Una mañana en la comisaría del barrio donde los ladrones hacen su agosto

Hay mucha gente a la que le roban el monedero, pero también hay otras historias y son mejores

Hay un jubilado cabizbajo con pantalón beige y camisa azul. Otro, a su lado, lleva un polo y bermudas y tiene un periódico sobre la barriga. Una pareja de asiáticos charlan en las siguientes dos sillas. Los asientos llenan tres de las cuatro paredes de la sala. Al fondo, hay una máquina con bebidas. Una familia de franceses, padre, madre y tres hijos en edad universitaria, entran cabizbajos y ocupan los puestos que quedan libres. Otro hombre con bañador apura un cigarro antes de entrar y cogerse uno de los últimos huecos. Hay también una señora mayor que acompaña a un chico de bambas blancas y gafas de sol, un chaval de gafas redondas que mira vídeos de reguetón y, al fondo, un hombre intranquilo que no deja de cruzar las piernas hacia un lado y hacia otro.

La televisión que debería marcar los turnos está en blanco. En su lugar, los agentes van llamando por su nombre a la gente. Entran unos guiris con cara de que iban a subir al Parc Güell, pero se han tenido que quedar en la comisaría de los mossos para denunciar que les acaban de robar. Todo el mundo sabe quién estaba allí antes que él y quién llegó después. La fila avanza despacio y crece rápido. Solo en Ciutat Vella, el centro de Barcelona, donde estamos, se denuncian casi cien robos con violencia a la semana, además de los hurtos, según datos de los Mossos publicados por El Periódico. Recuerdo las noticias de este verano sobre el incremento de la violencia: navajazos, robos, amenazas, grupos de gente que acorrala turistas para quitarles un relojes más caros que un piso comprado en este barrio del centro de Barcelona, embajadas que han empezado a advertir de la inseguridad... Parece que vivimos en una jungla caótica, pero más que una película de acción, el ambiente en la comisaría es de hastío. Sí hay muchos robos, pero nadie cuenta historias de terror.

$!Una mañana en la comisaría del barrio donde los ladrones hacen su agosto

"No hay una crisis de seguridad", me dice un portavoz de los Mossos, "ha habido varios hechos pero también ha aumentado la actividad policial: han aumentado un 80% las detenciones de robos violentos este 2019 y un 30% las de hurtos". El cuerpo ha mandado un mensaje claro: antidisturbios al centro de la ciudad y la incorporación en septiembre de 320 nuevos agentes. Barcelona, si bien este año experimenta un repunte de la violencia es el verano con más homicidios desde 2011, pero en 2010 hubo el doble que este año, sigue siendo una ciudad segura si hacemos zoom out y la comparamos a nivel internacional.

Tres horas viendo al techo

Se oyen soplidos. La gente lee una y otra vez el cartel sobre planificación familiar que cuelgan de una pared. Te regalan una tarjeta del metro si te animas a ir la próxima sesión, dice. Ese, un afiche con el número al que debes llamar si eres una víctima de violencia de género, un póster medio roto de la Fundación Josep Carreras que fomenta la donación de órganos y una tele con las noticias en catalán son el único entretenimiento que ofrece la sala. Hay un letrero más, blanco, que no había leído: el orden de llamada no tiene por qué corresponder con el orden de llegada. Es decir, da igual que te sepas de memoria quién llegó cuándo. No sabes cuándo vas a entrar.

Dos chavales alemanes que a duras penas se habían sacado las legañas se sientan a unos puestos de mí. Sacan sus teléfonos y se sientan resignados. Estarán aquí un par de horas o tres antes de poder entrar a prestar declaración. Los guiris de en frente sacan la guía y trazan un recorrido en el mapa. Los alemanes aprovechan para hacer un Skype y contar qué les ha pasado. La señora y el tipo de bambas blancas se animan en su conversación.

$!Una mañana en la comisaría del barrio donde los ladrones hacen su agosto

Son chilenos. Él vive en Barcelona y ella es su abuela, que viene a visitarlo cada año. Hablan de trabajo, de las posibilidades de que le salga algo bueno en los próximos meses. Me cuenta que le han robado la cartera con el pasaporte y que la fila que tiene que hacer ahora no es nada en comparación con lo que le queda en la Embajada, primero, y en Extranjería, después, para recuperar sus papeles, pero no es la primera vez que le pasa. "Si vas despistado en el metro, esto es lo que sucede", admite, aunque la verdad es que esta vez un tipo se le vino encima y le robó. Sabe perfectamente quién fue, pero no pudo hacer nada. Las veces anteriores le robaron sin que se diera ni cuenta.

