¿No tienes la sensación de que últimamente los meses pasan volando? ¿De que te encajas en un nuevo año y, cuando quieres darte cuenta, en el momento en el que miras atrás para recapitular, estás saliendo de él para entrar en otro? Mucha gente te dirá que es una tontería. Que esas sensaciones también las tenías cuando eras críx. Que el tiempo siempre transcurre a la misma velocidad. Pero no es verdad. Como explica en un artículo para El País el catedrático emérito de psicobiología, Ignacio Morgado, podemos distinguir entre dos tipos de tiempo: el objetivo, el que “mide el obediente tictac de los relojes”, y el tiempo mental, que es el que nuestro cerebro considerado que ha transcurrido.
Y el tiempo mental hace lo que le da la gana. En principio, cuentan desde dicho medio, “hay muchas experiencias comunes en las que los seres humanos parecemos coincidir: discurre lento en el aburrimiento y la enfermedad, veloz en la diversión, tranquilo en la infancia y se desboca en la vejez ante la proximidad de la muerte”. De hecho, resulta sencillo evaluar cómo estás sintiéndote en un lugar determinado simplemente atendiendo a qué velocidad estás percibiendo el paso de los minutos. Aunque tu mente también puede hacerte el lío aquí: según explica John Wearden, también catedrático emérito de psicología, “su madre sentía que los días pasan muy despacio pero los meses muy rápidos”.
¿A qué se debe esa extraña sensación?
La comunidad científica está a años luz de poder detallar las causas de estos fenómenos. No obstante, lxs expertxs sí que tienen claro que tus percepciones subjetivas del tiempo dependen no solo de lo que tu cerebro es capaz de entender en un momento dado sino también de cómo tu memoria lo registra. Por ejemplo, y si tu memoria almacena mucha de la información que sucede a tu alrededor porque le interesa, es muy probable que tenga la percepción de que el tiempo vuela. De hecho, como aclara el propio Morgado, “si no tuviéramos esa combinación entre tiempo y memoria, tengo la impresión de que estaríamos en una especie de eterno presente”. Como las personas con Alzheimer.
Ah, y esa información que hay a tu alrededor también afecta a tu percepción del tiempo. Según Wearden, “las caras enfadadas parecen durar más que las neutras, pero las felices no”. Y los estímulos visuales, como una bombilla encendida, duran menos en tu cabeza que los estímulos sonoros. Además, y según el momento del día, tu temperatura corporal y otros factores de tu organismo, también tendrás una percepción del tiempo muy diferente. Ahí fuera, y con permiso de la Teoría de la Relatividad, el tiempo transcurre constante, pero una persona que lleve una vida aburrida puede vivir mil vidas en comparación con alguien que se divierta mucho. Aunque no compensa para nada.