Ir a terapia cuando estás bien para conocerte a fondo es precioso

Cuando tienes un problema y vas al psicólogo para solucionarlo, todo tiene que ver con eso, el resto de cosas son secundarias. Pero ir para solamente conocerte a ti mismo es como un viaje al centro de tu mente 

La primera vez que fui al psicólogo de adulto sí, de pequeño ya me habían llevado al de la escuela fue por problemas graves de ansiedad y estrés. Pero muy graves. Nivel tenerme que ir a urgencias porque pensaba que era un infarto. Los problemas fueron a más, hasta el punto de que una vez tenía tanto estrés acumulado que, sumado a una patología previa, hizo que me desmayase.Toda esta ansiedad y estrés venía de mi situación laboral: estaba trabajando de freelance mientras estudiaba. Como no tenía contactos ni renombre, si me mandaban trabajo lo tenía ese mismo día, para que vieran que, ante todo, era eficiente.

Me tomaba los encargos como una obligación que iba por delante del tiempo libre y del dormir. Y nunca decía que no a nada, no fuera a ser que no me llamasen. Tenía que compaginar la universidad con el trabajo, la vida social y con las necesidades más básicas. Spoiler: salió mal y mi mente petó. Pero gracias al psicólogo se recompuso. Fueron muchas horas de terapia hasta que logré encontrar herramientas para eliminar el estrés de mi vida y aprender a decir que no. Una vez la situación se calmó y mejoró, el psicólogo me propuso, o bien dejar de ir “ya había logrado mi objetivo”, algo esencial para que la terapia funcione, tener uno en mente, o bien hacer terapias más relajadas para ir adentrándome en mi vida, reflexionar sobre diferentes aspectos que no me había planteado nunca y, así, conocerme mejor.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Mi psicólogo utilizaba varias técnicas, sin embargo, para este nuevo camino de descubrimiento decidió usar el psicoanálisis sí, la escuela de pensamiento psicológico que empezó Freud, “perfecta para esta misión, porque ayuda mucho a explorar episodios de la infancia”. El trabajo fue muy, muy lento. Empezamos poco a poco, abordando asuntos que me preocupaban, otros que me parecían banales, otros a los que él daba importancia y yo no demasiado. Me planteé varias veces si dejarlo: costaba dinero y no tenía ningún objetivo, simplemente iba por ir.

Pero llegó un día en el que me di cuenta hacia donde me habían llevado las horas de esta terapia. Habíamos ido confeccionando un retrato de mi infancia para entender muchas cosas sobre mí. Por ejemplo, me acerqué a por qué, durante mi adolescencia, mis primeros contactos sexuales fueron casi traumáticos, y era por las ideas que desde pequeño, criándome en un ambiente muy cristiano, me habían introducido. O recuerdo el día en que me adentré en la relación con mi hermana. Cuando acabé la sesión, me puse a llorar y le envié una nota de voz para contarle lo importante que era para mí. Fue muy bonito poder vivir la terapia de esta forma, sin presiones para curar nada, con la única pretensión de dejar fluir mis pensamientos y conocerme un poco más.

Con el tiempo, dejé de ir a terapia por horarios y dinero, pero las técnicas que aprendí durante esos últimos meses de autodescubrimiento me siguen sirviendo. Por ejemplo, puedo aplicarlas mientras medito para adentrarme en mi relación con los demás y pensar en cómo los estoy tratando: “¿estoy diciéndole lo mucho que los quiero?”, “¿tengo alguna herida dentro cerrada que me llena de resentimiento y lo vuelco hacia alguien en concreto?” o “¿por qué siempre tengo un muro cuando interactúo con algunos amigos?”. Estas son algunas preguntas reales que me he hecho desde que dejé la terapia y que, gracias a las herramientas que me dio y a que me conozco mucho más, por fin puedo responder de forma sana y honesta.

No todo el mundo puede permitirse ir al psicólogo y menos aún para “autodescubrirse”, pero ojalá pudiéramos ir siempre, independientemente de nuestro estado mental, porque gracias a una terapia sin objetivos, totalmente tranquila y por tu propio placer, puedes descubrirte de forma más completa. Cuando vas porque tienes un problema, todas las sesiones se centran en eso como aspecto principal y, aunque hablas del resto de cosas, tienen un papel más secundario. En cambio, de esta forma, todos los elementos de tu personalidad entran en juego, todos son importantes y no dejas ninguno apartado. Es un camino sin límites hacia el interior de la mente, y es precioso.