Los ataques de vergüenza existen y pueden ser una verdadera pesadilla

Los escalofríos de vergüenza, a veces llamados ataques de vergüenza, pueden ocurrir al azar y sin un desencadenante claro

Tu estado de ánimo está en modo viernes por la tarde, no tienes ninguna otra responsabilidad en todo el día y pareces predestinadx a la alegría sempiterna. Sin embargo, y sin ninguna razón aparente, uno de esos episodios vergonzosos de tu pasado acuden a tu liberada mente. Es como si ese pensamiento llevara semanas esperando un pequeño huequito a través del cual colarse. Y aquí lo tienes: por la cara y con la nitidez suficiente para provocar incluso un estremecimiento. Intentas pensar en otra cosa. Quizás incluso lo consigues. Pero la pregunta está ahí y es completamente inevitable: ¿qué ha sido eso?

"Los escalofríos de vergüenza, a veces llamados ataques de vergüenza, pueden ocurrir al azar y sin un desencadenante claro. Aunque no es un término clínico, muchos pacientes de psicoterapia informan que sientes episodios repentinos de vergüenza que aparecen de la nada", señala en una publicación para Psychology Today el psicoterapeuta Sean Grover. Las causas más habituales, según este mismo especialista, son la culpa no resuelta, las heridas emocionales y el trauma infantil. Cargas del pasado que no te dejan escapar y vuelven a ti una y otra vez y sin avisar para recordarte tus humillaciones y tragedias. En cuanto te descuidas.

Pero no estás maniatadx y puedes actuar. En primer lugar, dice Grover, tienes que perdonarte a ti mismx. Es completamente normal que mires hacia atrás, pienses en el daño humillante que te hicieron o en el daño humillante que le hiciste a alguien que amabas y sientas deshonra y arrepentimiento. Pero, por mucho que veas la misma cara en el espejo, no eres aquella persona. De hecho, y siendo estrictos, buena parte de las células que te componen se renuevan en un plazo máximo de diez años. Piensa en lo diferente que eres y ve aquel pasado como una historia lejana. Te será mucho más sencillo reconciliarte.

El problema viene cuando la reconciliación no es contigo mismx sino con otra persona. Ahí no puedes tirar de autocomprensión, trabajo psicológico o meditación emocional. Ahí tienes que confrontar a otro ser humano con todas sus consecuencias. Ese es el segundo consejo de Grover: "Disculparse puede ofrecer alivio y resolver viejos arrepentimientos. Si la persona a la que lastimaste no está disponible, trata de escribirle una carta. Incluso aunque no la envíes, la experiencia de escribirlo ofrecerá cierto alivio". De hecho, conviene reflexionar bien acerca de si resulta empático o no reabrirle esa herida a la otra persona.

Por último, Grover recomienda mantener una relación de tolerancia cero con los escalofríos de vergüenza. Y eso no significa reprimirlos o no permitirse sentirlos, sino permanecer firmes argumentalmente ante ellos. Bajo ningún concepto debes proporcionarles más peso del que tienen: el peso de tu pasado, no de tu ahora. Así, y cuando aparezca uno de la nada, "empújalo hacia atrás diciéndote 'eso fue en el pasado'". Y tantas veces como sea necesario. Ese es solo un ejemplo de mantra, pero puedes utilizar cualquier otro. Lo importante es que sepas contextualizarlo y no conviertas un trauma de ayer en uno actual.