Por qué algunas personas sienten más dolor que otras

Influye tanto la información genética como muchos factores psicosociales

Estás en la cocina preparándote unos buenos macarrones con queso cuando escuchas tu teléfono móvil. A estas alturas de la vida ya nadie suele hacer llamadas, así que crees que podría ser algo importante. Sales disparadx de la cocina a tu habitación y en el camino uno de tus deditos del pie, probablemente el más pequeño y vulnerable, impacta con la pata de una cómoda que hay a mitad de camino. De repente el dolor invade tu cerebro por completo. Incluso olvidas la llamada. Solo quieres maldecir la vida. Pero ese dolor es en realidad bueno.

Como dice el doctor Alfonso Vidal en El Confidencial, el dolor “siempre va a existir, y es fundamental que así sea, pues es un mecanismo de defensa del organismo que nos pone en situación de alerta ante una amenaza”. En este caso, la amenaza que supone la cómoda para la salud de tu dedito, de manera que puedas cambiarla de lugar o caminar con más ojo por el pasillo. No obstante, y más allá de la universalidad del dolor, parece ser que algunas personas experimentan este mecanismo con más intensidad que otras. Injusto pero cierto.

El dolor extremo no solo responde a razones genéticas

¿A qué se debe? En primer lugar, dice el propio Vidal, están “las diferencias genéticas”, que “hacen que las personas tengan distintos umbrales a la percepción de dolor”. Tu organismo es muy complejo y completamente único, así que la próxima vez que te quejes de un dolor fuerte y alguien lo minusvalore, haciéndote sentir débil, recuerda que esa otra persona no conoce tu dolor. Puede que incluso nunca haya sentido esa sensación con la misma intensidad que tú bajo circunstancias similares. O sí. Pero no podéis saberlo. Así que más empatía.

Como ocurre siempre, los genes son fundamentales para comprender quién eres, por qué te comportas como te comportas y por qué sientes lo que sientes. Pero también el aprendizaje y las experiencias que has tenido a lo largo de tu vida. En palabras del doctor, “si bien los genes explican los diferentes umbrales de dolor de cada persona, no se deben menospreciar los factores psicosociales”. Un contexto cultural que reprima las expresiones de dolor o una serie de vivencias traumáticas podrían afectar a tu percepción subjetiva del dolor.

Y es una buena noticia. Piensa que si la percepción del dolor procediese exclusivamente de los genes, las personas con dolor crónico solo podrían mejorar mediante manipulación genética o tratamiento químico. Sin embargo, que existan factores de tipo psicoafectivo, emocional o ambiental capaces de influir abre camino a las terapias multidisciplinares que contemplan “la cultura, la educación, la religión o el estrés”, entre muchos otros condicionantes. Los dolores que se extienden más allá de su utilidad como alarma son un infierno. Cuantas más herramientas haya para enfrentarlos mejor.