Todos alguna vez nos hemos rascado hasta hacernos sangre, ya fuera por puro gusto o porque nos había picado un mosquito. También, alguna vez no hemos podido resistir la tentación de petarnos un granito significante hasta convertirlo en una herida roja que se ve a kilómetros. Pero este deseo de rascar y apretar la piel, cuando, se convierte en algo constante e incontrolable, recibe el nombre de dermatilomanía.
La dermatilomanía, también conocida como trastorno de excoriación, es un trastorno psicodermatológico que se caracteriza por el acto compulsivo y repetitivo de rascarse la piel hasta provocarse lesiones, llegando incluso a hacerse sangrado. Este trastorno afecta aproximadamente al 4% de la población adulta, siendo más común en mujeres entre 30 y 45 años.
Otros problemas psicológicos derivados
La dermatilomanía puede ser una como consecuencia de la necesidad de liberar la ansiedad que sentimos, aunque en otros casos se produce por el simple placer que produce rascar la piel. Muchas veces este comportamiento obsesivo también se da con el objetivo de alisar la piel y eliminar las imperfecciones, aunque al final se empeorando el aspecto de la dermis. El problema es que este comportamiento acaba afectando la vida de quien lo padece y se necesita la intervención de psicólogos y dermatólogos para poder tratarlo.
La primera vez que se diagnosticó la dematilomanía fue en 1875 por el dermatólogo Erasmus Wilson y posteriormente se empezó a relacionar con trastornos mentales, especialmente el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Así pues, esta afección está estrechamente vinculada con otros tipos de problemas psicológicos como trastornos afectivos, de ansiedad, alimenticios y de control de impulsos. El consumo de determinadas drogas también podría estar vinculado al desarrollo de la dermatilomanía. Además, también existe una cierta predisposición genética a sufrirla.
Ahora, esta afección tan poco conocida esta ganando más visibilidad gracias a tiktokers como @magoroloooo que explica en su perfil cómo es convivir con este trastorno que ha sufrido desde pequeña. “Cuando tenía 7 años vi las piernas libres de cicatrices de otra niña por primera vez. Ahí me di cuenta de que tenía un problema”, relata.
Lo cierto es que, este trastorno, más allá de provocar heridas en la piel, también provoca un efecto en la autoestima de la persona quien lo padece. Las cicatrices y marcas que deja en el rostro y cuerpo provocan vergüenza y malestar, y esto aún empeora más cuando uno mismo ve que no puede controlarlo. “Te rascas, te rascas y te sientes mal por rascarte y como quedó tu piel, sientes culpa y vergüenza y el ciclo vuelve a empezar”, expone @margoroloooo.
A veces no es fácil diagnosticarlo y el tratamiento de este trastorno requiere un enfoque multidisciplinario que involucra a dermatólogos, psicólogos y psiquiatras. Aun así, sí es posible irle poniendo remedio con la ayuda de los especialsitas adecuados.