El síndrome de Orfeo o por qué te sientes incapaz de soltar tu pasado

Deja de mirar tanto para atrás y céntrate en el día a día o acabarás perdiendo la esencia de tu vida

El pasado es un tiempo que atrapa por lo que fue y no podemos volver a vivir o por lo que pudo haber sido y no fue. Viajar atrás es un hábito para muchos, la puerta de entrada a un laberinto mental del que a veces cuesta salir ilesos y el pasatiempo romántico que nos impregna de nostalgia. ¿Cuántas veces en esta semana has pensado en él?

Tranquilo, rememorar el pasado no siempre es preocupante ni negativo, de hecho es algo bastante normal. El problema ocurre cuando hacerlo impide avanzar. Por ejemplo, si tienes que enfrentarte a un examen o a un nuevo proyecto o incluso si estás conociendo a una persona y de pronto recuerdas los fracasos del ayer y dejas que estos inunden tu presente de miedo e inseguridades. Porque, ¿y si vuelve a suceder lo mismo?

¿Por qué miramos hacia atrás?

La respuesta a por qué miras hacia atrás puedes encontrarla en el mito de Orfeo, de ahí el nombre de este síndrome. Y es que este personaje de la mitología griega tan solo tenía que cumplir una orden si quería recuperar su esposa Eurícide del Inframundo: no girarse hacia ella hasta salir al exterior, al mundo de los vivos. Sin embargo, en el último momento, Orfeo no pudo resistirse y cayó en la tentación: miró a Eurícide y lo que vio fue a esta convirtiéndose en humo para siempre. Ahora bien, ¿por qué lo hizo? 

La primera y más lógica razón es que era humano y como tal a veces nos cuesta confiar en lo invisible, en aquello que no vemos, y resistirnos a la curiosidad, las ansias de más o la desesperación. Aunque si indagamos un poco más, también es probable que fuera imposible alterar el equilibrio natural, es decir, a menudo nos enfrentamos al dilema de tener que dejar ir a lo que ya no tiene sentido o cabida en nuestra vida. Y esto a veces nos cuesta enormemente, no siempre aceptamos lo que nos ocurre, todo lo contrario. Nos ponemos una venda en los ojos e insistimos y realizamos esfuerzos inútiles para cambiar aquello que no es posible, sobre todo lo que tiene que ver con el exterior y bajo lo que no tenemos control. 

Por ejemplo, actuamos a la desesperada esperando que otra persona nos quiera, desee estar con nosotros o recupere la ilusión por la relación. Nos aferramos a lo que en su día fue, esperando que por arte de magia vuelva a suceder… y al final nos frustramos y aumentamos nuestro sufrimiento. Somos presas del síndrome de Orfeo. Es más, si aún no te queda claro, imagina que tienes que conducir un coche hacia delante, ¿podrías hacerlo mirando a través del espejo retrovisor? Desde luego que no… tendrías asegurado un accidente. Pues algo así puede pasarte si pretendes adentrarte en tu futuro, guiándote por el espejo retrovisor. Vas directo a un naufragio.

El pasado como trampolín, nunca como sofá

Entonces, ¿qué puedes hacer? ¿Olvidarte del pasado? No. Más que nada porque el olvido con intención es un poco difícil, ¿no crees? Cuando pretendemos olvidarnos de algo o alguien, con más fuerza aparece en nuestra mente. La solución se encuentra en aprender de lo que hemos vivido, en utilizar el pasado como trampolín y no como sofá, como pronunció el ministro británico Harold Macmillan.

Todo lo que hemos experimentado forma parte de quienes somos ahora y el cerebro lo sabe. Por eso no tiene mucho sentido tratar de olvidarlo. Además, según un estudio de la Universidad de Harvard, el cerebro usa los mismos mecanismos para recordar el pasado que para imaginar el futuro. O sea, se activan los mismos procesos cognitivos y neuronales. Lo que significa que recordar el pasado no está mal, siempre y cuando cumpla una finalidad positiva: la oportunidad de aprender, abrir nuevos caminos, nuevas rutas y dejar paso a lo que tiene que venir. Por lo que si eres de los que recurres atrás para latigarte, limitarte y ponerte barreras, ¿qué tal si te preguntas para qué te sirvió aquello que pasó y cómo puedes utilizarlo a día de hoy a tu favor? Por mucho que quieras, no puedes cambiar lo que pasó.

No lo olvides: el pasado puede servirte como sofá para lamentarte, pero también como trampolín para seguir creciendo. La opción está en tu pensamiento.