Te necesito y tú también me necesitas: cuando estar mal es algo colectivo

Hablamos de la falta de esperanza que sacude a nuestra sociedad, del trabajo, de la precariedad y de todo eso que nos hace estar mal. ¿Hay alguna manera de ponerle fin? Ilumínanos.

Este debería de ser uno de esos artículos que se posicionan bien en Internet porque utilizan palabras clave como Felicidad o Día Mundial. Pero este no puede ser uno de esos artículos porque yo no sé mentir. O sí, pero no en ese sentido, no con la responsabilidad que me presupongo para escribir este artículo.

Te diré más. Este artículo no lo ha escrito una IA, porque las IA no experimentan sentimientos. No pueden ser felices (todavía). Pueden decirte que hoy es el Día Mundial de la Felicidad, pero no pueden sentir rabia o tristeza o insatisfacción al ver que no consiguen trabajo porque ya tienen uno y porque no pueden llorar. ¿Te imaginas sus lágrimas, como las nuestras, arrinconadas al fondo de la pantalla? No, ¿verdad? Yo tampoco. Porque las IA no sufren, no padecen. No han visto cómo detrás del poder y de las risas desencajadas hay otros asuntos, y que esos asuntos tienen que ver con lo social, con el aumento del índice de pobreza o con el precio de los alimentos, que sube hasta estrellarse con el techo de un Mercadona o un Aldi o lo que sea, tú ya me entiendes.

Ahora sí, hablemos de otra cosa. De ti y de mí. De nuestro malestar. Llevo más de quince años leyendo artículos sobre cómo ser feliz y los cambios que debes introducir en tu día a día para serlo. Confieso que algunos de ellos los he aplicado, pero otros no me han servido de nada. Creo que ninguno me ha dado respuestas como las que me da mi terapeuta. Y esto es algo de clase, porque, en su día, no tuve la paciencia de esperar a que la sanidad pública me atendiese. Miento, lo hicieron, pero con mucha demora, sin apenas la atención que yo requería en ese momento.

Aunque me duele decirlo, supongo que llega un día en el que te cansas de esperar. En mi caso, tuve el doble privilegio de no estar tan tan tan mal como para poder aguantar unos meses, y el de tener el dinero suficiente como para pagarme una sesión de una hora cada semana en una consulta privada. Ya vas viendo a qué me refiero, ¿no?

Estamos mal

Estos días leía ‘Malestamos. Cuando estar mal es un problema colectivo’ (Capitán Swing), un libro de Javier Padilla y Marta Carmona. Lo leía de camino al trabajo, en el metro, con decenas de personas sentadas, otras de pie, en el poco espacio que queda entre vagón y vagón; lo leía y pensaba en lo acertado que es este texto para nuestro tiempo. Un libro que te reconoce directamente lo que otros se niegan a aceptar: que estamos mal.

No solo somos una sociedad con una alta tasa de suicidio —según el INE el suicidio se mantuvo en 2021 como la primera causa de muerte extrema con más de 4.000 fallecimientos— sino que, además, existen otros problemas de raíz estructural, relacionados con el contexto social que nos ha tocado vivir. Como, por ejemplo, las sucesivas crisis económicas, el desarrollo de las herramientas del capitalismo de vigilancia o la precariedad.

Son palabras que nos suenan y que hacen que “no podamos pensar en la conquista del futuro”, porque el malestar “tiene mucho que ver con la incapacidad de imaginar un futuro que sea realizable”. ¿Cómo hacerlo envueltos en lo que Byung-Chul Han llama “sociedades del cansancio”, y a lo que habría que añadir un conjunto de conceptos entremezclados como la desesperanza, el estrés o la falta de expectativas?

Supongo que ya te has dado cuenta de que este artículo no pretende ser la alegría de la huerta. Bien, ahora ya puedo seguir.

Oh, vaya, esto no era el paraíso

En esta sociedad de los gimnasios, las jerarquías y el premio al mejor LinkedIn, se nos presupone “sujetos del rendimiento”, pero nosotros no somos como nuestros padres o como nuestros abuelos. Nos hemos encontrado con un mercado colapsado y no podemos seguir tomando café con lorazepam durante mucho más tiempo. Tampoco podemos regalar nuestro tiempo a empresas que nos explotan y nos provocan cada vez más malestar.

¿Qué hacemos con quienes no pueden alcanzar las condiciones mínimas para vivir? Dicho de otra manera, y parafraseando a Carmona: “Parece difícil que un sistema que se sostiene sobre la imposición y el expolio de unos/as pocos/as sobre los demás, vaya a tener interés en que se conozcan los engranajes de sus patas”.

Eso que el sistema califica de “problema social”, ese sufrimiento psíquico derivado de las malas condiciones de vida no se soluciona con una técnica psicoterapéutica, tal y como dicen los autorxs de este libro.

Politizar el malestar

¡Cuántas cosas para tan poco espacio! Tú que creías que iba a hablar de felicidad y yo que no puedo. No porque esté mal. No porque crea que necesito posicionarme en contra de ese pensamiento positivo misterwonderfuliano. No, lo hago para que tú y yo salgamos de nuestro ombligo y miremos hacia fuera, donde probablemente haya “otras formas de organizarnos socialmente mejores, más libres, más justas y más igualitarias”. Qué utopíaaaaa. Pero no.

Solo diré una cosa más: para salir del malestar no solo necesitamos más especialistas en la sanidad pública, también necesitamos que la rueda del capitalismo tardío deje de girar por un momento. Porque es ahí, en parte, donde se reúnen muchos de nuestros malestares de época.

Somos y debemos ser capaces de imaginar otra forma de interacción social, económica y política, porque esta, ya hemos visto que no nos funciona (al menos no en la construcción de vidas dignas e iguales). Pero no es algo que pueda hacer yo sola. Ni tampoco con los consejos de mi terapeuta en una sala individualizada con píldoras de felicidad para mí misma. Te necesito y tú también me necesitas. Y eso es algo que solo podemos hacer colectivizando y politizando todo este malestar. Transformándolo en lo que lo autorxs de este libro mencionan con ironía: “una asociación de personas que ya no pueden mas”.