Por qué vives siempre tan centradx en el futuro

Como decía Einstein: “si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”... los humanos no podemos dejar de pensar qué nos deparará la vida

Una de las preocupaciones más generalizadas en todas las personas es el futuro. ¿Qué pasará y qué misterio habrá? Ahora en serio, ¿qué pasará? ¿Qué se supone que hay tras este día y tras el siguiente? ¿Qué persona vas a llegar a ser, en quién te vas a convertir? ¿Hasta qué punto degenerarás? ¿Vas a curar todas las pupas? ¿Acabarás en la calle o en un palacio? Siempre se dice que el ser humano es el único animal obsesionado con el futuro. Todos los demás se centran en lo que hay que centrarse: el aquí y el ahora. Y es cierto el tópico: realmente no tenemos otra cosa. ¿Y si no tenemos nada más que el presente, por qué existen entonces los planes de pensiones aunque no sepas bien en qué consisten? ¿A qué tanta neura con el futuro?

Una persona a medio hacer, como el resto

Sartre consideraba que no existía algo así como la “naturaleza humana”. La mayoría de animales tienen un ciclo vital bastante claro. Cazan o consiguen su comida, la digieren, duermen un rato la modorra, se enfrentan a otros animales de su misma especie, escapan de otros animales de otras especies y, finalmente, duermen. Las personas no estamos hechas de la misma pasta, y esto provoca que el presente, por sí mismo, no nos resulte suficiente. Por eso Sartre decía que somos un ser-en-proyecto. Es decir: lo que de verdad somos, lo que nos constituye, es algo por descubrir. Nunca te completas del todo porque no llega un instante en el que te detengas. Siempre estás avanzando y, por lo tanto, enfocándote en el futuro.

Ortega y Gasset, en una línea parecida, explicaba ese problema con el concepto de “vocación”. Cada persona tiende naturalmente a algo. No necesariamente a un oficio, puede ser un comportamiento, un estilo de vida o una forma de ser. Al fin y al cabo, con experiencias y con los años nos construimos y cambiamos. Ortega diría que ahí está la clave de la autenticidad. De alguna forma, tendemos a algo, y si llegamos a convertirnos en eso, hemos sido fieles a nosotros mismos. Pero siempre puede suceder que decidamos torcer el camino y alejarnos de nuestra naturaleza. Falsearnos. Es decir: tenemos la libertad de convertirnos en otra cosa. Pero la idea es similar: nuestro yo auténtico no está en el presente, sino en el futuro.

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Así pues, si nos fijamos tanto en lo que va a venir es, principalmente, porque buena parte de nosotros existe más en él que en el presente.

La larga lista de cosas que no están hechas

Para bien o para mal, rara vez puedes hacer planes en este mundo. Siempre va a haber algo que los desmonte y que provoque que las cosas cambien mucho más rápido de lo que te imaginabas. Como la frase de Einstein: “si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.

La incertidumbre es algo con lo que convivir, y cuanto más pensamos en el futuro, más tamaño y entidad le estaremos dando. El problema de la inducción en Hume puede aclarar bastante al respecto. Inducir es dar por hecho que pasará algo en base a una serie de patrones que se repiten. Es decir: consiste en generalizar. Si cada vez que sales de fiesta o que salías de fiesta acababas el domingo por los suelos, se puede inducir que salir de fiesta, para ti, era sinónimo de perder todo el domingo. Pero en el fondo esto es generalizar, ya que existe siempre la opción por hipotética que sea de que salgas y al día siguiente seas capaz de ser persona.

¿Esto qué quiere decir? Pues se llega a la contradicción básica del ser humano: continuamente vas a estar viviendo tu presente en base a la forma que pienses tu futuro. Sin embargo, nunca vas a poder tener la seguridad de que vas a conseguir nada de lo que te propones. Y, entonces, ¿qué haces?

La paz en medio del ruido

La gran pregunta: ¿cómo vivir cuando cada vez que te pones a pensar, te agobias? Ojo, porque a partir de aquí llegamos a las conclusiones. La filosofía europea siempre ha permanecido bastante en esa angustia vital, sin saber darle demasiadas soluciones. Son las filosofías orientales que rozan casi la religión las que sí que pueden ofrecer algún camino, y generalmente es el de enfocarse en el presente. La meditación o incluso ejercicios como el mindfulness bien aplicados pueden reducir parte de esa dosis de agobio.

Es curioso que lo que más nos haga sufrir sea algo que ni siquiera nos ha causado todavía ningún daño. Muchas veces el futuro duele porque nos imaginamos ese dolor que vendrá, incluso cuando ese dolor no es tan prolongado como el miedo de que llegue. Es como la frase de Martín-Santos: “incluso el peor instante no es más que eso: un instante”. Al final la sabiduría popular vale más que cualquier filosofía. Y la mejor conclusión está en el cuento de la lechera. Concéntrate en lo que tienes, por malo o poco que sea.