La cuarentena está haciendo que mis vecinos se odien como nunca

Notitas, insultos e incluso caca por los rellanos. Eso sí, luego todos a aplaudir. El coronavirus está sacando lo peor de nosotros

“¡Guarras! ¡No veis que hay niños!”, gritó un vecino desde su balcón. El aburrimiento del confinamiento no da para más, así que salí a la corriendo a la ventana para cotillear y enterarme de qué estaba sucediendo, a ver si me entretenía un poco. Resulta que un señor estaba gritándole a una terraza, que yo no alcanzaba a ver desde mi casa. “¡Guarras!”, no dejaba de gritar. Supuse que habría unas mujeres haciendo topless y que el señor se puso en modo censura de Instagram. Pero fue todavía peor. Era una pareja gay, que se estaba besando y abrazando en su balcón, tomando el solecito cuando el señor, lleno de odio homófobo, salió a su balcón a gritarles. “¡Maricones!”, no dejaba de soltar mientras la pareja le decía que cerrase la ventana y que si era tan valiente que bajase a decirles algo.

No era el primer episodio de odio, insultos y ataques que se vivía en mi vecindario. Me acuerdo de cuando me mudé y me enseñaron el tendedero del patio de luces, el único que tenía mi casa. Aunque varios vecinos tenían tendedero como el nuestro, nosotros éramos los únicos que lo usábamos. Long story short: entendimos porqué cuando tuvimos que instalar un tendedero en la parte de atrás porque a un vecino se le cruzaban los cables y no le gustaba ver ropa ahí en medio y nos tiró lejía y agua de fregar. Una vez me la tiró en la cabeza y se escondió rápidamente. Todavía no sé quién fue.

U otra vez que volví tarde de trabajar a casa aunque antes de la medianoche, y la puerta de entrada, de metal, está rota y en ocasiones hace ruido. Ese día tuve que empujarla fuerte para abrirla, así que salió un vecino y me gritó: “¡gilipollas! ¡Me has despertado!”. Le dije que no era mi culpa, que la puerta que estaba rota, que él —como el resto de los vecinos— lo sabía perfectamente, y que ya había llamado al propietario, pero que me estaba haciendo ghosting. A continuación, empezó un diálogo absurdo que concluyó en: “sí, está rota. Pero yo no pienso llamar a mi inmobiliaria, sigue insistiendo tú”. Si tanto te molesta… ¿por qué no llamas? En fin.

Podría contar más anécdotas tontas, como notas de “el rellano no es Cáritas” cuando un alquilado dejó cajas que no quería en el portal una de ellas con un bidé, que ahí sigue o vecinos corriendo al ascensor para no subir con nadie más, pero no son más que eso, anécdotas. O eso creía, hasta que con el coronavirus y la convivencia constante nos hemos convertido en monstruos que han empezado una guerra en la cual, cada uno desde la trinchera de su piso, ha soltado una artillería de insultos, gritos y notas que pasan de pasivoagresivas.

El estrés, la situación límite hace que muchos saquen lo peor de cada uno. Las familias, casas y comunidades de vecinos se han convertido en una olla a presión”, asegura la periodista especializada en psicología Eleanor Gordon-Smith en un artículo de The Guardian. Ahora mismo es la situación literal en la que nos encontramos: tensión, malestar y agresividad constante.

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Uno de los episodios más locos ha sido el que me contó la vecina que tengo puerta con puerta. Se ve que en el parking al que no tengo acceso porque no tengo coche dejaron una nota a una camioneta diciéndole que sabían que se saltaba el confinamiento porque sí y que le rayarían el vehículo si seguía haciéndolo. El camionero, luego, dejó una nota en el portal con su número de móvil asegurando que “si tenían huevos” lo amenazaran en persona.

Otra batalla fue la de las basuras. Alguien dejó una bolsa con basura y la respuesta fue una nota de “id al contenedor que para eso se puede salir”. La misma persona luego dejó otra nota diciendo que “los perros pueden sacarse a pasear, que no se caguen en el rellano”. ¿El feedback? Una caca en el portal. Tuvo que recogerla una vecina, según me contaron yo solo llegué a ver el rastro de mierda. El coronavirus ha precipitado las tensiones entre vecinos y se han disparado las llamadas a las policías locales por roces en la escalera, como en el caso de Barcelona, que ha tenido que poner expertos en mediación como en el caso de Barcelona. En L'Hospitalet, una ciudad de la provincia de Barcelona, la policía ha actuado más de un millar de veces por denuncias de ruido desde que empezó la cuarentena, como en el caso de Barcelona.

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Una de las peleas más surreales fue cuando, después de la ronda de aplausos, y todos super amigos, felices, dándose ánimos, una chica puso luces en su terraza e invitó a unos amigos a tomar algo no sé si eran vecinos o qué, pero ahí había más gente de la que vive. En seguida, la vecina de arriba salió a gritarle: “asquerosa, voy a llamar a los Mossos, nos vas a contagiar, saltarse la cuarentena es ilegal, y encima estáis fumando porros, y me ponéis luces y no puedo dormir”. Estuvieron un rato discutiendo y al día siguiente como si nada, super amiguis, aplaudiendo a su terraza, porque su novio es el típico que saca la guitarrita y se pone a cantar Resistiré y el Bella Ciao.

“Estamos permitiendo cosas como normales cuando no son normales”, reflexiona Gordon-Smith. “Y sí, le quitamos importancia porque ‘son los nervios’ o ‘es solo por un tiempo’, pero este tiempo es más de un mes, y se pueden erosionar mucho las relaciones”. Me pregunto si esto es lo que sucederá en nuestro piso. Si ya eran tensos muchos de los “hola” cuando nos cruzábamos en el portal, malpensando si serán ellos los que te tiraron lejía en la ropa, ¿cómo lo serán a partir de ahora? ¿Estaremos acusándonos constantemente de habernos gritado, tirado basura o puesto notitas chungas?

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Lo peor es que la situación en mi bloque no es excepcional. Pienso en las notas que dejaban a enfermeros o médicos diciendo que se fueran a hoteles porque contagiarían a los demás. O el hilo de una chica cuyos vecinos llamaron a la policía por fumarse un porro. O el vecino que denunció a otra porque salió a pasear con su hijo autista y se quejó de que se estaba saltando la cuarentena. Ni hablar de las fotos denuncia que circulan en Twitter de vecinos frustrados que quieren poner en evidencia a padres que no acaban de cumplir las condiciones para pasear a los hijos o dueños de perro que salen más de una vez al día. La gente se ha vuelto experta en todo y, en vez de ponerse en los pantalones de los demás, ale, foto y a Twitter. Nos hemos vuelto unos vigilantes, nos hemos convertido en “la Gestapo del balcón”, que me decía un compañero de trabajo. ¿De verdad podremos volver a la normalidad después de lo mal que nos estamos tratando? En mi comunidad, y en muchas otras, sinceramente lo dudo. 

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