Por qué jamás deberías preguntar a los demás de qué trabajan

Es importante aprender a separar la parte profesional de la personal porque nuestro trabajo no siempre o casi nunca puede definirnos como personas

Conoces a alguien y, en algún momento de la conversación, sale la pregunta: “y tú ¿a qué te dedicas?”. Hay quien habla con orgullo sobre su empleo y sus características y existe también un número de personas a las que su trabajo tampoco les supone algo más que una vía a través de la cual cubrir sus gastos. Porque, debemos hablar claramente, ¿cuántas personas conocemos que pueden dedicarse o bien a lo que estudiaron o bien a lo que les apasiona? Desde luego el trabajo no define quiénes somos, no muestra nuestros intereses, no habla de lo que nos apasiona y no puede servir no siempre como carta de presentación. Es por ello que habría que dejar de preguntarlo.

No es este el único motivo, desde luego decir a qué nos dedicamos también se asocia a un estatus concreto, la percepción que se tiene del trabajo es, en la actualidad, muy importante. Dependiendo del trabajo que tengas y, por tanto, del salario que tengas, te podrás permitir unas cosas u otras. Esto también depende de quién es la persona que te pregunta a qué te dedicas. Sea lo que sea, cuando expliques cuál es tu trabajo o a qué destinas tu tiempo, se te atribuirán unas cosas u otras. Si eres, por ejemplo, filósofx, quien te escuche pensará que tienes una forma de pensar de una manera y ciertas habilidades o intereses diferentes de alguien que se dedica a la biotecnología. Al preguntar esto abrimos la puerta a que se coloquen etiquetas.

No es lo mismo hablar de trabajo hace muchos años que hacerlo en la actualidad. Antes se trataba como una obligación, ahora, al parecer, también muestra cierta identidad de cada persona. La única relación que existe es que, en algún punto, el trabajo sí ha supuesto —al menos en el recorrido profesional y personal de algunas personas— una necesidad, una vía para conseguir otras cosas que queríamos como la búsqueda de la propia independencia. Dentro de esta realidad las personas que más perjudicadas se ven son los jóvenes, quienes no solo deben acabar una carrera, deben saber qué quieren, cómo conseguirán el éxito, en qué espacio quieren vivir y cómo desean que sea su vida. Toda esa presión en la actualidad no es en absoluto agradable.

En este contexto de agobio por conseguir lo que quieres y que, cuando te pregunten, no tengas que dar una explicación larga o puedas contestar sin prejuicios y con calma, se le suma la vulnerabilidad que genera no tener empleo. Así que ¿qué pasa si no me dedico a nada? ¿Qué ocurre si alguien me pregunta y mi respuesta es “no hago nada? ¿Por qué esta respuesta sería señalada, cuestionada y juzgada? ¿Cambia mi personalidad no dedicarme a nada? ¿Me hace peor persona? El hecho de tener o no trabajo tiene relación directa con el valor que nos damos a nosotrxs mismxs porque el resto de personas también nos valoran o no por ello.

En todo esto, ¿cuál es la clave entonces? No tiene que ver con dejar de hacer esa pregunta, tiene que ver con aprender que a lo que nos dedicamos no nos transforma como personas, no nos hace mejores o peores. Puedes preguntar pero siempre teniendo esto en mente. Es más, si esto no fuera importante, esa pregunta no existiría. También puede cambiar la respuesta, puede ser “ahora mismo trabajo en tal pero me dedico a X”. Tener aficiones y pasatiempos también forma parte de eso a lo que nos dedicamos. No lo despreciemos y no pensemos que eso es un fracaso, porque no lo es. Así que debe quedar claro: eso a lo que nos dedicamos no nos define como personas.