Por si la precariedad laboral, la guerra, la pandemia, la ecoansiedad, nuestra predisposición genética o nuestros problemas familiares y amorosos no fueran suficientes, también la contaminación afecta a nuestra salud mental hasta el punto de que aumenta el riesgo de depresión. ¿Cómo lo hemos sabido?
Aunque hay otros estudios que previamente han relacionado la contaminación ambiental con la depresión, esta investigación publicada en Proceedings or the National Academies of Sciences PNAS es la primera que demuestra un vínculo objetivo entre la contaminación ambiental y el funcionamiento del cerebro.
Lo hace porque incide sobre circuitos cognitivos y emocionales del cerebro hasta el punto de cambiar los genes asociados a la depresión, tal y como se ha hecho eco el digital La Mente es Maravillosa. Neurocientíficos del Instituto Lieber para el Desarrollo del Cerebro, en Estados Unidos en China, han realizado este estudio con información de más de 40 países. A los voluntarios se les realizaba una prueba de genotipo a partir de la cual los científicos podían calcular la probabilidad de que cada uno de ellos padeciera depresión.
Con la información sobre la contaminación a la que había estado expuesto cada voluntario y una resonancia magnética funcional del cerebro, durante la cual se les exponía a situaciones de estrés, se evaluaba la situación de los circuitos cerebrales de cada paciente. El estudio permitió observar que los participantes con mayor riesgo genético de sufrir depresión empeoraban más en los casos que estaban más expuestos a contaminación.
El British Journal of Psychiatry también hizo un estudio que vinculaba la contaminación a otros trastornos, incluidos la depresión y la esquizofrenia, cuenta de nuevo La Mente es Maravillosa. Analizaron a 13.000 pacientes de servicios de salud mental del sur de Londres que habían presentado problemas de ánimo o psicóticos. Evaluando los casos inicialmente y siete años después y teniendo en cuenta la exposición a la contaminación atmosférica, concluyeron que un incremento de exposición al dióxido de carbono incrementó en un 32% la necesidad de tratamiento ambulatorio, así como creció un 18% la necesidad de hospitalización.
Si no teníamos motivos suficientes para reducir la contaminación con salvar el planeta o nuestros pulmones, ahora podemos sumar nuestro cerebro a la lista de cosas importantes a las que no le sienta bien el humo de los coches y chimeneas y otros elementos contaminantes. Otra cosa será que políticos y empresarios se lo tomen en serio a la hora de aplicar medidas.