le sirvió para nunca más "tener ganas ni de hacer una calada". Después, para asegurarse de que esta adicción no volvería a arrebatarle nada más, decidió ocupar su tiempo y trazar un nuevo rumbo en su vida: volver a tener ambiciones, algo por lo que levantarse del sofá y luchar. "Encontré un trabajo en el que podía prosperar y volví a ser yo mismo, y no quería que nada de eso se fuera a la mierda por estar enganchado a los porros. Así que sí, dejarlo fue todo un alivio", concluye. Porque fumar un porro de vez en cuando no deja de ser un hábito tan inocuo como tomar una caña o un vino con los amigos, pero lo que es indiscutible es que esa parte lúdica se evapora cuando te condiciona la vida, se interpone a tu círculo social y hace que dejes de ser tú mismo.