Por fin un amigo

Se oyen bostezos, y a mi derecha, el chaval que escuchaba reguetón ha pasado a los stories, por lo que la música se oye entrecortada. Han pasado tres cuartos de hora y seguimos igual. Los locutorios están llenos, como cuando vine aquí hace un año para denunciar un robo en mi casa, a pocas calles de aquí. También hace diez, cuando me robaron el bolso. Aunque era invierno y había menos turistas, me recomendaron que si tenía prisa buscara una comisaría en un barrio más tranquilo o regresara al día siguiente a primera hora, antes de que se cree el tapón. Por eso, si no les han robado los documentos, muchos turistas se acaban yendo sin denunciar.

Se guarda el móvil en el bolsillo y aprovecho para preguntarle qué ha venido a denunciar y cuánto tiempo lleva aquí. No habla español. Tampoco inglés. Intentamos hablar en francés, llega a decir "je suis marrocain" "soy marroquí", pero se traba. Me pregunta si tengo móvil, le comparto datos y empezamos a hablar a través de Google Translate. "Me quiero quedar", dice la aplicación. Él teclea en árabe, yo en español. "Llegué hace unos días", aparece en la aplicación. Por eso tiene que presentarse ante los Mossos. Sabe decir una sola palabra en español: “centro”. Quiere ir a un centro de menores. Con las manos me dice que tiene 17 años. Es un menor no acompañado, un MENA. Mientras hablamos, lo llaman a declarar. Nos despedimos. Ojalá llegue a un centro y pueda seguir estudiando.

$!Una mañana en la comisaría del barrio donde los ladrones hacen su agosto

Lo más preciado en esta sala es un acompañante. Los que vienen solos cogen el teléfono y lo vuelven a guardar compulsivamente para ver si así pasa más rápido el tiempo. Colocan los codos sobre las rodillas, la frente entre las manos. El aburrimiento es absoluto. La desesperación, la resignación, la desesperación otra vez. Entra una pareja de mediana edad y me doy cuenta que varias caras conocidas han pasado a declarar.

No aprendemos nada

Otro adolescente se sienta a mi lado. Su pasaporte es verde y lo lleva dentro de una bolsa de plástico que me permite ver que viene de Bangladesh. Es alto, delgado y muy moreno, lleva una mochila morada vacía y lee en su móvil un texto largo. Su padre le trae un zumo y se vuelve a ir. A él tampoco le han robado, solo necesita una autorización para salir de España sin que sus padres lo acompañen. Es menor y estudia en el barrio, pero este curso se va a de intercambio a Estocolmo.

Llegan unas italianas fastidiadas, una pareja de estadounidenses, ella gritando porque que le han robado algo de mucho valor —es la primera a la que veo perder el control en toda la mañana—, otros italianos a quienes les han robado en el metro y unas francesas cargadas de maletas a las que parece que han timado en un Airbnb. Un ejemplar de periódico circula entre los asientos. Está leído del derecho y del revés.

Me voy de allí y dejo la sala en la misma situación que cuando llegué. Este año ha habido 12 homicidios en Barcelona. Cada una de esas muertes es un fracaso de todos y cada una tiene una razón distinta, que se está investigando. Dentro de unos meses, cuando se haya aclarado, ya no nos interesará saber ningún detalle de la historia. Leemos las noticias sobre los sucesos y las estadísticas acompañan, pero sumar números abstractos y montar un discurso sobre inseguridad igual de abstracto y en gran medida racista no ha funcionado.

"La adopción de enfoques preventivos basados solos en la persecución y la disuasión policial es preocupante", ha dicho en un comunicado el Colegio de Criminólogos de Cataluña, que critica la descontextualización de la información sobre crimen. "Si bien es cierto que la tarea policial es básica para garantizar a la ciudadaní niveles razonables de seguridad, la evidencia científica ha demostrado ampliamente los efectos adversos que pueden tener políticas de seguridad de Tolerancia Cero o Ventanas Rotas a medio y largo plazo", añade: "las mejores prácticas en la prevención delictiva son las que articulan ... diferentes niveles: policial, judicial y social". Suena idealista pero lo dicen los teóricos desde hace décadas, como Jane Jacobs, que dedicó su vida a pensar cómo hacer que las ciudades sean más vivibles: la seguridad es un equilibrio delicado en el que tenemos que participar todos.