Estás teniendo una charla de lo más normal, por ejemplo, con tu pareja. No sabes de qué manera la conversación se ha ido poniendo tensa, te sientes incómodx y ya no quieres seguir charlando, ahora quieres discutir. No ha ocurrido nada concreto para que te sientas de esta manera, así que no consigues entenderlo. Seguramente lo que te sucede se conoce como emoción desplazada y es una especie de mecanismo de defensa que se activa cuando nos es difícil lidiar con sentimientos o sensaciones complicadas. La persona que se siente así en lugar de intentar averiguar qué le ocurre, opta por redirigir esa emoción hacia otra parte o, en este caso, hacia la otra persona.
“La frustración y el sufrimiento interno se desplazan al exterior a través de reacciones poco ajustadas hacia quienes menos las merecen. Esa ira queda liberada del modo menos saludable, puesto que lo que genera a corto plazo es arrepentimiento y como consecuencia un mayor malestar”, detallan desde La Mente es Maravillosa. La realidad es que reprimir o redirigir esas emociones no nos ayuda, el estado emocional no desaparece, se intensifica. Quien creó este término de emoción desplazada fue Freud, quien creía además que, por lo general, las personas reaccionamos muchísimas veces desplazando las emociones porque no somos capaces de enfrentarnos a según qué tipo de hostilidad. La salida más sencilla es desplazar la emoción, ignorarla.
Esto vendría a explicar, también, por qué muchas veces si hay algo que te molesta de otra persona, seguramente es porque hay un reflejo de ello en tu interior. “Cuando alguien no acepta una característica o dimensión problemática en uno mismo, la ‘desplaza’ en los demás, viendo en quienes le rodean defectos que en realidad son propios”, explican desde la misma web. Esta forma de redirigir nuestra emoción sucede porque, de forma natural, negamos lo que sentimos y, de esa manera, nos colocamos en una zona de confort donde no tenemos que enfrentarnos a ningún tipo de dolor. Lo que ocurre es que esa sensación es efímera y, cuando menos lo esperes, volverás a sentir esa rabia y esa ira.
Es muy importante saber que cuando no aceptas una emoción, esta seguirá estando presente hasta que la trabajes, es decir, hasta que la aceptes y la asumas como propia. Cuando empiezas a acumular frustración, negatividad e ira, es muy probable que explotes sin esperarlo y que esa explosión sea sobre alguien que no lo merece. Para poder entender esto debemos, en primer lugar, detectar que no está ocurriendo, debemos darnos cuenta de ello y aceptarlo. Hay que aprender a frenar esos impulsos de rabia, detenerse y reflexionar de dónde viene esa negatividad. A partir de ahí debemos alejarnos de nuestra realidad y optar por una perspectiva objetiva, intentando valorar la situación desde fuera. Poco a poco, interiorizando estas prácticas conseguiremos dejar de desplazar esas emociones y hacerles frente.