La primera vez que vi al payaso Pennywise asomarse por una alcantarilla me quedé traumatizado. La escena en la que engaña al pequeño Georgie para hacerle estirar su brazo y devorarlo fue demasiado chocante para un niño de 7 u 8 años. Desde entonces, mi asco, rechazo, desconfianza y terror por los payasos me ha acompañado toda la vida. Cuanto más blanca era su cara y más roja su boca, más me recordaba al asesino de niños ideado por Stephen King. Tal era el grima que me producían sus risas, su maquillaje y sus gestos que me daba palo hasta ir al Mc Donalds porque tenían un moñigote gigante de Ronald Mc Donald en la puerta. De hecho, no volví a ver la primera película hasta que en 2017 me animé a ver ‘It: Capítulo 1’.
Con el estreno este fin de semana de ‘It: Capítulo 2’ tendré la oportunidad de poner mi coulrofobia, mi fobia a los payasos, a prueba. Aunque mucha gente no lo sepa, la coulrofobia es bastante común y suele pasar desapercibida ya que sus síntomas pueden ser de leves a moderados. Desde sentir cierta ansiedad e inquietud por la presencia o imagen de un payaso, a sufrir verdaderos ataques de pánico al escuchar una de sus risas macabras. El problema es que suele iniciarse en la infancia y no llega a desaparecer hasta bien entrada la edad adulta, a veces incluso no desaparece nunca. Según un estudio llevado a cabo en por la Universidad de Sheffield en 2008, en el que participaron niños de 4 a 16 años, el rechazo hacia la imagen de los payasos se produce por igual en cualquier rango de edad, es decir, es persistente.
La explicación a que tantos adolescentes no consigan eliminar su fobia por los payasos se debe a lo que Sigmund Freud llamó el efecto de “valle inquietante”. Este concepto, que se basa en la conocida disonancia cognitiva, se aplica a aquellas cosas conocidas que, sin embargo, nos producen una sensación inquietante y contradictoria porque no sabemos interpretarlas correctamente. “Nuestra mente interpreta que las sonrisas en general son positivas; no obstante, no es posible sonreír todo el tiempo, porque de ser así, algo falla. Gracias al comportamiento de las personas podemos interpretarlas, pero si el aspecto de las personas o su comportamiento no varían, se convierten en terroríficas”, explicó el psiquiatra y profesor de la Facultad de Medicina de Harvard, Steven Schlozman.
La delgada línea entre un rostro divertido y diferente o algo completamente monstruoso y aterrador es lo que de verdad crea el caos en las personas que padecen la coulrofobia. Así que no sé si exponerme a la cara de Pennywise este finde será una gran idea pero, ¿cuál sería la gracia de ver una peli de miedo si lo que estás viendo no te da auténtico pavor?